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Bono | DAGUERROTIPOS

Héroe del rock sin nada de alcohol

Manuel Vicent

Paul David Hawson, alias Bono, el líder de U2, tiene muy buen corazón, pero a la hora de ejercer la caridad no se parece en nada a esas damas de la buena sociedad, marquesas y cosas así, que también se ponen a veces de parte de los niños sin hogar y montan subastas de beneficencia con los cachivaches de sus antepasados, o se disfrazan de cocineras con un delantal bordado en el rastrillo para que, a cambio de un gazpacho, se rasquen el bolsillo esos señorones de la derecha que lucen abrigos verdes con fuelles en los sobacos. Se trata de otro nivel. Contra la malaria y el sida en África, esta estrella del rock organizó una fastuosa subasta benéfica en Sotheby's con alfombra roja para famosos, de Brad Pitt para arriba, quienes pujaron por un Jasper Johns o por una calavera con diamantes de Damien Hirst, y recaudó más de treinta millones de dólares.

Paul David Hawson, alias Bono, es esa clase de héroe que después de echar un sermón entre canción y canción con gafas de soldador, al final de cada concierto de U2 deja sueltas en las bocas del suburbano a sus mesnadas, bien aleccionadas contra el hambre en el mundo. Como cualquier héroe pagano o religioso, Bono trae desde el desierto un mensaje para el pueblo, viene a redimir a los pobres y salvar a los desesperados, pero sus seguidores tampoco se parecen nada a esos ecologistas capaces de paralizar la obra de una autopista si descubren un excremento de lince en el contorno, o que se encadenan frente a una central nuclear, o meten su zódiac bajo la proa de un ballenero. Los neófitos de Bono tienen, más bien, pinta de paramilitares en celo y lucen pantalones piratas, las cabezas rapadas y camisetas color caqui.

La batalla de este predicador de U2 va más allá de la defensa de las focas y de las ballenas, hasta el extremo de someter a sus súbditos a un dilema emocional casi irresoluble: admitir que la filantropía puede ensamblarse con el rock más salvaje sin infectarle cursilería; que se puede ser a la vez copropietario de la revista supercapitalista Forbes o socio de Facebook, eludir impuestos en Irlanda y clamar desde los escenarios con gritos selváticos en favor de la justicia universal sin que tanta bondad mediática no parezca publicidad. O caer estéticamente tan bajo como darle la mano con los cinco dedos a George W. Bush, un tejano tóxico, el repartidor de metralla sobre las cabezas de muchos inocentes, solo por sacarle la promesa de unos millones en la lucha contra la malaria. O ser el autor de la canción Elevation, una oración llena de misticismo ("Alto, más alto que el sol / necesito que me eleve aquí / en la esquina de los labios / como en la órbita de las caderas / eclipse / que elevan el alma"), y al mismo tiempo darle ese mismo nombre, Elevation Partners, a su empresa, forrada de millones que le salen por las orejas y le tiran hacia abajo. O esperar que tus súbditos te admiren por tu talento y al mismo tiempo te perdonen el flirteo con los amos del universo.

También Bob Dylan compra terrenos y canta para el Papa, también Sting se ha hecho cargo de la lucha contra la deforestación del Amazonas. Al menos hay que agradecer que Bono no se haya convertido en un promotor inmobiliario partícipe en la catástrofe del Mediterráneo.

Este héroe de los pobres vino al mundo en Irlanda en 1960. Ha pasado de las drogas al ascetismo absoluto, fuma puros pero no porros, no bebe, lee la Biblia, juega a la ajedrez, pinta cuadros, escribe en The New York Times. Nadie le ha pillado hurtando una revista en un aeropuerto, ni con un vídeo porno en el hotel, ni llevándose los jaboncillos del lavabo al dejar la habitación. Después de clamar contra el hambre y la injusticia en el mundo al final del concierto donde ha tenido a sus pies a 80.000 fanáticos, batiendo siempre el récord de los Rolling, recoge los millones y se va a descansar en su castillo inglés. Unos le aborrecen por ser fiel a su mujer, otros le odian por ser tan guapo, los resentidos no le perdonan su éxito, muchos creen que sería perfecto si no fuera tan bueno, pero es Bono, el líder mesiánico de U2, un predicador, héroe del rock, sin nada de alcohol.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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