La grandeza de la política
Galicia tiene un reconocimiento político, incluso en la Constitución y en su Estatuto de autonomía, que la coloca a veces -la verdad, tampoco siempre- a la altura de Cataluña y el País Vasco. Ese estatus se debe a su historia, su lengua, su cultura y se supone que también a su realidad política. Por eso mismo es tan importante lo que hagan sus partidos y sus votantes ante los procesos políticos que están por venir: básicamente, las reformas constitucional y estatutaria, con una investidura previa y unas elecciones autonómicas de por medio. Aplazada la reforma del Estatuto hasta la próxima legislatura gallega, lo más probable es que el calendario posterior a la investidura en España marque la reforma constitucional como prioridad, entre otras razones por las prisas que requiere arreglar la sucesión en la Corona.
En el PP gallego empieza a echarse en falta su llamada ala galleguista, lo cual no es buena noticia
Desde Madrid es creciente el interés de todo el PP y de un sector importante del PSOE por cerrar el mapa autonómico, para lo cual les va de maravilla ese discurso tan simplista según el cual a la gente de la calle no le interesan esas cosas, como si su sanidad, su educación o sus instituciones propias hubiesen caído del cielo, en vez de estar sujetas precisamente a un estatuto, que a la postre es una gran ley marco, lejos de ser una mera entelequia.
A Galicia, descolgada ya de Cataluña, le queda ahora estar muy pendiente de lo que pase en Euskadi, cuyo futuro político estará condicionado, a su vez, por lo que diga el Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán. Lo que sí está claro es que ni el PP ni el PSOE van a estar por la labor de mantener indefinidamente abierto el melón autonómico, salvo que sea para pequeños retoques como los de Aragón o la Comunidad Valenciana, donde populares y socialistas terminaron yendo de la mano.
En este contexto adquiere más relevancia, si cabe, lo que hagan PPdeG, PSdeG y BNG y, por supuesto, las representaciones políticas que obtengan en el Congreso y en el Parlamento de Galicia.
En el Partido Popular gallego empieza a echarse en falta su llamada ala galleguista, lo cual es una noticia complaciente para Ángel Acebes y su aparato jacobino de la calle Génova, pero puede no serlo para el futuro de Galicia. El papel que jugaron Xosé Luís Barreiro Rivas y Gerardo Fernández Albor en la AP que arrancó la autonomía, secundado a su manera por Manuel Fraga, parece quedarse sin herederos con poder real en el equipo de Alberto Núñez Feijóo, donde el autonomista mejor situado sigue siendo Xesús Palmou.
En el PSOE gallego las cosas no están peor que antes, ya que al menos ahora hay un partido unido, si bien tampoco emergen grandes galleguistas, una vez retirada, o marginada, la generación de Fernando González Laxe, Ceferino Díaz, Xerardo Estévez o Miguel Barros. Hoy por hoy, no son antiguos nacionalistas los que muelen las ideas del PSdeG, sino más bien ex comunistas y tecnócratas a los que estas cosas les parece un asunto más del orden del día.
Queda, como siempre, el BNG y una parte de la sociedad civil y del mundo de la cultura, pero falta por ver que eso sea suficiente para lidiar el tremendo toro que viene de frente con relucientes banderillas de España. Es verdad que el nacionalismo gallego jamás había tenido tantas cuotas de poder como alcanzó bajo el liderazgo de Anxo Quintana, pero un reto así requiere mucho más que todo eso.
En el proceso que alumbró el Estatuto vigente hubo una presión desde las elites culturales, asumido por buena parte de la prensa, que suplió muchas de las carencias políticas de aquel entonces. Hoy, sin embargo, se supone que la democracia debe estar más arraigada y que, por tanto, puede aguardarse más nivel de los partidos, sean o no nacionalistas, sean o no galleguistas. ¿O va a resultar ahora que PPdeG y PSdeG también asumen eso de que el Estatuto o la reforma de la Constitución y del Senado no son importantes porque en las cafeterías se habla de otras cosas? ¿Hacia dónde avanza la grandeza de la política en la Galicia del siglo XXI?
El 9 de marzo no van a resolverse estas cuestiones, de las que casi ni se habla, si bien lo que ocurra ese día repercutirá en muchos de los frentes abiertos para Galicia.
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