"Bendicen perros y gatos, no parejas gays"
Los homosexuales católicos se reúnen cada mes para darse apoyo mutuo
Paulina y Encarnita se dieron cuenta de que estaban enamoradas en la Semana Santa de 1972 porque les dolió separarse aquellas vacaciones. Era la prueba de una homosexualidad que Paulina inconscientemente se resistía a admitir. Viven juntas desde hace casi 40 años. Se casaron en 2005, en cuanto se legalizó el matrimonio homosexual. Fue una ceremonia civil, en la que quisieron expresar su condición de creyentes leyendo un salmo. Las dos son católicas practicantes. Colaboran activamente en su parroquia y les duele la posición que mantiene la jerarquía de la Iglesia ante la realidad homosexual. "Están dispuestos a bendecir perros, gatos y edificios, pero no una unión homosexual fundada en el amor, en un proyecto de vida en común, en la fidelidad y el respeto", denuncia Paulina.
"Hay mucho anticlericalismo en el colectivo gay y me duele"
Los curas los apoyan siempre a título individual, como a escondidas
Ella y Encarnita forman parte de la Asociación Cristiana de Gays y Lesbianas (ACGIL), que está en relación con otras agrupaciones de ámbito europeo. Sus miembros se reúnen una vez al mes en una iglesia de Barcelona para rezar. Aunque cada uno pertenece a su parroquia, necesitan encontrarse periódicamente para darse apoyo mutuo, porque no resulta fácil ser a la vez cristiano y homosexual.
"Nosotros tenemos un segundo armario del que salir", dice Octavi durante una misa convocada por la ACGIL. El joven, que ha acudido a la celebración de la eucaristía acompañado de su madre, dice sentir "aún más radicalismo en el segundo armario", que es en el que oculta su condición de cristiano a sus compañeros gays, que no comprenden cómo se puede pertenecer a una Iglesia que les trata tan mal. "Hay mucho anticlericalismo en el colectivo gay y me duele", confiesa.
Paulina, que acaba de cumplir 60 años, mantiene una posición muy crítica frente a la moral católica. "La Iglesia tiene una asignatura pendiente con la sexualidad en general y está a años luz de la realidad homosexual de hoy", opina. "Ha ejercido y sigue ejerciendo un poder muy fuerte sobre la conciencia de muchas personas", añade.
Sin embargo, la conciencia de Paulina parece blindada a esa estrecha moralidad oficial, tal vez por la fuerza de los abrazos que recuerda que le daba a Encarnita cuando se estaban enamorando. Tenía 23 años y su amiga 20. Jamás ha tenido la conciencia de que fuera pecado abrazarla. Por eso, ni siquiera se ha planteado nunca la posibilidad de confesarse o dejar de comulgar por la relación que mantienen. Tiene muy claro que Jesús estaría de su lado. "Que digan lo que quieran, pero está en contradicción con el mensaje de Jesús", sentencia al referirse a la doctrina de la Iglesia católica. Y entiende que la prueba está en lo que hizo el mismo Jesús durante su vida: "Curaba enfermos, daba la vista a los ciegos, acogía a los pecadores". No sólo eso: censuró a los sacerdotes y teólogos de su tiempo por su rigidez en el cumplimiento estricto de una ley moral asfixiante que discriminaba por impuros demasiados comportamientos, y les reprochaba su incapacidad para el amor y la compasión. Paulina lo tiene claro: ahora Jesús diría lo mismo. "Dios no nos preguntará a quién hemos amado, sino cuánto hemos amado. Y si de algo nos pedirá cuentas será de no haber amado lo suficiente", concluye.
Aunque la relación sexual entre personas del mismo sexo es condenada por la Iglesia como institución, la reacción de muchos sacerdotes católicos a título individual es diferente. Paulina explica que cuando el Gobierno de Zapatero aprobó el matrimonio homosexual, el párroco de la iglesia a la que asisten habitualmente ella y Encarnita censuró la norma en unos términos que les dolió. Tanto que dejaron de asistir a la parroquia. Después se sinceraron con el sacerdote, que ignoraba su relación sentimental, y éste cambió totalmente su actitud. Hoy mantienen los tres una gran amistad.
Asimismo, a la ceremonia civil de su boda asistió un amigo jesuita, que incluso les dedicó unas palabras "preciosas" al final de la ceremonia. Ellas pidieron más: la bendición. Pero eso parecía suponer para el sacerdote un conflicto moral, que decidió consultar con un compañero que se ha distinguido toda su vida por atreverse a pensar con libertad: José María Díez Alegría. El sacerdote casi centenario opinó que debían ser bendecidas.
Paulina lamenta que siempre reciben los apoyos a título individual, extraoficialmente, como a escondidas: "Son cobardes. La Iglesia no se atreve a dar un paso, a pesar de lo que están diciendo psicólogos y teólogos. Tendrán que pasar 500 años". Aunque los agradecen, no se darán por satisfechas hasta que acabe toda discriminación: "Que se nos considere personas de la misma categoría que los demás, que bendigan nuestras uniones, que se bautice a nuestros hijos", piden.
Explican que la última agresión moral la ha sufrido la ACGIL de la orden de los jesuitas, porque les han negado la iglesia de la calle de Casp de Barcelona para celebrar una misa con motivo de un próximo encuentro en la capital catalana de homosexuales católicos de toda Europa. "Nos respondieron que celebremos la misa donde hacemos las conferencias, que es un lugar muy digno", dice Paulina con decepción.
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