"Yo aún no me he 'aburrido' de la energía multicultural que se respira en las bienales"
Parece que solamente Rosa Martínez (Soria, 1955) sabe cuáles son los límites de su carácter. Enérgica y expeditiva, ningún español ha logrado prolongar tanto su exilio como reputada curator en bienales como la Manifesta I de Rotterdam, la V de Estambul, la III de Santa Fe de Nuevo México, la EVA 2000 Limerick (Irlanda) y la de Pusan (Corea), además de haber sido comisaria de numerosas exposiciones internacionales. Y es ahora, en su país, donde se le reconoce su trabajo y se le encarga dirigir la obra de un artista madrileño, afincado en México, para ocupar el pabellón español en la bienal de las bienales. "No tuve presiones del ministerio a la hora de escoger al artista que representaría a España en Venecia. Nadie me obligó a escoger a Santiago Sierra", asegura Martínez, que hasta el día de hoy ha sido capaz de mantener el interés tanto de sus admiradores como de sus detractores.
"Santiago Sierra ha realizado tres proyectos que actualizan sus obsesiones estéticas e ideológicas en torno a la poética de la obstrucción"
PREGUNTA. Ya en 1846, Baudelaire se preguntaba "por qué era tan aburrida la escultura". Hoy los llamados métodos tradicionales dependen sobre todo de la Administración pública y parece que los artistas intentan escapar de la mímesis, renuncian al marco del cuadro y buscan nuevas hibridaciones en los environments, performances, vídeos. ¿Cuáles cree que son las causas de ese "aburrimiento"?
RESPUESTA. El aburrimiento es un tipo de cansancio propio de las sociedades de la abundancia. Los esfuerzos del arte contemporáneo por escapar de la rutina responden a la lógica de un sistema que se alimenta estimulando la producción y el consumo de novedades, pero surgen también de la necesidad de revisar unos cánones estéticos que no son válidos desde las nuevas perspectivas poscoloniales o de género. El white cube se ha quedado definitivamente estrecho, el formalismo se ha mostrado insuficiente y el arte se ha expandido por todo el espacio social.
P. Sí, pero quizá una de las consecuencias de esa expansión haya sido lo que Guy Debord llamó "lo espectacular integrado". Y ahí entran las bienales. ¿No se han convertido éstas en un instrumento de promoción turística de los Gobiernos?
R. Yo creo que las bienales siguen siendo una fórmula válida para situar a las ciudades en el mapa del prestigio global y por eso proliferan por todo el planeta. La etiqueta "bienal" tiene connotaciones positivas, como internacionalidad, innovación, apuesta por las artes como emblema para la diplomacia, y satisface muchos intereses políticos y culturales. Las bienales son vívidos ensayos para una "utopía transnacional", en palabras de Arthur Danto, y yo aún no me he "aburrido" de la energía multicultural que se respira en estos eventos.
P. ¿Qué hace a la Bienal de Venecia diferente respecto a la ya extinta de Barcelona, la de Santa Fe, la de Estambul o la muy joven de Valencia?
R. Entre otras cualidades, la Bienal de Venecia tiene continuidad, que es lo que no tuvo la de Barcelona. La de Santa Fe gozó de unos inicios prometedores, pero se ha "museologizado". La de Valencia no la he visitado. Para mí, la Bienal de Estambul sigue siendo el paradigma de las nuevas bienales, tanto por proponerse como punto de encuentro entre Oriente y Occidente como por haber mantenido el criterio y la paridad de cuotas a la hora de elegir los curadores. Además, ofrece la propia ciudad como texto sobre el que articular los discursos artísticos y ha creado sólidas conexiones entre la escena local y la internacional.
P. Y en medio de todo este engranaje, ¿quién cree que hoy reprueba o aprueba al artista?, y ¿dónde empieza y termina el poder del comisario?
R. El comisario es un elemento más en el sistema de validación. Su poder radica en su capacidad para interpretar crítica y visionariamente su tiempo y para catalizar las diferentes fuerzas (institucionales, económicas, estéticas) que se articulan en una exposición.
P. Usted ha decidido llevar a un artista, digamos, poco "ortodoxo" para representar a España en la bienal, en contra de la opinión de unos pocos y del conservadurismo de muchos
R. Yo no he hecho más que seguir mi línea de trabajo habitual; ahora, en un certamen como la Bienal de Venecia, que se autodefine como prospectivo, de apuesta por las nuevas tendencias. Cuando el Ministerio de Exteriores me invitó a comisariar el pabellón, pensé que era importante presentar una propuesta que nos conectara con los discursos internacionales. Es cierto que Santiago Sierra trabaja en los límites y que no es un artista confortable y decorativo, pero yo he colaborado con él en otras ocasiones y valoro su extraordinario talento como escultor, su lucidez intelectual y una determinación creativa poco común, que le han valido un amplio reconocimiento mundial. Quizá mi elección resulte sorprendente en un país con una larga tradición de instrumentalización de las artes, pero el Ministerio de Exteriores ha respetado mis criterios. Conocían mi perfil como comisaria independiente y mi trayectoria profesional, y han asumido el riesgo de mi elección.
P. ¿Cómo se articula el trabajo de Santiago Sierra en Venecia?
R. Sierra ha realizado tres proyectos que actualizan sus obsesiones estéticas e ideológicas en torno a la poética de la obstrucción, la provocación lingüística y la reflexión sobre el trabajo como tecnología de castigo. Sierra no crea objetos utilizando materiales tradicionales como el hierro o la madera. Hace uso de estrategias performativas en las que las personas se convierten en materiales escultóricos que formalizan tensiones sociales. En el pabellón reflexiona sobre las formas de intermediación política y restricción del acceso a diferentes territorios. Escenifica tensiones de la globalización, que pretende abolir los límites para la circulación del capital, pero crea nuevas fronteras para las personas. Conecta también con la tradición crítica de las pinturas negras de Goya y con las visiones de Buñuel, así como con la antiforma americana y el teatro del vacío.
P. Cuando presentó a Sierra en Madrid y los periodistas le preguntaron su opinión sobre el conflicto bélico en Irak, usted le retiró el micrófono. Mucha gente no entendió esa "censura", sobre todo después de que artistas e intelectuales ya habían empezado a expresar su opinión sobre la política exterior del Gobierno de Aznar.
R. En la rueda de prensa de febrero de 2003, Sierra expresó sus clarividentes opiniones sobre la guerra, diciendo que no son los Estados los que deciden sobre ella, sino que es el capital el que decide las posiciones de los Estados. A mí me molestó que un periodista quisiera simplificar el alcance de esta reflexión cuando preguntó: "¿Pero eso qué quiere decir: que está a favor o en contra?". Y pedí que se pasara a hablar de otro tema. Sierra respondió después a otras preguntas donde, para quien quisiera o pudiera entenderlo, definió su postura, tal como recogieron algunos medios.
P. ¿No cree que los pabellones nacionales deberían desaparecer? El propio director de la bienal, Francesco Bonami, se ha mostrado más partidario de una muestra transnacional.
R. Los pabellones nacionales son una hermosa metáfora de la ideología del siglo XIX: cada país tiene su propio territorio autónomo y soberano en el contexto idílico del jardín, símbolo de la posibilidad de convivencia arcádica entre las naciones. Hoy sabemos que ese sueño es una ficción y por eso la exposición internacional juega con otros parámetros de selección y representación. Bonami ha polarizado claramente la bienal al elegir dos jurados diferentes: uno para los pabellones nacionales y otro para las exposiciones internacionales.
P. ¿Cree que el lugar de exhibición de una obra artística determina por completo lo exhibido? ¿Cuál debería ser en la actualidad el papel del museo?
R. El significado de un signo depende siempre de su contexto. Los museos siguen conservando una cierta hegemonía pero tienen un ritmo más lento que el de las bienales y ya no son la única institución para consagrar a un artista. Aunque lo pretendan, tampoco escapan a la dinámica del espectáculo ni a la imparable megacirculación de ideas y productos de la globalización. Tanto los museos como las bienales han de mantener su función crítica y un alto grado de autonomía para no convertirse en puros instrumentos de marketing político, económico o gubernamental.
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