_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cultura del pacto

El espectáculo ha sido penoso. Se ha demorado tanto el acuerdo que no sólo se han deshilachado muchas ilusiones cívicas sino que han traslucido los más obscenos sectarismos depositados como un óxido en los engranajes de todas y cada una de las versiones de la izquierda autóctona, sea ésta comunista, nacionalista, alternativa o ecologista. Para llegar a la clamorosa evidencia de una concertación electoral sin la cual no habría auténtico pulso en los comicios autonómicos del 2007, Esquerra Unida y el Bloc Nacionalista Valencià han tenido que exhibir todas su vergüenzas. Sin embargo, casi dos décadas después de su frustrado primer intento, vuelven a la cultura del pacto, por la senda de la coalición electoral, que es como decir que regresan a la cordura. Más vale tarde que nunca.

Con esa coalición a la izquierda del PSPV-PSOE, cualquiera que sepa sumar se dará cuenta de que las elecciones del próximo mes de mayo estarán polarizadas en dos bloques de ajustado pronóstico: el de la derecha, hegemonizado por el PP como una gran organización escoba; y el de la izquierda, articulado en torno a los socialistas con el complemento imprescindible de una heterogénea plataforma de opciones progresistas que esta vez no dejarán escapar ni un sufragio hacia el sumidero del 5%.

Así las cosas, pase lo que pase en la contienda, nada volverá a ser como antes en la política valenciana. Ximo Ferrandis, en su libro L'esquerra al sofà ya apunta lo que pronto dejará de ser una hipótesis. De aquí al verano, habrán cambiado las coordenadas viciadas que convirtieron a los socialistas en conformistas cainitas, a los comunistas en celosos guardianes de la propiedad privada de unas siglas, a los valencianistas en especuladores de fortuna y a los verdes en depredadores de los suyos.

Aunque nadie puede presumir demasiado de lo que se ha logrado, sobre todo, gracias a la inequívoca presión de la opinión pública de izquierdas, en las Cortes Valencianas estarán representados los colores completos de nuestra sociedad y, con un poco de suerte, tal vez en el Consell se instale un arco iris que no gustará a Francisco Camps, ni a Ricardo Costa, ni a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, porque, como ocurre con el tripartito catalán, además de democrático, tendrá que ser un gobierno participativo. Con todo, lo más importante es que se ha abierto una brecha en el fanatismo cerril de la derrota, al menos en el sentido que le daba Churchill cuando afirmaba que "un fanático es alguien que no puede cambiar de mentalidad y no quiere cambiar de tema".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_