Josep Pernau, el periodista que nunca supo que era un maestro
Yo he tenido la suerte de haber trabajado con dos grandes periodistas españoles, el primero por orden cronológico fue Josep Pernau Riu (Lleida, 1930), con quien compartí, siempre a sus órdenes, años de dedicación profesional en el Diario de Barcelona, en tiempos de la predemocracia, y poco después con apenas alguna mayor distancia cuando fue director de Mundo Diario y yo me movía en el Tele-Expres, ambos de la capital catalana.
Existe un tipo, inevitablemente poco común, de periodista que llamaremos total, aquel que sabe hacerlo todo, el trabajo de imprenta cuando imprentas había, que orientaba, que decidía, que confeccionaba la página, que, aunque uno no se diera habitualmente cuenta, ordenaba, que podía entrevistar y escribir crónicas, reportajes, informes, en resumen que era capaz de pensar el periódico como un todo. Recientemente ha fallecido uno de los de esa preciosa especie como fue Joaquim Ibarz, de La Vanguardia. Pues, bien, Josep Pernau era algo más que eso; era el que enseñaba a quien quisiera y pudiera aprovecharlo, a convertirse en 'totales' a los demás. Y él lo ignoraba porque enseñaba de la manera más efectiva y sencilla: actuando. Solo había que estar cerca, sin apreturas pero, al mismo tiempo, sin perder detalle. Sin saberlo, sin que tuviera que importarle demasiado, tan solo siendo, Pernau creaba un campo magnético a su alrededor que era la mejor de las clases de periodismo. Sus alumnos, no necesariamente reconocidos como tales por un maestro que ni siquiera se reconocía a sí mismo, cursábamos por libre la 'carrera'; y así, había quien estaba en 'primero' o 'segundo' de Pernau, con el 'tercero' probablemente de examen final y reválida. Pero nadie sabía por qué curso andaba porque ese último año podía extenderse tanto como pudiera extenderse la vida.
Fue presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España
Sus 'Memorias' son obligadas para quien quiera conocer la Transición
¿Fue justa con él la profesión? Por supuesto que Pernau no se quejaba, ni sabía cómo se hacía eso. Y, a simple vista, si reparamos en los cargos y su razonable ascensión hacia el éxito, diríamos que sí. Redactor jefe en el Tele-Expres de Ibáñez Escofet, subdirector de El Diario de Barcelona, director de Mundo Diario, diarios todos que enladrillaron la transición y murieron con ella, presidente de la Asociación de la Prensa de Barcelona cuando el antifranquismo se aglutinaba en una sola candidatura de unidad supranacional, entre 1978 y 1981 presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España -una España periodísticamente federal- y columnista de lujo en sus últimos años, hasta casi anteayer en el Periódico de Catalunya, en medio de todo ello Premio Ortega y Gasset de esta casa en 1991, publicó varios libros de los que sus Memorias son hoy de obligada lectura para quienes quieran saber de aquellos años entre Transición y confirmación de la democracia, y no únicamente para los interesados en la evolución del periodismo, y como gran colofón, en 2005 la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya. Un reconocimiento general de toda la profesión española no habría estado, sin embargo, de más, pero ya se sabe que Barcelona es solo la capital de las marcas orientales.
La profesión supo, ciertamente, quién era y lo que se merecía, pero los que figuramos entre las docenas de periodistas a los que formó sin darle al asunto ninguna importancia -y pienso cuando lo digo, entre muchos, en dos formidables periodistas catalanes: Antonio Franco y José Antonio Sorolla-, sabemos que aún tenía más para dar. Por eso en un libro que tuve la osadía de publicar hace unos años, al dedicárselo decía: "A Josep Pernau, que me ha enseñado mucho más de lo que sé". Y el primer sorprendido al leerlo fue el propio Josep.
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