Trepar
El dicho "que hablen de mí aunque sea mal" no pierde su contundente veracidad en la era virtual. Hace pocos días, The New York Times daba cuenta de la historia de una mujer que había comprado unas gafas por Internet, en un sitio que se anunciaba brillantemente con decorador de ojos. Al recibir a vuelta de correo una montura distinta a la que había solicitado y pagado por adelantado, trató que le reembolsaran el dinero y cuál fue su sorpresa al encontrarse con que al otro lado de la Red el responsable de la venta no solo se negaba a reintegrarle el dinero en su tarjeta sino que acabó insultándola y amenazándola: "Sé dónde vives y todos tus datos".
Lo sabroso de la historia es que no se limita a ser un caso más del maltrato al cliente, ese hábito que han adquirido casi todas las empresas de servicios, amparados en una lejanía que les permite colgarte el teléfono impunemente, fatigarte entre operadores desinformados o martillearte con hilo musical de espera hasta que perder el dinero te resulte mucho más saludable que perder la salud mental. Al parecer el tipo provocaba a los clientes y los maltrataba comercialmente a la espera de que recurrieran a las páginas de Internet donde se protesta contra un sitio web, que escribieran en la Red sus comentarios negativos y que advirtieran a los demás usuarios del peligro de aquella empresa. Con todo ello fomentaba que el número de menciones directas en Internet se multiplicaran y lograr trepar en la jerarquía del buscador Google, siempre tan objetiva y numérica. De esta manera, la publicidad, aunque negativa, garantizaba a la firma aparecer en primera posición siempre que alguien tecleaba en busca de gafas.
La pillería del siglo XXI tiene mucho que ver con la incapacidad de desbrozar la torrentera de impulsos que confluyen en la Red. Este pequeño cuento desasosegante es bien esclarecedor de cómo funciona una maquinaria sin criterio, sin capacidad de raciocinio, con demoledora dependencia de factores superficiales. Aplicado al mundo mediático, donde Internet es ya una ventana fundamental, nos hace ver que el magma de datos puede amparar una tremenda manipulación transparente. Estar bien informado es un derecho, pero también un deber particular.
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