Trabajo
Parpadean aún las imágenes de los falsos ejecutivos con bombín manifestándose por la Castellana de Madrid. Es lo que tiene el reciclaje: noticia, comentario, parodia, documentación y efemérides; entre una cosa y otra, y apoyándose en Internet (un medio que no es instantáneo, como se dice a veces, sino atemporal: todo al mismo tiempo), cualquier imagen es ordeñable durante una temporada.
Los falsos ejecutivos (o auténticos, disfrazados de falsos) celebraron el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo. Me parece una idea oportuna. Lo suyo, al zambullirse en una crisis económica, es tratar de pasárselo lo mejor posible. Total, nada es eterno. Y el empleo mucho menos.
¿Qué hace falta para divertirse en el trabajo? Primero, un trabajo. Esa condición resulta esencial. Segundo, que el trabajo sea bueno, de los que hacen que uno se sienta realizado: en los andamios se ríe poco, y, a medida que crece el paro, menos. Tercero: tener vocación de trabajador. Desconozco personalmente en qué consiste, pero he escuchado muchas veces lo de "yo disfruto trabajando, porque hago lo que me gusta". Eso se lo he oído decir a tipos cuya jornada laboral consiste, básicamente, en echar broncas, recibir broncas y sufrir infartos, por lo que espero no contraer nunca la vocación. Cuarto: considerar que el propio empleo es creativo, lo cual requiere a su vez una importante capacidad de autoengaño. Diría que esta última es la condición más importante. Cuando uno es capaz de engañarse correctamente a sí mismo, todo lo demás viene por sí solo.
Si creemos que la palabra plusvalía sólo está relacionada con las inversiones financieras, podemos creernos cualquier cosa. Como que el trabajo puede ser divertido. Yo opino que para sobrellevar el trabajo convienen las mismas cualidades que para sobrellevar la cárcel: compañerismo, un mínimo de solidaridad y ganas de fugarse.
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