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Columna
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Feliz 1990

Hoy se va el año y la educación manda despedirlo amablemente, cuando lo que procedería sería echarlo con cajas destempladas, sea lo que eso sea. En la Tierra, 2009 fue el año en el que la crisis se cebó en el mundo tal y como lo conocíamos, para que siga siendo igual. Na Terra, 2009 fue el año en el que retrocedimos peligrosamente. Tantos que prometieron tantas veces que nos conducirían al siglo XXI -como si eso fuese opcional-, para acabar volviendo prácticamente a la casilla de salida. A 1990, por poner un número redondo.

Recapitulando, la primera vuelta atrás fueron las elecciones autonómicas del 1 de marzo. No el resultado, porque la victoria de la derecha en unas elecciones no tiene por qué constituir un paso atrás, o eso dicen que sucede en Europa. Sí lo fueron las elecciones en sí. A modo de ejemplo: aunque nadie se acuerde, el proceso electoral de 2005 finalizó porque Fraga, en un gesto de elemental elegancia democrática, mandó parar cuando Federico Trillo se había presentado, con su maletín y su mandíbula de jurista correoso, dispuesto a acampar en la Junta Electoral de Pontevedra, en aquel recuento del voto emigrante en el que no estaba matemáticamente desechada la cuadratura del círculo o la repesca de un diputado para el PP, lo que sucediese antes. Al contrario, en la campaña de 2009, el PP se comportó con la misma finura política que la que cabría esperar del III Reich si los aliados le hubiesen dado la revancha. Y después, igual que si hubiese arrollado en un plebiscito, en lugar de haber logrado recuperar un diputado empatando prácticamente a votos.

A Feijóo nadie le pide cuentas de la dependencia y la sanidad que iba a solucionar en 45 días

Alberto Núñez Feijóo es posiblemente el más listo de los presidentes que ha tenido la Xunta. También es claramente el más demagogo y el más despegado. A nadie le da cuentas, ni nadie se las pide, de las listas de parados, de dependientes o de la sanidad que iba a solucionar en 45 días. "Sólo hay una regla para todos los políticos del mundo: no hables en el poder de lo que hablabas en la oposición", decía John Galsworthy, el autor de esa enciclopedia del arribismo, la intriga y las buenas maneras predatorias de las clases medias que es La saga de los Forsyte. También preside el Gobierno autonómico más torpe de la historia, ex aequo con el último de Fraga (que en aquél también estuviese Feijóo no es más que una coincidencia, creo). La gestión desarrollada en nueve meses se ha reducido a desmontar todo lo que se encontró, desde los programas en la televisión pública para gente con inquietudes culturales, hasta el método de otorgar las concesiones eólicas por concurso, en lugar del tradicional dedo del cuñado director general. Una demolición como si en lugar de una Administración aseadita se hubiese topado con la ingente tarea de desmontar el franquismo que afrontó Adolfo Suárez.

Un ejemplo de gestión pura: hay geriátricos y guarderías ya construidos y equipados, deteriorándose porque, como justifica la responsable del ramo, "es más fácil hacer edificios que dotarlos de personal". Un sabio principio por el que ya se regía el antiguo régimen fraguista, que para evitar verse en esa tesitura, no los hacía y tenía a Galicia en la última posición de dotaciones asistenciales. Afortunadamente, la providencia, que proporciona sustento a las flores del campo y los pajarillos del bosque, devolvió pasmosamente la salud al padre Benigno Moure, reconocido líder empresarial del sector, al que la justicia y los informes médicos habían apartado de su misión de amparo de los ancianos. Otro ejemplo, éste ideológico: el decreto del gallego. Ése presentado de tapadillo. Sea el que sea, no contentará ni a unos ni a otros, sembrará una división que no había entre padres y supondrá una nueva afrenta al prestigio y a la profesionalidad de los enseñantes. Y ha retrotraído a la derecha, y a toda la sociedad, a las posiciones de la preautonomía. Otra prueba superada.

Claro que la Xunta no es el único motor de este regreso al pasado. Un caso múltiple es el de las cajas. Hace 20 o 30 años Carlos Mella intentó regularlas, ante el espanto de todas las fuerzas vivas. Ahora es la cruda realidad económica la que al parecer impone hacer algo, y se ha hecho, de una forma tan necesaria como atrapallada, ad hominen y sin asegurar que lo que hoy se pretende garantizar -la tal galleguidad, sea lo que sea- se pueda o se quiera garantizar mañana. Y ha estimulado otro déjà vu en el campo socialista: vuelve el peronismo localista en A Coruña y Vigo, pero vuelve no en la versión de Juan Domingo Perón, sino en la de María Estela. Queda por ver, o por confirmar, si para no ser menos, en el BNG se impone el regreso al esencialismo, en el que tan cómodo se sienten desde el sector más tradicional de la militancia nacionalista a los estrategas de los partidos rivales, con lo que todos contentos.

Lo dicho. Vuelve la comunión de intereses de las fuerzas realmente vivas, la oposición también existe, el gallego es de paletos. El dirty realism. A ver si por lo menos no vuelve la ropa con hombreras.

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