Albert Ramis, un verso suelto del fotoperiodismo
El fotoperiodista Albert Ramis falleció la madrugada del pasado 24 de enero a los 53 años como siempre le había gustado vivir y trabajar: en el anonimato. Siempre fue un verso suelto y eso explica que nunca tuviera el reconocimiento profesional que mereció. Los miles de negativos que ha dejado reflejan una forma distinta de concebir el fotoperiodismo que arranca de la Transición, cuando aquel joven escuchimizado se jugaba el tipo en las cargas de los grises con las que acababan todas las manifestaciones.
Hijo y hermano de periodistas, Ramis se inició en la fotografía a los 16 años, como era habitual entonces: yendo a los periódicos a enseñar su trabajo. Pasó por casi todas las redacciones de Barcelona (EL PAÍS, El Periódico, Avui, El Observador y la agencia Efe) y durante buena parte de su carrera sufrió la precariedad laboral. El paso de los años, la renovación de las manchetas y la manera de relacionarse con el mundo -a Albert siempre le gustó ir a su aire- agravó su situación profesional. Su último trabajo lo hizo para un grupo de teatro, hace cinco años, y llevaba más de seis sin publicar en ningún medio. Le enamoraba su profesión porque, decía, le permitía conocer la vida desde muchos ángulos, pero con el paso de los años fue cayendo en el olvido como fotoperiodista, incluso cuando se trataba de encargar los trabajos que otros rechazaban. Tenía una sensibilidad especial para retratar los conflictos sociales y las protestas ciudadanas.
El azar quiso que coincidiéramos una semana antes de su muerte en el hospital, en una sesión de radioterapia. Hablamos muy poco de la enfermedad y mucho del estado de la profesión, de cómo habían cambiado las Redacciones, y repasamos qué había sido de este y de aquel. Y de los que se habían ido. La voz de una enfermera interrumpió la charla y antes de despedirnos volvió a pedirme expresamente que no dijera nada a nadie de los tumores que sufría. "Ahora no quiero que mi casa se llene de gente".
En junio de 2011 le detectaron un cáncer que le hizo metástasis. En noviembre empeoró y estuvo un tiempo ingresado, pero mantenía el estado de ánimo, pese a estar ya postrado en una silla de ruedas. "Puso todo lo que pudo de su parte para afrontar la enfermedad. Para mí era el mejor compañero del mundo. No es normal quererse como nosotros", recuerda Vicky, la pareja con la que Albert compartió más de 30 años.
Ramis era terco, un verso suelto del fotoperiodismo y un tipo especial que transmitía ternura. Siempre tuvo un aspecto desaliñado y un corazón mucho mayor que su inseparable Derby Variant, en la que era capaz de encender un Ducados con la colilla de otro, cuando el casco todavía no era obligatorio. "La culpa del cáncer es de haber circulado 35 años en moto por Barcelona, no de fumar tanto", me dijo el día del hospital. Fue enterrado el pasado jueves sin que casi nadie se enterara, como había pedido. Sus restos reposan en el cementerio de Igualada (Barcelona), donde se había trasladado a vivir, huyendo de Barcelona y de casi todo.
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