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Cosa de dos
Columna
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Periodistas

Que hay una televisión menos timorata que el cine de Hollywood es algo conocido. Basta comparar, por ejemplo, La sombra del poder y acudir a su fuente, una miniserie británica, State of Play. En la quinta temporada de The Wire hay un relato preocupante sobre cómo algunos diarios en crisis pueden arrinconar su cultura profesional y dar cancha a verdaderos mentirosos, eso sí, con una atrapante pluma.

El cine, porque lo necesita la arquitectura del guión, tiende a convertir al reportero en héroe. Bebedor y malvestido, pero héroe. En la vida, cuando un periodista tiene que ser un héroe para hacer su trabajo es que algo falla. La libertad de expresión, por ejemplo. En el cine hay merecidísimos homenajes a unos tipos honestos. Pero también abundan durísimos sarcasmos. Uno de los más inclementes lo fabricó Howard Hawks en Ciudad sin ley cuando el editor cuenta que al infierno donde van los periodistas al morir se acomodan en un despacho rojo y escriben sobre el buen tiempo del lugar. Es decir, nos pinta instalados en la mentira.

En La sombra del poder hay alguna pincelada que no está en la serie. Por ejemplo, la tonta suspicacia del reportero del papel hacia su joven colega digital. Una suspicacia profesional que se borra trabajando juntos. En cambio, la serie está más atenta a la cocina redaccional, a las dificultades para saber y, luego, publicar lo que se sabe. Es difícil calcular el efecto de una noticia. Lo contaba Walter Cronkite en Memorias de un reportero (EL PAÍS-Aguilar). Hizo un durísimo reportaje sobre el mafioso sindicato del transporte de Hoffa. Al día siguiente lo llamó el mismísimo Hoffa. Era para felicitarle. "Caímos en la cuenta: acabábamos de regalarle unos cuantos millones en publicidad". Sus transportistas imponían el terror y el reportaje funcionaba como un aviso del castigo que esperaba a los díscolos.

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