Donde las calles no tienen nombre
La Fundación Terra Termarum acoge una muestra fotográfica sobre modos de vida castrexos en Etiopía
A los habitantes de la aldea Gumuz, situada en Etiopía occidental, y a los pobladores castrexos de Castrolandín, en Cuntis, les separan dos mil años y muchos kilómetros de distancia. Sin embargo, hay quien ha visto semejanzas entre ambos pueblos atravesando los océanos del tiempo. Más allá, incluso, del hecho singular de que las calles que, a día de hoy, transitan los africanos y las que distribuyen las viviendas y las construcciones del yacimiento cuntiense desde la Edad del Hierro carecen de nombre.
El arqueólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Xurxo Ayán, y el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Alfredo González, realizaron una expedición a la frontera de Etiopía con Sudán en febrero de 2006. Convivieron un mes con los lugareños de Gumuz, atraídos por la posibilidad de estudiar en vivo lo que tanto tiempo llevaban investigando a través de prospecciones arqueológicas y restos materiales: la vida en los castros. "Hay paralelismos en la forma de estar en el mundo de ambas sociedades", explica Ayán. Las coincidencias son, a grandes rasgos, la organización espacial de los poblados, las construcciones circulares que se emplean como viviendas y sus aparejos, es decir, la rudimentaria tecnología para los quehaceres cotidianos.
En Gumuz muelen el cereal en un molino en forma de barco como el del castro
Comprobaron que la cerámica hallada en la aldea fortificada comparte motivos decorativos y que hasta los herreros castrexos tenían un modo de trabajar muy parecido al que vieron en Etiopía. En este regreso al pasado, Ayán y González aplicaron pautas de trabajo arqueológico a una sociedad vivida, hicieron planimetrías e inventarios de material, junto con una perspectiva etnográfica que les permitió establecer comparaciones con la sociedad campesina gallega hasta los años 40 del siglo XX, antes de la mecanización agrícola.
Dice el arqueólogo que los niños se quedan muy sorprendidos cuando, después de visitar el yacimiento de Castrolandín, descubren en una fotografía que en Gumuz muelen el cereal en un molino con forma de barco idéntico al que les acaban de referir. Precisamente, las instantáneas que los investigadores se trajeron de su viaje cuelgan desde hace unos días en las paredes de la sede de la Fundación Terra Termarum de Cuntis. La exposición Onde as rúas non teñen nome inaugura el local, situado en la Praza das Árbores de la localidad pontevedresa, que supone el comienzo de una nueva etapa en la agrupación local nacida en 2001 "por iniciativa de los vecinos", manifiesta con orgullo su presidente, Olimpio Arca.
Tener casa propia, tras años de prestado en la Biblioteca Municipal, significa más espacio para exponer los hallazgos del castro en un museo interactivo y para el exitoso taller de cerámica castrexa. Los impulsores de la iniciativa, la Asociación Amigos dos Castros y la comunidad de montes de Castrolandín, cuentan con los apoyos del Concello de Cuntis y de las empresas Engasa y Termas de Cuntis.
Su destino es salvaguardar el patrimonio arqueológico del municipio, sobre todo el yacimiento de Castrolandín, muy próximo al centro de Cuntis y desde el que se otea todo el valle. Aquel "niño de toxos", como evoca Arca, se ha convertido en el emblema de un trabajo de puesta en valor de la herencia cultural del municipio que es una referencia en toda Galicia. "En una conversación de una tarde con el arqueólogo Felipe Criado
[entonces, al frente del Laboratorio de Arqueoloxía da Paisaxe de la Universidade de Santiago, USC] llegamos a puntos de encuentro", recuerda el coordinador de actividades de la Fundación, Mario Touceda. Los investigadores, unos de la USC y otros del CSIC, encontraron la horma de su zapato: un proyecto de base social, impulsado desde una comunidad local activa, en el que aplicar su filosofía de trabajo.
Ayán dirigió la primera excavación y su colega Carlos Otero se ocupó de las tres siguientes. "Castrolandín concentra muchas virtudes porque es representativo de la cultura castrexa y, como tal, es idóneo para su difusión", explica Otero. Dicho y hecho: voluntarios, estudiantes en prácticas, participantes en los campos de trabajo de la Xunta y hasta reclusos de la cárcel de A Lama han rebuscado en sus entrañas y ya ha recibido la visita de unos 3.000 escolares de toda Galicia. Los de Castrolandín han ganado un lugar por el que pasear y en el que celebrar la noche mágica de San Juan, como hacían sus antepasados en el castro hasta que el franquismo prohibió la fiesta.
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