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Columna
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¿Errar con Reding o acertar con Sarkozy?

Lluís Bassets

La vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding, no tiene razón. "Creía que Europa no volvería a conocer situaciones de este tipo después de la Guerra Mundial", declaró cuando supo que las expulsiones colectivas de gitanos rumanos eran fruto de una orden escrita del Gobierno francés. Pero su equivocación no es la que le han atribuido Sarkozy y los suyos. No es la primera vez después de la II Guerra Mundial que grupos humanos son expulsados por el solo y único delito de ser quienes son. Así sucedió en los Balcanes en la década de 1990, hasta llegar al genocidio. Así sucedió en Francia en los cincuenta, cuando ser argelino podía comportar la detención y a veces consecuencias peores. Y así ha sucedido en otros países, donde grupos de inmigrantes se han convertido de pronto en reos por el color de su piel, su religión o sus costumbres.

Nadie comparó las expulsiones con el Holocausto, pero una buena defensa a veces aconseja magnificar la ofensa

Nadie, sino el ofendido Sarkozy y sus aduladores, ha evocado el holocausto judío. Muchos, en cambio, han recordado que el mecanismo común en las políticas racistas y xenófobas, que los nazis llevaron a sus más extremas y criminales consecuencias, es designar como chivo expiatorio a un grupo humano débil y pobre; utilizarlo, además, como válvula de escape ante las dificultades económicas, el paro y la inseguridad que unos gobernantes incapaces no han sabido enfrentar, y traducirlo en forma de atribución de una responsabilidad colectiva, que tiene luego el correspondiente castigo también colectivo.

La razón de Sarkozy, maquiavélica y perversa, ha consistido en magnificar la supuesta ofensa como método de defensa. Con un objetivo: que nadie discuta su orden verbal en su discurso de Grenoble del 30 de julio, ni la circular posterior del Ministerio del Interior, designando a los gitanos rumanos para su expulsión colectiva, y todo se centre en el honor de Francia, el derecho soberano de su Gobierno a realizar sus políticas de inmigración o el trato que merece un grand pays por parte de las instituciones europeas.

La señora Reding pudo equivocarse en sus palabras: la frontera de la Guerra Mundial no era tan nítida. Pero no se equivocó en nada más. Incluso en la expresión a la que Sarkozy se agarró como una ofensa hay un acierto pedagógico para las nuevas generaciones de esta Europa en la que no para de crecer la extrema derecha, mientras se diluye la conciencia de los tiempos en que el entero continente se hallaba sometido a una fiebre genocida. Tampoco se equivocó al apelar a los deberes de la Comisión Europea como guardiana de los tratados. Sarkozy ha vulnerado el Tratado de Lisboa, tanto en lo que afecta a derechos que recoge su carta de derechos fundamentales como a la libertad de circulación. Ni siquiera se equivocó en el tono de indignación con que reaccionó ante la mentira y el ocultamiento de las autoridades francesas, y su escasa consideración con la Comisión y también con el Parlamento Europeo, que pocos días antes había condenado las expulsiones.

Hay que situar las cosas en su nivel más elemental. Es obvio que hay un problema de migraciones dentro de la UE ampliada a 27. Pero la campaña contra los gitanos rumanos es fruto optativo del cálculo electoral de Sarkozy, que quiere cerrar el paso a la eventual marea ultra que pudiera levantar Marine Le Pen con vistas a las elecciones presidenciales de 2012. Hay pocos países en Europa donde la decisión de una sola persona, en función de sus meros intereses personales, pueda pasar por encima del Gobierno, el partido de la mayoría y las instituciones. Este tipo de comportamiento tiene que ver con los poderes que tiene el presidente francés y todavía más con los que Sarkozy se toma por su cuenta.

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Este singular personaje ha recibido la solidaridad gremial de sus colegas del Consejo Europeo, pero su actuación y su reacción han sido profundamente antieuropeas. En el plano moral, erosiona y trivializa los valores fundacionales europeos; en el jurídico, vulnera los tratados, y en el político, reivindica la intangibilidad de Francia y la sitúa por encima de los otros socios, de Europa y de sus instituciones. Mejor equivocarse con Reding que acertar con Sarkozy.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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