Caravana de hormigas
Por la noche, leyendo los periódicos del día a la luz de la cocina. He tenido que aplazar la actualidad hasta esta hora en que ya ha claudicado el teléfono y se oye el ascensor como un topo que sigue excavando su túnel. Todo el día deseando saber lo que pasó ayer. Ahora es cuando mejor vienen los diarios. Claro, es cuando peor va el mundo. Los leo agarrado a mis discos como un Discóbolo hecho de Frenadol y gintonics. Agarrado a la música pop para oír la voz lírica del presente. Los periódicos gritan la palabra Fukushima, y al momento los Kraftwerk remozan la versión mix que hicieron de su misteriosa canción Radioactivity. Le han añadido una nueva muesca a su anterior estribillo: Chernóbil, Harrisburg, Sellafield, Hiroshima y Fukushima. Y hasta la siguiente. De Sellafield los periódicos no han traído recuerdo esta vez; pero el desastre que causó esa central nuclear, a orillas del mar de Irlanda, fue considerado el más importante hasta que pasó lo de Chernóbil. Menos mal que tenemos la Wikipedia para enterarnos y para hacernos infinitamente enciclopédicos, más humanistas que nunca. Del saber correlativo, del pensamiento concatenado que he ido aprendiendo con la lectura de los libros, apenas retengo ya nada. Como en una película de Cronenberg irá gestándose dentro de mí una criatura extraña, un pensamiento hipervinculado, abarrocado de vínculos caprichosos, aleatorios, que tienen más que ver con el sueño o con la memoria que con la lógica. Así he regresado o me he quedado en lo que dijeron los surrealistas del primer manifiesto, que memoria y sueño están hechos de la misma violenta sustancia.
El ordenador es el agujero insondable del horno, la luz de la nevera abierta
La cocina esta noche es una habitación cansada, un sueño surrealista lleno de cuchillos, un reloj cuadrado que sigue dando sus minutos como un paleta que habla solo. Han entrado las hormigas en busca de su terrón de azúcar. Andan hoy muy decididas, muy valientes las hormigas, muy metafóricas, como siempre, de lo nuestro. Pero las hormigas de este siglo XXI están ya más en el delirio del cine que en la locura de Maeterlinck. No son, sin embargo, aquel hormigueo en la mano solitaria de Un perro andaluz. Proceden antes de La humanidad en peligro, una película de los años cincuenta que en versión original se titulaba Them! Era una historia sobre experimentos atómicos en el desierto y hormigas mutantes gigantescas. En la literatura española los poetas como mucho hablan con su burro. Las hormigas marchan a tientas por el mármol de la cocina, atropellándose, ciegas de un perpetuo viaje de ácido fórmico. Se inmiscuyen en la tipografía del periódico y adulteran las palabras con lo que tienen de movimiento, de estar vivas. Escucho el motor de la nevera como un barco lejano que se ha dejado la carga en el puerto. Ese cielo vacío que lleva dentro, esa luz que no existe cuando su puerta se cierra. Con su cintura de avispa la cafetera va quedándose en una actriz pasada de moda. El horno como una cueva antigua, igual que un boquete definitivamente abierto en el pecho. La granja de hormigas Anthouse Deluxe, comprada por Internet, porque vi una igual en Cuando Harry encontró a Sally. El microondas, mi acelerador de partículas de juguete. Y el diario va poniéndose más duro conforme van pasando las horas. ¡Ya no hacen diarios como los de antes! Pero la información, el periódico que era la barra de pan que había que ir a buscar cada mañana, es ahora el agua que fluye sin cesar y basta con abrir el ordenador para servirse. El ordenador es el agujero insondable del horno, la luz de la nevera abierta, el misterio del microondas. No sé qué diablos hace fuera de la cocina. Las hormigas se extienden por el diario como una lluvia sombría. Y del mismo modo crece por las prefecturas de Japón un temblor radiactivo a través del agua de los grifos, a través de once tipos diferentes de verduras, a través de la leche contaminada. Se propaga también la radiactividad por el agua cálida de la superficie del mar porque con ella se han refrigerado los reactores nucleares. Y devuelta al océano, alimenta ahora a los peces, a los otros animales que viven pegados a las rocas y se la llevan las corrientes a saber dónde. Llegó la hora de la hormiga atómica con una A inicial de átomo o de América, yo qué sé por qué era, estampada en su camiseta. El mundo será atómico o no será, que es decir dos veces lo mismo.
Busco alivio en los tebeos de Abbott y Costello que llegaban de México. Tengo la casa llena de tebeos. Metidos por todos los cajones igual que quien guarda una llama de amor viva. Los tebeos como insectos mutantes repartiéndose mi piso. Un oleaje de páginas que me llama por mi nombre de niño. Los discos, los cómics, las revistas, los periódicos, mantengo todavía una vida de hombre antiguo que tiene que levantarse cada veinte minutos para cambiar la cara del elepé igual que quien sufre de la próstata o de la vejiga y a cada rato debe levantarse a orinar. La casa se va convirtiendo en un quiosco porque ahí es donde yo quise vivir de muy pequeño. La cultura, mi cultura, es una cinematografía de visor de plástico y de bolsas de fotogramas de películas sin título. Una fotografía de cámara de fotos con el cerdito que saca la lengua. Un pacifismo de pistola de petardos. Una zoología de cromos de ciencias naturales. Una geología de colecciones minerales. Una aeronáutica de aviones de corcho. Una botánica de raíces de regaliz. Un cosmopolitismo de curso de idiomas por entregas. Y las palabras. Estaba todo el quiosco atestado de palabras, en los diarios, en los tebeos, en las revistas, en los libros de ovnis y del triángulo de las Bermudas, en las novelas de ciencia-ficción y de misterio. Palabras que iré buscando una por una en un Vox, en un La Fuente, en un Sopena. He tenido muchos diccionarios como el hombre que ha tenido muchos coches.
Después, oír un poco la radio en la cocina. Arrastrar el dial buscando flamenco con la parsimonia con que pasa una caravana de hormigas. Las emisoras nocturnas, el frío de la noche leyendo por detrás de mi hombro. El periódico se esclerotiza y empieza a hacerse hemeroteca. Se han escondido las hormigas, las noticias, el ruido del ascensor. En una silla el periódico doblado, con palabras heridas de muerte que se sedimentan en la noche, que van cayendo lentamente como gelatinas radiactivas en el fondo del mar.
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