¿Fue un error privatizar Argentaria y Endesa?
Creo que, con una situación asfixiante de falta de liquidez y de crédito para las empresas, y ante la poca eficacia de los mecanismos que voluntariosamente pone en marcha el Gobierno para inyectar dinero a través de la banca privada, son muchas las personas que piensan que fue un error privatizar Argentaria. Y creo que muchos catalanes de la provincia de Girona deben de pensar esta semana que fue un grave error privatizar Endesa. Confieso que estoy cerca de estas opiniones.
Participé, desde el Gobierno o desde la Comisión Europea, en los debates sobre la privatización de cuatro grandes empresas españolas: Seat, Telefónica, Endesa y Argentaria (antes Banco Exterior de España y hoy convertida en la A del BBVA).
Siendo pública, Endesa hubiera invertido más en la Costa Brava y menos en Chile, aunque esto les haya sido más rentable
En el primer caso, no sólo tuve una opinión favorable, sino que fui uno de los promotores. La venta de Seat al grupo Volkswagen se hizo mientras era ministro de Industria y, por tanto, responsable del INI. Seat tenía unas pérdidas importantísimas, que pagábamos entre todos, derivadas de que competía, en su gama, con grupos multinacionales que producían entre 5 y 10 veces más coches que ella. En un mercado bien abastecido, con marcas dispuestas a producir en España, y siendo el automóvil un producto importante pero no un "derecho" de los ciudadanos, no veía ninguna razón para que el Estado español fabricara coches. Aunque se hubieran podido reducir las pérdidas con unas grandes inversiones, mi opinión no cambió. No tenía ningún sentido la presencia pública en este sector. Sin aquella venta, estoy seguro de que hoy Seat no existiría.
En el caso de Telefónica, también estuve a favor, pero con importantes matices. La telefonía es uno de los considerados servicios universales (que no significa gratuitos), es decir, aquellos a los que todo ciudadano tiene derecho a poder acceder en unas condiciones y con un coste aceptable. La situación de monopolio público era uno de los obstáculos para tener unos precios bajos. Introducir la competencia y dar entrada a nuevas empresas privadas era una buena solución. Pero siempre he pensado que había que separar antes la red de los servicios. Por ello me opuse a que la privatización incluyera también la red, es decir, los cables y la infraestructura necesaria para dar el servicio. Creo en la competencia para mejorar servicio y bajar precios, pero ninguno de los que compiten en un mercado debe tener la gran ventaja de controlar la red por la que deben pasar él y todos sus competidores. Esta batalla la perdí y sigo pensando que tendríamos mejor servicio y menores precios si hubiéramos tomado un modelo como el de las empresas de transporte por carretera: todas compiten, pero todas utilizan la carretera, que no es de ninguna de ellas, sino del Estado. El único consuelo que nos queda es que Telefónica se ha convertido en una de las principales operadoras del mundo, gracias a la gran capacidad de inversión que le supuso su dominio del mercado español.
Tanto en el caso de Endesa como en el de Argentaria, mi posición era de oposición. Era una oposición a distancia ya que, si no me equivoco, ambas privatizaciones tuvieron lugar durante el primer Gobierno de José María Aznar. En ambos casos se trata de empresas que suministran un bien básico para las personas y para las empresas, la energía eléctrica o el dinero. Tanto el sector eléctrico como el sector financiero deben estar fuertemente regulados y, aunque pueden estar operados por agentes privados, es obligación de los poderes públicos garantizar que los objetivos del beneficio empresarial no se antepongan a las exigencias del servicio público. Aparte de leyes, comisiones de control y sanciones (que fácilmente son burladas), se ha hecho evidente que la presencia de una empresa pública actuando en el sector es una herramienta muy eficaz para ejercer esta vigilancia y priorizar objetivos. Por ello me opuse, mientras estuve al frente del Ministerio de Industria y Energía, a la privatización de Endesa y juzgué desacertada la desaparición del BEE, el único banco público operativo en el mercado.
Hoy sigo convencido de que, siendo pública, Endesa hubiera invertido más en la Costa Brava y menos en Chile, aunque esto les haya sido más rentable, y creo que el Banco Exterior podría ser ahora un buen canalizador de dinero hacia las empresas, en lugar de obligar al ICO a hacer un gran esfuerzo para el que no tiene la infraestructura necesaria.
¡Qué lástima!
Joan Majó es ingeniero y ex ministro.
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