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La campaña | ELECCIONES 2009
Columna
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Vieja nueva derecha

Y bien, parece que la cosa se anima. Corríamos el riesgo de que las elecciones pasasen sin pena y sin gloria, como quien no quiere la cosa. Sin embargo, el PP ha conseguido amenizar una atmósfera calma, de cierta inanidad -la legislatura ha sido más bien aburrida, el cambio casi imperceptible- a veces a su pesar. Y es que las noticias sobre corrupción en las filas de la derecha no auguran nada bueno ni en el País Vasco, en el que se espera un gran retroceso de los conservadores, ni en Galicia, que es donde se juega su futuro. Los informativos de televisión destacan todo lo relacionado con Euskadi pero el porvenir inmediato de España se juega en Santiago de Compostela. Este es el lugar desde el que puede resurgir el Fénix conservador. Y la derecha madrileña -la derecha más derecha de todas las derechas de España con excepción de la valenciana- es consciente de ello.

Socialistas ladrones y nacionalistas totalitarios es el cóctel perfecto del imaginario de la derecha

De ahí el gafe de la frustrada candidatura de Luis Carrera (¿una víctima de Baltar?) y lo feo de que declare por cohecho y asociación ilícita Pablo Crespo, antiguo secretario de Organización del PP y en la actualidad socio de la empresa Good and Better (y, en efecto, qué puede haber de más bueno y mejor que los contratos a dedo).

Pero ése ha sido un desvío a Santiago del combate madrileño. Los estrategas de la derecha, conscientes de lo que se juegan, habían colocado su campaña sobre dos raíles: la denuncia del gasto ostentoso del presidente Touriño -los muebles en la picota- y la campaña de Galicia Bilingüe -la ley del embudo lingüístico contada con trompetas celestialmente liberales-. El objetivo: buscar un electorado castigado ya por la crisis que puede encontrar obsceno el lujo en época de vacas flacas y jalear a ese núcleo duro que se levanta todas las mañanas para confirmar -después de haber leído la prensa correspondiente- que nos amenaza el Finis Hispaniae. Socialistas ladrones y nacionalistas totalitarios: el cóctel perfecto del imaginario de la moderna derecha española.

Y es que el PP necesita el poder en Galicia. Lo necesita porque siempre lo ha tenido y porque, sin Galicia, será muy difícil que retornen con confort al gobierno de Madrid. Lo necesitan porque si no consiguen recuperar el poder ahora, habrán de despedirse de él en mucho tiempo. La progresiva pérdida de peso del campo, donde antaño gozaba de buena salud electoral, la realidad de que Galicia es un país de trabajadores, un lugar en el que la inmensa mayoría de la población es hoy asalariada -un dato nuevo en la historia del país que, a mi parecer, no ha suscitado todavía la atención que merece- y, finalmente, el mero cambio vegetativo, el dato de que los nuevos votantes votan popular en menor porcentaje que los que mueren, todo ello sugiere que si el PP no encuentra un mecanismo -el gobierno y sus dineros- que compense esas tendencias de fondo se irá deshilachando poco a poco.

Pero la nueva derecha que está surgiendo en Galicia es, para entendernos, una derecha pija, de colegio privado, cortada por el patrón del barrio de Salamanca. De ella imita su descaro, su radicalismo, sus modas, tiempos y obsesiones. Es una derecha, sin embargo, de escasa masa crítica. Lo lógico es que ese conservadurismo ideológico, de gentes del Opus Dei que objetan contra Educación para la Ciudadanía, de padres de profesiones liberales a los que horroriza que sus hijos sean educados en otro idioma distinto del verdadero, de clases medias que quieren ver confirmada su nueva pertenencia creando un cerco de distancia social ante el mundo del que provienen, tengan que ir despidiéndose de la idea de que pueden definir en exclusiva el sentido de lo que es Galicia y lo que es España.

Estas elecciones son su última oportunidad. Lo que las encuestas dicen es que el PP -este PP- podría recuperar el poder. No es probable, pero es posible. El voto oculto, la gente que aún no se ha decidido, pueden darle la vuelta a unas encuestas electorales que pronostican la derrota de los conservadores. Su victoria podría venir de la movilización de los descontentos y la abstención de los decepcionados. El bipartito no ha entusiasmado a nadie y a los suyos menos que a nadie. Muchos temen que su segunda legislatura sea tan poca cosa como la primera.

En el medio de todo ello estábamos cuándo el público ha podido leer con estupor a un editor de periódico en pose de Émile Zola. El artículo que ha escrito y que mantiene en la versión digital de su periódico es discutible, como todo en la vida, pero lo realmente discutible es que se las dé de virginal, como si se tratase de la Venus de Botticelli surgiendo de una vieira. Pero hay algo en lo que el citado editor muy bien podría tener razón: su gesto tan explicable de displicencia ante los que se han doblado ante él, humillándose a sí mismos.

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