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Réquiem por las abejas

Los apicultores denuncian que los pesticidas están diezmando la población de las colmenas - Las farmaceúticas niegan que sus productos sean la causa

Unas enormes construcciones de piedra pueblan las laderas de los Montes do Lóuzara, en los municipios lucenses de Samos y O Courel, como prueba de la importancia que tuvo la apicultura desde el siglo XVI. Son las albarizas, que protegían las colmenas de la voracidad de los osos. Ahora están abandonadas, una metáfora de lo que está sucediendo con las abejas. En 1998 había 4.730 apicultores y 94.800 colmenas repartidas por Galicia. Hoy quedan 3.430 trabajadores y 83.980 enjambres, según recoge un estudio de Abel Yáñez, director del Centro de Experimentación Agraria de Monforte.

"Cada año desaparece el 30% de la población de los apiarios y, aunque repoblamos, no podemos hacer frente a los pesticidas, una arma de destrucción masiva", alerta Xesús Asorey, de la Asociación Gallega de Apicultura (AGA). "Es el síndrome de colapso de las colmenas".

"La situación de Galicia es la más preocupante del país porque tenemos 62.000 hectáreas de maíz, la mitad de la producción nacional", puntualiza Asorey. "La semilla se trata con plaguicidas que envenenan a estos insectos con imidacloprid, el mismo principio activo que se utiliza en las 174.000 hectáreas de eucaliptos". Los municipios más afectados son Narón, Moeche y San Sadurniño, en Ferrolterra, donde falta el 85% de las abejas.

"Antes tenía 200 colmenas y ahora no llego a 60. No puedo utilizar los asentamientos cercanos a los eucaliptos porque me quedo sin abejas", cuenta Rafael Díaz, de la cooperativa apícola Apinor: "De los 125 socios que comenzamos, sólo resistimos 25 y la mitad ya no tienen colonias", lamenta. "Los colmeneros están desmoralizados. Sólo nos ha escuchado Enrique Múgica, el Defensor del Pueblo, que ha pedido a la Dirección General de Recursos Agrícolas y Ganaderos que se prohíba o controle el uso del imidacloprid sobre los campos".

"Múgica ha puesto sobre la mesa lo que el Gobierno ya sabe: que los neuronicotinoides matan a los artrópodos", denuncia Xosé Manuel Durán, un químico colabor de AGA. Xesús Asorey se suma a su protesta: "España ha basado su desarrollo agrónomo en un modelo insostenible donde prima la producción masiva y los apicultores somos un colectivo pequeño, sin medios para luchar contra multinacionales con presupuestos más abultados que la mayoría de los estados".

Aepla, asociación que agrupa a farmacéuticas como Bayer, defiende que "el uso de imidacloprid en la comunidad no es tan indiscriminado como pretende comunicar AGA". Durán, técnico del colectivo de apicultores, no se amilana y anima a los abejeros a que "hagan ruido" pese a que las cifras están en su contra: "Si comparamos su volumen de negocio con los 77 millones que produjeron las 30.660 toneladas de miel de las colmenas españolas en 2007, queda claro quién dirige la economía".

Un grupo de investigación química de la Escola Politécnica de Ferrol realizó un estudio en las inmediaciones del río Xubia (Narón). Allí detectaron concentraciones de imidacloprid que "podrían ser determinantes en la mortandad de las abejas", sostiene este informe basado en otro estudio de la Universidad de Montpellier, que demostró que el 40% de la colonia muere tras consumir 0,1 microgramos de la sustancia durante 10 días.

"Fuimos a las tiendas con los resultados, para explicarles a los comerciantes que estos plaguicidas no sólo matan abejas, sino que además podrían estar asociados a la aparición de enfermedades como el Parkinson, como ha probado el investigador gallego Francisco Pan-Montojo", señala Rafael Díaz, quien tuvo que abandonar la tarea después de recibir una llamada de Bayer: "La farmacéutica nos advirtió de que no podíamos hacer campaña contra la distribución de Gaucho y Confidor, porque aquí son legales".

Una orden ministerial establece que los agricultores están obligados a rellenar un cuaderno con datos sobre los tratamientos que emplean. "Cada cual trata sus cultivos con lo que le parece más adecuado. Vendemos cualquier compuesto que no esté retirado", dice el dueño de un agrosanitario de Santiago.

"Los neurotóxicos se utilizan de forma generalizada aquí e incluso han sido promocionados por la Estación Fitopatolóxica do Areeiro para la fumigación de eucaliptos", denuncia Durán. El químico de AGA se refiere a un experimento que realizó este organismo de la Diputación de Pontevedra en los bosques que posee Norfor (filial de ENCE) en los montes de Roca y Castro, pertenecientes a Pontecaldelas y Cuntis. "Se hicieron ensayos para probar la efectividad de esa materia activa contra los pulgones", declara su director Pedro Mansilla, pero el artículo que publicó en el Boletín de Sanidad Vegetal revela que su objetivo no eran estos insectos sino la Ctenarytaina spatulata, una plaga específica de los eucaliptos, donde el uso de imidacloprid no está indicado. "El estudio recomendaba este principio activo, lo que pudo animar a muchos agricultores para que se decantaran por él", dice enfadado Durán.

Mansilla sigue defendiendo su postura: "Si mañana tuviese que aconsejar una sustancia para matar pulgones, elegiría la misma". El científico no entiende las acusaciones de los apicultores y afirma que el plazo máximo de seguridad de los productos que usó es de tres días. "Es imposible que sea el asesino de abejas que buscan", sentencia. Manuel Gutiérrez, un colmenero de Cuntis replica que siete años después del experimento, sus colonias siguen afectadas. "Pierdo 15.000 abejas cada invierno por culpa de esos eucaliptos", protesta. Ence, la propietaria de las parcelas donde se realizó el trabajo, asegura que fue sólo una colaboración científica y que en las 8.250 hectáreas que les pertenecen no utilizan "productos que puedan dañar la entomofauna útil".

Xesús Asorey, presidente de los apicultores, afirma que "si seguimos así" en 2030 sólo quedará "una muestra testimonial" de las abejas. "La producción de miel ha descendido ya un 50% desde 2006, aunque podemos traerla de otros países", declara Asorey. "El problema vendrá cuando no las tengamos para polinizar cultivos y el Estado gaste más de mil millones de euros en hacerlo manualmente".

El 84% de las plantas necesitan a estos insectos para reproducirse. Naciones Unidas indica que el descenso de estos artrópodos se traduciría en una caída de la producción alimentaria con 11.000 millones de pérdidas.

'Imidacloprid', un asesino silencioso

El mayor enemigo de las abejas es un principio activo contenido en neuronicotinoides como Confidor o Gaucho, comercializados legalmente en España por Bayer Cropscience.

"Aunque la dosis de nicotina de un cigarro apenas afecta al hombre, cinco nanogramos de estos pesticidas sistémicos son capaces de provocar a los insectos un comportamiento de limpieza exagerado, debilidad muscular y desorientación", sostiene Rafael Díaz, de la cooperativa apícola Apinor.

"Cuando la abeja ingiere el néctar, el plaguicida hace efecto en su organismo y ya no es capaz de volver al panal, porque su cerebro se bloquea", explica Xosé Manuel Durán, técnico de la Asociación Gallega de Apicultores (AGA).

Alemania retiró productos con imidacloprid en 2008, después de comprobar que dos terceras partes de las abejas de Baden-Württemberg desaparecieron tras la aplicación de clothianidin. A pesar de que la etiqueta indica que es tóxico para las abejas, Bayer alegó que la muerte de los insectos se debió a un error en la aplicación, según recogió The Guardian.

Hace dos años se suspendieron cautelarmente ocho neuronicotinoides en Italia y en Francia se prohibió su uso en semillas de girasol (1999) y maíz (2004), aunque la farmacéutica no abandonó la batalla judicial y pidió a los tribunales que volviesen a permitir su empleo.

"Los pesticidas están sometidos a estrictos controles y sin ellos no sería posible una agricultura capaz de producir alimentos suficientes y asequibles para todos", defiende Carlos Palomar, director de Aepla, una asociación de fabricantes de productos fitosanitarios.

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