Recogiendo tempestades
El ensimismamiento de la oposición política en Galicia ya tiene solución. Ya se hace la contra el propio Feijóo. Mientras el nuevo líder socialista dedica la mayor parte de su tiempo a advertir al BNG como si aún gobernasen juntos y los nacionalistas se cruzan duras acusaciones sobre el delito de pacto sólo o en compañía de otros, el destemido candidato que fue Feijóo y su agresiva campaña se han convertido en la sombra y el más férreo marcaje del sosegado Presidente que quiere ser. Su éxito electoral fue movido por tres vientos: cuestionar la integridad moral de sus adversarios, avisar que venía el fin del mundo en gallego y sin subtítulos, y asegurar, como Aznar, que sabía cómo salir de la crisis. Hoy recoge las tempestades sembradas. Sus tres aciertos se han convertido en sus tres problemas.
Las crisis devoran desde el primer día la credibilidad de quien gobierna
La integridad cuestionada ahora es la de su gobierno. Seguramente, como repite Feijóo a quién quiera oírle, el todavía conselleiro Hernández es un buen tipo. Pero también todos sabíamos que Touriño tenía muchos defectos, empezando por sus nulos sentidos del humor y la orientación, pero no desde luego la afición al lujo. O que Quintana tampoco es un dechado de virtudes, pero no se dedicaba a andar secuestrando viejos para bailar con ellos. Ninguna de esas evidencias contuvo a Feijóo de acusar a uno de nuevo rico decadente y al otro de secuestrador. Tampoco eximen ni a Touriño ni a Quintana por no prestar atención a sus facturas o a la organización de sus actos electorales y por eso pagaron su penitencia. El caso de Hernández es idéntico, tampoco podrá librar de su castigo. Será un señor fantástico, pero cuándo menos ha rozado la ley de incompatibilidades y seguro que ha certificado en falso a favor de su antigua empresa. Un hecho defendido con el sorprendente argumento de constituir una práctica habitual en todas las administraciones. Lo que lleva inevitablemente a cuestionarse en qué administraciones ha trabajado y los valores de quién afirma que la reiteración legaliza lo ilegal. O a preguntarse qué pasaría si todos recurriéramos a tal alegación al recibir una multa por aparcar en doble fila:
-Oiga agente, que es práctica habitual y todo el mundo lo hacer. Y si le valió al conselleiro, no me va a valer a mí.
-Hombre, visto así... Venga circule.
El uso electoral del gallego se basaba en un sencillo razonamiento de acción colectiva: hay una minoría activa y bien organizada en contra y una mayoría pasiva a quién le da igual. Así que decidió explorar la rentabilidad electoral de asustar a la gente anunciando la inminencia del totalitarismo lingüístico. La oferta popular era volver a aquel pasado cordial donde todo se solucionaba dando un poco de gallego en las aulas, calculando que los bilingües aceptarían un poco de gallego y a la mayoría le importaría poco porque tiene otras cosas más importantes de que preocuparse. Pero su cálculo ignoró que la propia estrategia iba a cambiar el orden de los factores. A una parte importante de la mayoría silenciosa sí le importa y se organiza para exigir que a sus hijos se les imparta docencia en gallego, especialmente incentivados por la feroz campaña popular. A Galicia Bilingüe ya no le vale la situación anterior y exige el cumplimiento de las promesas hechas porque el candidato les dijo que era su derecho y era una cuestión de libertad. El resultado es graves dificultades para hallar alguien de peso para hacerse cargo de gestionar semejante sudoku y que su problema ya no es derogar el agreste decreto, sino la desabrida ley de Fraga.
En campaña afirmó un día sí y otro también que le cuadraban los números, que bajaría los impuestos para que las familias gallegas recibieran 200 millones de euros y compensaría la merma de ingresos con un recorte drástico de altos cargos y el lujo bipartito. Ahora resulta que ni el Audi de Touriño ni la nevera de Quintana dan para tanto, cargarse a los delegados da poca liquidez y dice que va a echar cuentas para ver cuándo es el mejor momento para bajar los impuestos. Pero ¿no las había echado ya? ¿Mentía o no sabe sumar y restar? El poder desgasta sobre todo a quién no lo tiene, decía Andreotti. Y las crisis devoran la credibilidad de quien gobierna y desde el primer día. Se lo puede explicar Zapatero cuando quiera.
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