El arte invisible
Emilio Ruiz del Río era una leyenda viva del cine. Durante 65 años realizó trucos visuales para más de 450 películas con total entrega, dedicación y humildad. Era un perfeccionista que amaba el trabajo bien hecho. Cuando el director Robert Siodmak le vio encajar uno de sus trucos en los decorados de La última aventura (Custer of the west, 1967), se rindió ante su arte, y como prueba de gratitud le regaló el visor que le había acompañado desde el rodaje de La escalera de caracol (1945). Emilio lo guardó como oro en paño. No se atrevió a utilizarlo nunca, decía, "por respeto".
Emilio Ruiz se introdujo en el mundo del cine de la mano del director artístico Antonio Simón y del pintor Enrique Salvá. Trabajó en la práctica totalidad de los estudios cinematográficos de Madrid pintando los grandes telones o forillos del cine de la época, hasta que, espoleado por el decorador Sigfredo Burman, comenzó a investigar las técnicas de la escenografía pintada en cristal que tan buenos resultados habían reportado a la cinematografía alemana, la referencia de nuestro cine en los primeros años de la posguerra.
A partir de entonces, la imaginación de Emilio Ruiz se disparó y empezó a reinventar las técnicas tradicionales del trucaje cinematográfico: cristales combinados con espejos, maquetas pintadas en chapa de aluminio -invención del propio Emilio-, maquetas corpóreas fijas o móviles, trucos de agua con piscina, trucos de fuego, animación de muñecos y todas las combinaciones posibles entre estos efectos. Sus trampantojos cinematográficos adquirieron gran notoriedad y sus trucos empezaron a ser conocidos en todo el mundo como emilios.
El productor Italo Zingarelli vio el potencial de su trabajo y se lo llevó al cine italiano, aunque gran parte de los ocho años que estuvo contratado por Film Columbus los pasó en España cedido por la productora para participar en las películas que empezaban a rodarse aquí por las compañías americanas e inglesas: Rey de reyes (1961), El Cid (1961), Lawrence de Arabia (1962), 55 días en Pekín (1963), Cleopatra (1963), El fabuloso mundo del circo (1964), La caída del imperio romano (1964), Doctor Zhivago (1965), Golfus de Roma (1966) y un largo etcétera.
Después de recrear el atentado contra Carrero Blanco en Operación Ogro (1979), fue el productor Dino de Laurentiis quien requirió sus servicios para una serie de películas entre las que destacan Conan, El Bárbaro (1981) y Dune (1984). De Laurentiis intentó retenerle en los estudios que había construido en Wilmington, pero Emilio quería estar con su familia y volvió definitivamente a España. Siguió trabajando para producciones foráneas, pero también nuestro cine pudo beneficiarse de su arte invisible. Hizo los magníficos trucajes -el campo de concentración, los estudios UFA, el aeropuerto de Berlín- de La niña de tus ojos (1988), y recibió el Goya de la Academia de Cine por Acción mutante (1992), Nadie conoce a nadie (1999) y El laberinto del fauno (2006).
Emilio era el último gran especialista en las técnicas tradicionales del trucaje cinematográfico que permanecía en activo. Sus trucos, tan antiguos como el propio cine, aún resolvían con gran realismo toda clase de necesidades visuales. Sin embargo, su trabajo, fruto de su vasta experiencia y de un riguroso conocimiento de disciplinas tan diversas como el dibujo, la perspectiva, la escala, el color, la escultura, la iluminación, los decorados y la fotografía, ya no estaba al alcance de cualquiera. Emilio soportaba sobre su persona todo su legado; él sólo representaba el final de la artesanía cinematográfica en la época de la tecnología digital. Con Emilio desaparece una forma de entender el cine.
Acompañarle durante este último año y ver el amor que ponía en su trabajo ha sido para mí una enseñanza inolvidable y un privilegio del que siempre le estaré agradecido.
Sigfrid Monleón, director del documental El arte invisible de Emilio Ruiz.
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