El tsunami emocional de la bossa nova
Mira qué cosa más linda/ más llena de gracia/ es la chica/ que viene y que pasa/ con un suave balanceo, camino del mar...".
Cinco minutos quince segundos grabados el 18 de marzo de 1963 en un estudio de Nueva York por Phil Ramone. El saxo tenor de Stan Getz, el canto y la guitarra de João Gilberto, el piano económico de Antonio Carlos Jobim y la voz suave de Astrud Gilberto cantando en inglés:
"Chica de cuerpo dorado/ del sol de Ipanema/ su bamboleo es más que un poema/ es la cosa más linda que ya vi pasar"...
La Chica de Ipanema, una de las canciones más grabadas e interpretadas de todos los tiempos.
Se ha repetido muchas veces que, en una mesa de la terraza del Veloso, un bar del barrio de Ipanema, en la esquina de las calles de Montenegro y Prudente de Moraes, Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes habrían inventado la célebre canción con ayuda de una servilleta y un bolígrafo. Desde allí veían pasar a Heloísa: tenía 19 años, ojos verdes, largos cabellos negros lisos... y causaba sensación entre los parroquianos. En realidad, Jobim -música- y Vinicius -letra- crearon la canción en sus casas en el verano de 1962. Como recalca el escritor Ruy Castro, los dos eran gente seria: iban al bar a beber, no a trabajar. Hoy, la calle de Montenegro se llama Vinicius de Moraes, y el bar, Garota de Ipanema. La canción se estrenaría en público en la boite Bon Gourmet, de Copacabana, la noche del 2 de agosto de 1962, con O encontro (El encuentro), que reunió, por primera y última vez sobre un mismo escenario, a João Gilberto, Jobim, Vinicius de Moraes y el grupo vocal Os Cariocas, bajo la dirección de Aloysio de Oliveira.
En Ipanema se produjo la mayor cantidad de poetas, arquitectos, artistas de la que se haya tenido noticia en Brasil
Si Copacabana estaba asociada a la noche, la 'bossa nova' era música diurna, optimista, ligada a la naturaleza...
Era una nueva forma de hacer samba. "Cántabamos como quien habla al oído de una mujer". Recuerda Calos Lyra
Los japoneses resucitaron innumerables referencias. Y muchos DJ la han vinculado con la música electrónica
Al letrista Norman Gimbell se le encargó adaptarla al inglés. A Gimbell no le gustaba el título porque, y no le faltaba razón, nadie sabía en Estados Unidos dónde diablos estaba Ipanema. Además, el dentífrico más popular en aquellos días se llamaba Ipana y el público podía pensar en un anuncio de pasta de dientes. Pero Jobim no dio su brazo a torcer: la chica era de Ipanema. En Ela é carioca escribe Ruy Castro que en la estrecha franja de tierra de Ipanema, entonces sólo un apéndice de Copacabana, se produjo la mayor cantidad de cronistas, poetas, arquitectos, artistas plásticos, fotógrafos, periodistas, actores y modelos de la que se haya tenido noticia en Brasil. Desde mediados de los años treinta, había ido llegando a aquel arenal prácticamente deshabitado una inmigración europea de alto nivel cultural. Los que venían huyendo del nazismo traían con ellos, dice Castro, el amor a la libertad. Según el escritor Sergio Cabral, la bossa nova era el clímax de un proceso de modernización de las armonías y letras en la música brasileña que había empezado en los años treinta. Su rastro se podía seguir en la guitarra de Garoto, en pianistas y cantantes como Johnny Alf o Dick Farney, y en intérpretes de samba-canção como Doris Monteiro, Marisa Gata Mansa, Maysa o Dolores Durán.
La expresión bossa nova -traducida como nueva ola- significaba algo diferente y se refería al talento para algo. Se fue gestando en los barrios de clase media alta, predominantemente de raza blanca, de la zona sur de Río. Los pequeños clubes de Copacabana -con mención especial para el Beco das Garrafas, en el 37 de la calle Duvivier, el callejón de las botellas que arrojaban los vecinos hartos de jaleo nocturno-, ofrecían una asombrosa mezcla de jazz y samba cocinada por tríos de piano, contrabajo y batería. Si Copacabana estaba asociada a la noche, locales llenos de humo, mujeres fatales y amores infelices, la bossa nova, en cambio, era música diurna, optimista, ligada a la naturaleza... El "nadie me quiere, nadie me ama" dejó paso a "día de luz, fiesta de sol, y un barquito deslizándose por el azul liso del mar".
El 29 de septiembre de 1959 tuvo lugar en el patio de la antigua Facultad Nacional de Arquitectura un multitudinario concierto bautizado como la "Noche de la sonrisa, el amor y la flor". El primero se había celebrado antes en el Grupo Universitario Hebreo, en la pequeña calle de Fernando Osório, con un cartel que rezaba: "Hoy Silvinha Telles y un grupo bossa nova". La nueva música quedaba bautizada. Era un movimiento de jóvenes universitarios. "Unos vagos, que tuvieron el valor de decir que no querían ser ingenieros o lo que fuera", explica el compositor Roberto Menescal en el documental Coisa mais linda-Histórias e casos da bossa nova. Su condiscípulo en el colegio Mallet Soares, Carlos Lyra, iba para arquitecto igual que Jobim. Vinicius de Moraes era diplomático; Menescal preparaba oposiciones al Banco de Brasil; Ronaldo Bôscoli, su letrista, trabajaba como periodista en la revista Manchete. De João Gilberto, asegura el polémico y ocurrente Ruy Castro en Bossa nova. La historia y las historias, que si le hubieran puesto boca abajo en 1957 no hubiera caído ni una moneda de sus bolsillos.
Coincidió con un clima de apertura política. Juscelino Kubitschek era el primer presidente elegido libremente. Su lema: "Recuperar 50 años en 5". Se construye Brasilia, un proyecto de Lúcio Costa y Oscar Niemeyer en la meseta desértica. Brasil se moderniza con la esperanza de ser el país del futuro. Llega el Cinema novo; se estrenan obras teatrales de Augusto Boal y Gianfrancesco Guarnieri; las artes plásticas traen propuestas de Ligia Clark o Hélio Oiticica y los concretistas Augusto y Haroldo de Campos transforman la poesía. En 1958, con Pelé y Garrincha, Brasil conquista su primer Campeonato del Mundo de fútbol. Según el cronista Joaquim Ferreira dos Santos, ese año trajo tantas cosas buenas que no debería haberse acabado. En julio João Gilberto graba un 78 revoluciones por minuto con Chega de saudade. Su transgresora batida rítmica estaba ya presente en dos cortes del elepé Canção do amor demais, grabado en primavera por Elizeth Cardoso y publicado en el pequeño sello Festa. En la etiqueta número 14.360 del sello Odeón, Chega de saudade figura como samba-canção. Aún no se habla de bossa nova. Caetano Veloso, lo mismo que Gilberto Gil, Milton Nascimento, Edu Lobo o Chico Buarque, decidió cantar y tocar la guitarra tras oír la canción por la radio. El minuto cincuenta y nueve segundos de Chega de saudade tuvo el efecto de un tsunami emocional. Buarque asegura que todos recuerdan dónde estaban y lo que hacían en el preciso momento en que la escucharon por primera vez. Para el musicólogo Julio Medaglia, "es la música que todos pueden cantar, pues niega la participación del cantante-solista-virtuoso".
Cuando salió Chega de saudade se oyeron algunas voces preguntando cómo era posible que pudiera grabar un tipo que no sabía cantar. Al gerente de una cadena de grandes almacenes le atribuyen el comentario: "¿Por qué graban ahora a cantantes resfriados?". Quienes intuyeron el tremendo potencial de la bossa nova fueron los vecinos del Norte. Sobre todo los músicos de jazz. También algún editor sin demasiados escrúpulos, que, a cambio de unos cuantos dólares, se hizo con los derechos de bastantes canciones. Para entender las razones del impacto en Estados Unidos, el periodista João Máximo arriesga la hipótesis de unos elementos hechos a medida: énfasis en la melodía, modernización de la armonía y simplificación rítmica. El éxito fue similar al del chachachá diez años antes. Y, sin el Tío Sam, probablemente la bossa nova no hubiese conquistado el mundo con tanta rapidez. El 21 de noviembre de 1962 se organizó en el Carnegie Hall el concierto Bossa nova-New Brazilian Jazz. Se presentaron Jobim, João Gilberto, Luiz Bonfá, Bola Sete, Carlos Lyra, Sergio Mendes, Roberto Menescal, Oscar Castro-Neves... La versión oficial es que cosecharon un gran éxito. Varios de los presentes lo calificaron de desastre.
Acuciado por problemas económicos, João Gilberto intentó vender el porcentaje de sus derechos en el elepé de Stan Getz. Le habría pedido a la discográfica Verve la ridícula suma de mil dólares. Pero el disco seguía en un cajón de la compañía y no le dieron el dinero. Tuvo suerte. Getz/Gilberto se publicó y acabó por convertirse en uno de los más vendidos en Estados Unidos. La revista Down Beat sentenció: "Hace 40 años que nadie influenciaba la música norteamericana como hoy lo hace João Gilberto". Sólo en el primer semestre de ventas, el brasileño obtuvo 23.000 dólares -además de un par de estatuillas que guardó en un armario y que olvidó y perdió en una de sus mudanzas-.
La bossa nova era una nueva forma de hacer samba. Mantiene su ritmo alterando la síncopa, privilegia el lado armónico y lo moderniza a partir de acordes del impresionismo francés, y presenta un lenguaje nuevo con letras coloquiales y utilización del metalenguaje. "Cantábamos como quien habla al oído de una mujer", recuerda Carlos Lyra. Cuando Sinatra grabó con Jobim -la única vez que Francis Albert Sinatra puso su nombre completo en la portada de un disco-, el italoamericano dijo no haber cantado tan bajito desde una faringitis. Como tantos movimientos de vanguardia, provocó controversia y polémica. A la acusación de que desafinaban, Jobim y Newton Mendonça contestaron con un guiño humorístico: Desafinado ("Si insistes en calificar / mi comportamiento de antimusical / Yo, incluso mintiendo, debo argumentar / que esto es bossa nova, esto es muy natural").
En un eterno retorno, y tras haber seducido al mundo, la bossa nova se renueva con artistas como Bebel Gilberto. Prácticamente cualquier canción puede convertirse en bossa, como lo demuestran los franceses de nouvelle vague. Las discográficas han pasado los viejos elepés a compactos y se oye más bossa que nunca. Los japoneses, ávidos de discos brasileños descatalogados, resucitaron innumerables referencias desde los años setenta. Y muchos DJ la han vinculado con la música electrónica. Ya no es cuestión de adultos nostálgicos. Se samplea porque su cadencia cabe muy bien en el lounge o el drum and bass. Por esa senda han vuelto al mercado antiguas grabaciones de João Donato, Marcos Valle o Joyce, que además no paran de publicar nuevos discos en sellos foráneos. Rosa Passos, Vinicius Cantuária, Paula Morelenbaum, Celso Fonseca, Lisa Ono o Mario Adnet trabajan a menudo en clave de bossa. Y los clásicos del género, aunque no siempre en versiones gratificantes, se oyen en aeropuertos, restaurantes, locales de moda, ascensores y consultas de médicos de los cinco continentes.
Hoy, los aviones que llegan a Río de Janeiro aterrizan en el aeropuerto internacional Antonio Carlos Jobim. Hay una placa con el nombre del autor de Samba do avião: "Homenaje de la nación brasileña al hombre que supo cantar la belleza de Río". Allí espera el Cristo Redentor con los brazos abiertos sobre la bahía de Guanabara. La bossa nova fue la banda sonora de un tiempo de esperanza y delicadeza, en el que los narcotraficantes no controlaban las favelas y en el que, como añoraba Jobim, uno podía quedarse a dormir en un banco sin temor a ser asaltado. Nada más carioca que la bossa. La música de una ciudad maravillosa, la saudade de un Río que invitaba a soñar.
Bossa nova. La historia y las historias. Ruy Castro. Traducción de José Antonio Montano. Turner. Madrid, 2008. 535 páginas. 28 euros. Brasileiro. Caja de ocho compactos de Antonio Carlos Jobim. Universal Music reedita además cincuenta discos de bossa nova (Astrud Gilberto, Luiz Bonfá, Nara Leão, Roberto Menescal...).
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