Operación vestido de sirena
La alfombra roja de los Globos de Oro apuesta por ampulosos trajes a medida - Nadie quiere fallar en unos tiempos en que cualquier detalle se hiperanaliza
La ceremonia de entrega de los Globos de Oro confirma la desaparición de la naturalidad y la osadía en la era del hiperescrutinio. En la actualidad hay más ojos que nunca mirando lo que sea y desmenuzando el más banal de los acontecimientos. En este contexto, ¿quién puede culpar a los actores de querer preparar sin mácula sus escudriñadas apariciones? Sobre todo, porque estas ceremonias se han convertido en poderosos escaparates, capaces de cambiar el rumbo de una carrera y de reportar cuantiosos ingresos gracias a industrias aledañas.
"Vestirse para uno de estos eventos ha dejado de significar prepararse para una cena y estar guapa", afirmaba en The New York Times hace unos días George Kotsiopoulos, presentador del programa Fashion Police. "Ahora se trata de promocionarte como marca".
Charlize Theron y Angelina Jolie brillaron con diseños de alta costura
Buena muestra del interés publicitario que la gala tiene para las casas de moda, joyería y marroquinería son las decenas de correos electrónicos que ayer recibió este periódico reivindicando hasta el más nimio detalle de lo que allí se lució. Los actores han aprendido algo de las firmas que los visten y han instrumentalizado y profesionalizado estas presentaciones. Todo está calculado con el mismo afán industrial con el que las productoras de sus películas organizan rondas de entrevistas de tres minutos.
En solo una década, los estilistas han pasado a ser protagonistas y casi tan famosos como algunos de sus clientes. Su llegada ha sofisticado las relaciones entre diseñadores y actrices al tiempo que ha convertido la lucha por obtener trajes únicos en operaciones de espionaje y diplomacia. De ahí la profusión de diseños concebidos y realizados a medida que se vieron en los Globos de Oro, hasta no hace mucho considerados como un evento bastante más relajado que los premios Oscar. Pero hoy nadie quiere llevar un vestido que ya haya sido visto, ni siquiera sobre una pasarela. Charlize Theron, de Dior Couture, o Angelina Jolie, de Atelier Versace, brillaron y exhibieron las bondades de esa fórmula. Ahora bien, la imposición de un código casi único de trajes con cola, siluetas de sirena y sobredimensionados pendientes, tal vez, implica llevar ese anhelo de majestuosidad un poco demasiado lejos. Incluso la otrora audaz Madonna se decantó por el clasicismo de puesta de largo de Reem Acra, famosa diseñadora nupcial.
Pocos atisbos de espontaneidad hubo en esta ocasión. La corbata a rayas de Viggo Mortensen y el cuello abierto de Rick Gervais se enfrentaron, solitarios, a una fuerte marejada de protocolarios esmóquines. Entre las mujeres, Meryl Streep parecía la única con el aplomo suficiente para interpretarse a sí misma. Dicho lo cual está por ver si lo que el público solicita hoy de las estrellas es que se arriesguen con la sinceridad o que regalen un aparatoso espectáculo de fuegos artificiales.
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