Cuéntaselo a Alberto
Un rumor recorre Galicia y urge desmentirlo de raíz antes que cunda el desorden. Es falso que carezcamos de gobierno, o al presidente le ocupe más agenda proyectar su imagen sobre la piel de toro como líder disponible de la nueva derecha neoespañolista que gestionar los problemas del Fogar de Breogán. Lo cierto es que estamos ante un innovador concepto del arte de gobernar y los gallegos vivimos aún atados a una concepción premoderna. Un ejecutivo del siglo XXI no invade la sacrosanta libertad del individuo tomando decisiones molestas o incómodas. El gobierno moderno no decide; asesora, da la razón, consuelo o conversación, ofrece un hombro donde llorar, señala al culpable y ofrece -gratis, de momento- consejos e indicaciones sobre cómo arreglarse cada cual con su problema. En la Democracia Feijoniana, el gobierno opina, el afectado resuelve. Si usted tiene un problema, cuénteselo. No espere solución, decisión o política públicas. Demasiada burocracia. El gobierno aconseja y ya se lo hace usted mismo. Es la "administración bricolaje".
En la Democracia Feijoniana, el Gobierno aconseja y ya se lo hace usted mismo
Por ejemplo. Si anda usted de tractorada porque se arruina mientras el resto de la cadena blanca se enriquece, cuénteselo a Alberto. No espere que acuda raudo a arreglarlo, porque usted no es Citroën, usted no vende coches y usted no es estratégico. Pero le dará la razón, y cuando uno lo pasa mal, consuela que acuda un gobernante a reconocer qué putada gorda te están haciendo. Incluso advertirá públicamente a la ministra para que lo amañe. Admonición rápidamente trasladada a Europa por la susodicha, quién también le entiende y da la razón. Ya lo pronosticaban Clarke y Newman (The Managerial State 1999), cuántas más administraciones competentes, mayor es su irresponsabilidad sobre los problemas públicos.
Si usted es otro gallego errante entre las cifras de la financiación autonómica, cuénteselo a Alberto. No espere la prontitud y prestancia acreditadas para preservar esa lengua en extinción que es el castellano. Pero le dirá toda la verdad sobre lo bien que lo ha hecho Catalunya, la maldad de Zapatero y cuánto lo vamos a pagar. En los últimos veinte años, Galicia ha sido beneficiaria neta de sistemas de financiación que con todas sus carencias, han provisto recursos para converger con el Estado y Europa. Seguimos donde estábamos porque elegimos desperdiciar oportunidades entre políticas ineficientes marcadas por un localismo de esperpento, la fe irracional en el cemento y el asfalto y el oportunismo de los gobiernos de Fraga. Somos los inventores del "presupuesto por leiras", nuestra alternativa al "presupuesto por programas". Incapaz de armar un discurso sólido, la Democracia Feijoniana se ha concentrado en choromiquear, pedir a los demás que sufraguen nuestra dispersión o nuestra incapacidad para atraer población, demostrar una bochornosa incapacidad para hacer un cálculo y mantenerlo veinticuatro horas seguidas y aplicar una táctica del mercadillo que ha acabado regateándonos a nosotros mismos setenta millones, una "pastuqui importante" que diría Correa. El mensaje es claro. Si usted quiere una financiación como Dios manda, ponga en su gobierno un Montilla que sepa mandar o a un Castells que sepa echar las cuentas. Si prefiere quejarse, ponga un Feijóo, que ni pudo votar en contra de un sistema que según él mismo "solo beneficia la estabilidad parlamentaria socialista y perjudica a los gallegos". Por eso se abstuvo, para que les quedara clarito.
Si usted es uno de los 31.000 gallegos esperando le paguen o reconozcan dependencia, cuénteselo a Alberto. Tampoco lo solventará con la diligencia con que puso Touriñán a disposición de Pescanova. Pero le identificará sin dudar a los culpables. Usted no cobra por la alianza invencible de dos fuerzas malignas: la burocracia pública y el Gobierno central, que hizo la ley, hizo la trampa, no puso el dinero y encima odia a Galicia. Cierto es que cuando sólo era un prometedor aspirante a la Presidencia, señalaba como culpable a Quintana por gastarse el dinero de los dependientes en llevarlos a bailar. Pero eran otros tiempos. Éramos jóvenes e ingenuos y, como sentenció Wilde, nada se parece más al atrevimiento.
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