Una promoción de viviendas, junto a una fosa común de víctimas del franquismo
Cuando Ignacio Ávila, era niño y visitaba el cementerio viejo de La Palma del Condado, había una zona por la que a no le dejaban jugar. "No corras por allí, chico, que es donde están enterrados los pobrecitos", le decían.
Con los años, Ignacio aprendería que así es como se referían sus mayores a los dos centenares de fusilados por las tropas franquistas en la Guerra Civil. Vecinos todos del pueblo, y de otros municipios cercanos, enterrados presuntamente en una fosa común del camposanto.
El cementerio desapareció y en sus inmediaciones se construye una urbanización de 119 viviendas. El recuerdo de la sepultura masiva sigue vivo entre muchos vecinos del pueblo y familiares de los represaliados. Hace algo más de un año, pidieron al Ayuntamiento, gobernado por el PP, que garantizase el cuidado del lugar por la presencia de las obras, así como el traslado de los restos de los asesinados al cementerio municipal. Porque es allí donde quieren darles una sepultura digna y erigirles un monumento de recuerdo. Por eso, piden al promotor de las obras, José Antonio Lagares, que permita que técnicos de la Asociación de Memoria Histórica controlen los posibles movimientos de tierra, para cerciorarse de que no se pierden los restos de los fusilados.El mismo Ignacio Ávila que correteaba por el antiguo camposanto, es hoy el vicepresidente de la Asociación de Memoria Histórica de Andalucía de la Campiña y el Condado de Huelva. Ávila es nieto de una fusilada por las tropas rebeldes contra la II República. El pasado domingo, él y otros 80 vecinos de La Palma y pueblos de alrededor, se concentraron ante la fosa común para hacer saber a todos sus peticiones. Ayer, Ignacio Ávila volvió al lugar. Esta vez, acompañado de Rosario Díaz, de 77 años y Manuela Pinto, de 79, que es su tía. A Rosario le asesinaron a su padre, Celedonio, un tonelero socialista, en los primeros meses de la guerra, siendo ella sólo una cría. A Manuela, le mataron a su madre, Ignacia Domínguez, y a dos hermanos de ésta, que eran sindicalistas.
"Mi padre está enterrado aquí", afirmaba ayer con toda seguridad Rosario. "Lo sé porque unos niños se lo dijeron a mi hermano al poco de que se llevaran a mi padre. Le dijeron 'a tu padre lo han matado aquí y lo han enterrado en ese montón'. Fui yo la que se lo comuniqué a mi madre", continuó la mujer. En el caso de la madre de Manuela, no hay seguridad de dónde descansa. Y esa duda es una herida abierta. A Manuela todavía le duele hablar. Y no puede evitar llorar cuando repite que no quiere morirse sin antes haber llevado flores a la tumba de su madre.
Voces como la de Rosario y de testigos de los fusilamientos permiten a la Asociación de la Memoria afirmar que allí se encuentran los 200 asesinados. Unos días en los que los franquistas cebaron las tumbas improvisadas del pueblo. Los datos de estudiosos citados por la Asociación de la Memoria Histórica elevan los asesinados a unos 500, dentro de una población que rondaba los 8.000 habitantes. "La impresión que dejó la matanza en todos fue enorme. Y todavía se nota el miedo a la hora de hablar. Hemos sacado testimonios con cuentagotas", reconocen miembros de la asociación.
Así que no les ha sorprendido las reacciones, no sólo de muchos vecinos, sino también del Ayuntamiento y de la propia constructora, a los que acusan de una total falta de sensibilidad con sus peticiones. El Ayuntamiento, regido por Juan Carlos Lagares, se negó ayer a hacer declaraciones.
El promotor de la obra, José Antonio Lagares, dijo que la zona donde se presume que se encuentra la fosa común está destinada para una plaza con espacios verdes y de recreo y "allí no se va a meter ninguna excavadora para sacar tierra ni nada", aseveró. El promotor se queja vehementemente de que a él "nadie" a ido a consultarle, al tiempo que desconfía de que allí existan restos de fusilados.
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