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Tribuna:La oposición debate su futuro
Tribuna
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¿Y ahora qué?

En las elecciones generales del pasado 20N varios millones de electores abandonaron al Partido Socialista -cerca del 40% de sus anteriores votantes- decantándose por apoyar a otras fuerzas políticas, a uno y otro lado del espectro político, o por la abstención. El abandono se extendió a lo largo de todo el territorio y afectó al conjunto de los dirigentes del partido.

El carácter masivo y transversal de esta derrota le confiere dimensiones históricas. Sin embargo, las reacciones de sus máximos responsables estableciendo como idea central que este resultado es tan solo la consecuencia natural de la crisis económica, no pasa de ser la constatación de una obviedad y un vano intento, me temo, de ponerle puertas al campo.

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En efecto, cabe la tentación de aferrarse a la idea de que bastará con esperar desde la oposición para ver pasar, más pronto que tarde, el cadáver político del adversario abatido por una crisis que todo lo devora. En este supuesto, la conocida máxima de que "en tiempos de tribulación, no hacer mudanza" resultaría de lo más adecuada, y las prisas por hacer el obligado congreso, parecen responder a esta lógica defensiva y de control de la situación.

Pero, necesariamente, el Partido Socialista tendrá que preguntarse acerca de las razones por las que la crisis se ha traducido electoralmente en una debacle. A partir de ese diagnóstico habrá de establecer la hoja de ruta que le posibilite construir un proyecto político confiable y alternativo al de la derecha, que le permita en el futuro renovar la relación con esa mayoría social que le ha dado la espalda.

No se trata de un problema menor. De hecho, al igual que el conjunto de la socialdemocracia europea, debe afrontar el reto de encontrar respuestas a la sostenibilidad del modelo de bienestar europeo -su principal aportación histórica- en el contexto de una progresiva retirada del Estado como garante de derechos (fruto de la presión de los mercados y de la ideología conservadora), así como de una pérdida del papel de los estados nacionales en un mundo cada vez más global. Y todo ello, además, en un momento de bajo crecimiento económico.

La crisis económica y financiera que ha derivado en las mencionadas dificultades para generar crecimiento también ha puesto en cuestión el actual modelo de la UE por su incapacidad para dar una respuesta a la presión de los mercados financieros, en términos de unidad política y de gobernanza económica.

La izquierda ha sido incapaz de articular un programa alternativo frente a la crisis y, en no pocos casos, ha caído en la tentación de convertir la política en una simple gestión del poder. Ha coincidido en demasía con la derecha y se ha difuminado como alternativa, al asumir como única salida posible la estrategia de la austeridad que nos condena a una crisis social duradera con paro masivo y deflación salarial, renunciando a la realización de reformas condicionantes de la lógica del mercado.

A este marco común en el que la socialdemocracia europea debe repensarse, el PSOE ha añadido sus propios ingredientes: una forma de gobernar excesivamente caracterizada por serias lagunas de criterio y de proyecto; y una gestión de la crisis tardía en los tiempos de respuesta y sin contrapesos que permitieran una más justa redistribución de sus inevitables costes de ajuste.

En el ámbito estrictamente de partido, además de su creciente funcionarización y de una alarmante endogamia partidaria que lo ha ido alejando de la ciudadanía, llama la atención la extraña pirueta protagonizada por su aparato dirigente: la designación del candidato, sin primarias ni congreso, y hacer una campaña electoral desmarcándose de la acción del gobierno y de la propia imagen de su presidente.

El PSOE necesariamente ha de encarar su futuro, abriéndose al debate y a las ideas, escuchando y conectando con los nuevos movimientos y demandas sociales. Cambiando su paradigma de partido, asumiendo una profunda revisión de su funcionamiento y renovando radicalmente su discurso y sus propuestas. Recuperando el valor transformador de la política, de la igualdad como vector orientativo y nuclear de la izquierda, y repensando el Estado, sus funciones y papel en la sociedad actual y en la crisis, con una agenda radical de reforma tanto de la gobernanza en el ámbito de la UE como de la regulación de los mercados financieros. Una agenda tan compleja como apasionante.

Por su parte, la situación en Galicia parece una mala caricatura. Tras dos años y medio de gobierno del PP, con Feijoo en la Xunta, ya sabemos el resultado de las recetas conservadoras frente a la crisis: más paro y más deuda, menos derechos y peores servicios públicos. Una Galicia menguante en la educación y en la inversión productiva, así como en la defensa de su territorio y de su lengua.

Y a pesar de ello, el PP avanza y vuelve a superar ampliamente el listón del 50% como en sus mejores tiempos, mientras que el PSdeG se hunde y el BNG prosigue enredado en la búsqueda de su futuro.

Así, en el período 2000-2008, en el que tuvieron lugar tres elecciones generales, el PSdeG ganó 360.000 votos, redujo su distancia con el PP de 30 puntos a 3,4 (obteniendo el 40,6% de los votos). En las cinco últimas citas electorales autonómicas, desde 1997 a 2009, el PSdeG pasó de un 19% del voto a superar el 33% en 2005 y el 31% en 2009, ganando más de 240.000 votos.

Por el contrario, el PSdeG ha perdido en las elecciones generales del pasado 20N 300.000 votos y los 3,4 puntos de distancia con el PP se han convertido en 24. Esta sangría de votos, que se produce desde las últimas elecciones municipales, ha llevado al PSdeG a retroceder a los precarios niveles de apoyo de los años 90. En contraposición, el PP vuelve a recuperar unos niveles de voto superiores al 52% y crece el doble que el aumento observado para la media española, y ello a pesar de su nefasta gestión de la crisis económica. Por su parte, el BNG prosigue su particular vía crucis hacia su conversión en una fuerza secundaria en el mapa político gallego.

Todo parece indicar que el PP encuentra en la ausencia de alternativa su mejor aliado. En efecto, después de la pérdida del gobierno de la Xunta en las últimas elecciones autonómicas, en las que el PSdeG obtuvo el mismo número de diputados y más del 31% de los votos, su aparato quiso escenificar una gran derrota y clausurar el proyecto y el liderazgo político que habían conducido al socialismo gallego a su mejor década y a presidir el gobierno de Galicia.

Se optó, entonces, por la peor de las soluciones: los responsables del aparato del partido se hicieron con el control de la organización y nada se renovó. El socialismo gallego se metió de hoz y coz en el túnel del tiempo escogiendo el camino del retorno a sus viejos fantasmas: renunció a ofrecer un proyecto político propio y autónomo, creíble, abierto y con una renovada orientación socialdemócrata, e hizo de la estrategia de la coyuntura y la oportunidad de cada momento su señal de identidad.

Esta renuncia a un proyecto político en clave de país, de raíz galleguista y federal, le llevó en la práctica a comportarse como una delegación subalterna de la central, sustentado sobre la simple suma de proyectos e intereses de alcance municipal.

La ausencia de alternativa política se ha sustituido por un discurso de carácter orgánico, y ha conducido al cierre de filas defensivo de la organización, confundiendo un partido fuerte con un partido cerrado sobre sí mismo y con tendencia a alejarse de la sociedad.

En síntesis, se repiten prácticamente todos y cada uno de los elementos -incluido un discurso incoherente sobre la relación con el BNG- que nos condujeron históricamente a convertirnos en una fuerza débil y secundaria en los años 90. Sin proyecto, sin criterio, divididos en reinos de taifas locales y con una única idea fuerza en su dirección: controlar la organización y confiar en que la rueda de la fortuna siga girando y vuelva al mismo punto.

Necesitamos más que nunca de una socialdemocracia de honda raíz galleguista dispuesta a repensar sus herramientas y su discurso, a comprometerse autónoma y plenamente con nuestro país, por encima de la improvisación, el regate corto y la simple gestión del poder partidario. Capaz de abordar un profundo proceso renovador que nos permita ofrecer un horizonte y una propuesta alternativa a la derecha y a la actual manera de hacer política. No es fácil pero vale la pena.

Emilio Pérez Touriño fue presidente de la Xunta de Galicia entre 2005 y 2009.

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