Patrick Kinna, el taquígrafo de Winston Churchill
Una profesión tan anónima como la de taquígrafo puede colocar a alguien en el centro de la historia. Patrick Kinna, fallecido en Brighton (Reino Unido) el 14 de marzo, a los 95 años, fue, durante la II Guerra Mundial, taquígrafo y asistente de Winston Churchill. Gracias a eso conoció a algunos de los protagonistas de la historia, como el presidente de EE UU Franklin D. Roosevelt o el dictador soviético Josef Stalin.
Nacido en 1913 en Londres, tomó clases de taquigrafía y mecanografía, y mientras decidía si ser periodista o profesor de patinaje trabajó en un banco. Cuando llegó la guerra, se enroló en la reserva, y por sus habilidades (había ganado el campeonato de velocidad de los secretarios ingleses) la inteligencia británica le envió a varios destinos. El primero, en París, con el duque de Windsor. Después, en una misión que iba a preparar la colaboración entre EE UU y su país. Al volver a Londres, Downing Street lo reclamó.
Estuvo en el primer encuentro entre Churchill y Roosevelt, en la Conferencia del Atlántico en agosto de 1941. Además de evitar que los marineros silbasen, cosa que espantaba a su jefe, tomó nota de lo que sería el acuerdo de colaboración. "Fue agotador, pasé días escribiendo a mano y a máquina", recordó años después.
A través de sus recuerdos se conocen muchas anécdotas de Churchill. En su visita a Washington las Navidades siguientes, Kinna le acompañaba a todas partes lápiz y cuaderno en mano, porque en cualquier momento al prócer se le podía ocurrir alguna idea para su discurso ante el Congreso. La inspiración le vino bañándose. "Me dictaba mientras se balanceaba como una marsopa", cuenta el diario The Times que dijo. "Al salir de la bañera, el ayuda de cámara intentó secarlo, pero como se movía tanto, le perseguía para por lo menos cubrirlo un poco. En esto, llamaron a la puerta. Le cayó la toalla y abrió. Allí estaba Roosevelt, en su silla de ruedas. 'Como ve, señor presidente, no tengo nada que ocultarle', dijo".
Kinna apuntaba todo lo que Churchill le indicaba, y cuidado con perder algo. Quien no se perdió nada fue Stalin, cuando los recibió en el Kremlin en agosto de 1942. "Churchill describió a Stalin como un tipo desagradable, maleducado, hosco, diabólico y terrible", recordó Kinna.
Tras la guerra, Kinna trabajaría con el ministro de Exteriores y después dirigiría una empresa maderera. Al jubilarse se dedicó a dar charlas con sus historias de la Historia con fines benéficos.
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