Moshe Landau, el juez que sentenció a Eichmann
El magistrado israelí presidió el juicio al criminal nazi
El criminal Adolf Eichmann debe de estar temblando en el más allá. Si en febrero seguía sus pasos hasta allí el incansable cazanazis Tuviah Friedman, que lo persiguió toda su vida, ahora acaba de partir también el hombre que lo juzgó y pronunció su sentencia de muerte, el juez Moshe Landau, fallecido el 1 de mayo en Jerusalén a los 99 años.
Aquel día, el 11 de diciembre de 1961, el cielo sobre Jerusalén era de un azul luminoso y hacía un saludable fresco. Se formaron colas para conseguir un asiento en el espacio reservado al público del moderno Beth Ha'am, la Casa del Pueblo, donde se desarrollaba desde el 11 de abril el juicio contra Eichmann, que concentraba la atención (y el morbo) del mundo entero. Cuando se hizo entrar al acusado, todos los presentes contuvieron el aliento. Aunque la lectura de las 211 páginas de la sentencia, una de las más precisas síntesis de la persecución y exterminio de los judíos jamás realizada, duraría otro día completo, se resolvió, por humanidad hacia el inhumano acusado, no hacerle esperar más. Se le ordenó ponerse en pie y el presidente del tribunal, Landau, le declaró culpable de crímenes contra el pueblo judío, culpable de crímenes de guerra y culpable de pertenecer a organizaciones hostiles (SS, SD y Gestapo). Fue condenado a muerte.
Su actuación al frente del tribunal fue un ejemplo de rigor jurídico
Eichmann, que sería ahorcado el 31 de mayo de 1962 y arrojado con gran justicia poética a un horno pasmoso que ríete tú del de Shadrach, escuchó con el rostro sacudido por un tic incontrolable. Siguió moviéndose nerviosamente y haciendo muecas veinte minutos más después de sentarse. No se lo esperaba, lo que era muy ingenuo por su parte, visto y oído lo que había deparado el juicio -por no hablar de lo que tenía sobre la conciencia-. Había confundido la humanidad con la debilidad, como escribió Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén, la corrección y el buen trato del tribunal con una imposible simpatía hacia su causa.
Esa sensación de confianza del especialista nazi -especialista en muerte- dice mucho del impecable trabajo de Landau, que se esforzó en que la equidad y la justicia reinaran en todo momento en el juicio. Un reto lo que se estaba juzgando, lo que Eichmann representaba y la manera en que había llegado ante el tribunal: el secuestro de Eichmann y su juicio en Israel ante un tribunal israelí y no uno internacional suscitaron grandes dudas sobre la legalidad y legitimidad del proceso. Se cuestionó que judíos como Landau pudieran juzgar un crimen contra los propios judíos de la magnitud del Holocausto. Él respondió -con unas frases de eco shakespeariano- que un juez nunca deja de ser un ser humano "de carne y sangre, con sentimientos y sensibilidades" pero obligado por la ley a contenerlos.
Landau hubo de enfrentarse también a las presiones políticas internas y al deseo de buena parte de la sociedad israelí, incluido el presidente David Ben-Gurion, de convertir el proceso en un acto propagandístico de afirmación del joven Estado (Simon Wiesenthal llegó a recomendar que se le juzgara vestido con el uniforme de las SS, para que no pareciera tan banal el tipo). En este sentido, el juez, obsesionado con el decoro en la sala, trató de evitar cualquier desviación en el motivo central del juicio y que este degenerase en un show o se convirtiera en una lección de historia, a lo que era bastante proclive el fiscal, Gideon Hausner.
Durante el juicio puso muchas veces en su sitio a Eichmann, el hombre en la cabina de cristal, que llegó a mostrar un gran respeto por el juez, quizá, según señala David Cesarani en su biografía canónica del gris asesino, al proyectar en Landau su necesidad de autoridad y la imagen paterna que siempre había guiado su vida. Vaya chasco se llevaría al final Eichmann.
Nacido en 1912 en la alemana Danzig (actual Gdansk polaca), Landau, considerado uno de los fundadores de la ley del moderno Estado de Israel, se graduó en Derecho en la Universidad de Londres en 1933, año en que emigró a Palestina. Convencido sionista que no creía que la paz con los árabes fuera posible, fue un gran personaje de la vida legal en Israel. Entre otros muchos cargos, fue presidente de la comisión para el reconocimiento de los justos entre las naciones en Yad Vashem, la institución de memoria del Holocausto.
Otras de sus actuaciones no fueron tan ejemplares como el juicio a Eichmann. En 1957 fue miembro de la corte marcial que juzgó el polémico caso de la célebre masacre por el Magav, la policía fronteriza israelí, de medio centenar de habitantes, incluidos mujeres y niños, del pueblo árabe de Kafr Qasim. Se impusieron fuertes penas, pero luego quedaron muy reducidas en la práctica y las consideraciones sobre si las fuerzas de seguridad podían negarse a obedecer órdenes de actuar contra su conciencia resultaron como mínimo discutibles. Más grave fue su participación en 1987, como responsable de la comisión de investigación que llevaba su nombre (Comisión Landau), del juicio a los métodos del Shin Bet, el secretísimo servicio de seguridad israelí. La comisión reconoció que cierta "moderada presión física" podía ejercerse durante los interrogatorios, lo que grupos de derechos humanos consideraron que justificaba y autorizaba la tortura. El fallo de la comisión fue rechazado por el Tribunal Supremo israelí 12 años después. Landau no solía conceder entrevistas, pero en una de las raras excepciones negó que la comisión, que lo que pretendía era "sacar al Shin Bet de la zona oscura que lo corrompía", hubiera sancionado la tortura.
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