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Columna
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Cenizas nucleares

Hace tan solo unas semanas las centrales nucleares eran la panacea energética del siglo XXI. La solución a la grave crisis del petróleo. Después del desastre nuclear de Japón el silencio de los defensores es absoluto. ¿Cuánto cuesta el kW eléctrico de producción nuclear? ¿Aún sigue siendo el más rentable teniendo en cuenta los costes del accidente de Japón o de Chernóbil? Y hay que tener en cuenta, además, el coste de la seguridad de los residuos, cementerios de superficie que heredaran las generaciones futuras. Esa hermosa hipoteca que les legamos como testamento los ciudadanos del presente. ¿Quién va a pagar el coste del accidente nuclear? ¿Quién va a hacerse cargo de la seguridad presente y futura de los residuos?

En la zona de Ascó, la vía de evacuación principal es una carretera saturada de cubas con transporte químico de Flix.

Resulta que ser empresario nuclear es la cosa más rentable del momento. Los residuos y los accidentes que los pague el Gobierno, pero los enormes beneficios de la producción eléctrica son privados, faltaría más. El engaño del siglo. De la seguridad nuclear en nuestro país es mejor ni mencionar el tema.

El que suscribe este artículo vive desde hace 25 años en la zona nuclear de Ascó y asistió perplejo a la presentación del Penta, Plan de seguridad nuclear, 18 años después de poner en marcha la central. ¿Entonces estuvimos viviendo 18 años sin seguridad? ¿Sin Penta? ¿Expuestos a qué?

Lo grave del caso es que seguimos igual. En la zona de Ascó, la vía de evacuación principal es una carretera comarcal saturada de cubas con transporte químico de la fabrica de Flix. Cualquier accidente moderado bloquea horas o días esta carretera. Y lo que es el colmo de la dejadez y la desidia es el puente que cruza el río Ebro en el pueblo de Riba-roja, también incluido como vía de evacuación nuclear. Resulta que lo construyeron en 1996 y se les ha olvidado hacer la carretera. Casi dos décadas lleva así. Un puente de evacuación nuclear sin carretera al otro lado.

Los vecinos del entorno nuclear no tenemos ninguna confianza en los genios de la gestión de la seguridad y mucho menos en los técnicos de las plantas atómicas, después de vivir la vergonzosa fuga de partículas de la central de Ascó. Resulta que eran los propios técnicos de la planta los que modificaron los medidores engañando al Consejo de Seguridad Nuclear, alcaldes, vecinos... No tienen ninguna credibilidad.

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El prepotente discurso pronuclear, que a veces parece salido de una especie de secta, ha quedado en entredicho. Sus argumentos no han cambiado en 30 años, cuando acusaban de fatalistas al alcalde de Ascó Juan Carranza y al párroco Miquel Reodorat, pioneros de la lucha contra las antinucleares.

Nos enfrentamos a un nuevo concepto de catástrofe. Desde la Comisión Europea se habla ya de Apocalipsis; es un término que han utilizado ellos, no yo. El tema nuclear, con la poca experiencia que tenemos en el tiempo y con dos accidentes muy graves, altera el concepto clásico, convencional, de catástrofe.

Cuando se produce un desastre natural, siempre hay un día después. Hemos soportado guerras, plagas, hambrunas y otras calamidades. Siempre hay un día después cuando se produce un terrible incendio, un terremoto, una guerra, o aquellas temibles riadas que devastaban la cuenca del Ebro. Pero los pueblos siempre han renacido de las ruinas, del barro o del fuego. Bajo los cimientos de la ciudad medieval los arqueólogos encuentran la medina árabe, y debajo los restos de la villa romana construida sobre el poblado ibero... La humanidad lo lleva inscrito en el código genético cultural. Después de la destrucción hay una esperanza, la gente puede volver, podemos volver a reconstruir sobre las cenizas los cimientos de una nueva ciudad, de una nueva generación. Así ha sido siempre desde que el mundo es mundo.

Sobre los cimientos de un siniestro nuclear nada puede construirse, nada vuelve a crecer, nada es igual porque no existe el día después.

El mito del ave fénix que renace de sus propias cenizas nunca podrá volar sobre un paisaje contaminado de isótopos radiactivos con cientos, incluso miles, de años de actividad.

Andreu Carranza es escritor.

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