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Columna
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Virtudes republicanas

Hasta hace unos pocos días se ha prolongado en el viejo, venerable y remozado edificio universitario de La Nau una excelente exposición en torno al motivo de Valencia como capital que fue de la segunda República. La muestra se completaba con otra sobre la dramática, egregia y escarnecida figura de Juan Negrín, su presidente en los trances agónicos de aquel régimen y hasta 1945. Ignoramos por qué ambos recordatorios, tan aleccionadores, no han estirado su programación hasta mañana mismo, fecha conmemorativa de la proclamación republicana en 1931, y también nos gustaría saber cuál ha sido la respuesta ciudadana al esfuerzo desplegado para aproximarnos a unos testimonios singulares y reveladores de aquellos aciagos tiempos.

Estamos refiriéndonos a unas muestras celebradas en un marco académico por sí solo selectivo y huérfano por lo general de la atención mediática. Impensable nos parece que Canal 9, la televisión autonómica, se hubiese hecho eco del suceso y más raro todavía que amparara un debate sobre el mismo, y no tanto acerca de las circunstancias bélicas o políticas que lo envolvieron -y donde todavía queda tajo que desvelar-, como sobre el fenómeno republicano visto cual venero de unos valores y virtudes. Han pasado 70 años desde que se pasó página y parece que debiéramos hablar sin reservas sobre la repetida fórmula de gobierno y convivencia. Al fin y al cabo, los valores republicanos esenciales son compatibles con una monarquía democrática, pues aquellos son previos a que la más alta magistratura luzca corona o chistera, aunque este tocado y su significado no resulten indiferentes ni sean solo simbólicos.

Aludimos a valores y virtudes genéricamente democráticos y específicamente republicanos, cuales son la asunción de derechos y deberes por parte de los ciudadanos, lo que ha de traducirse en una actitud más comprometida y socialmente participativa. Algo que contrasta con el auge del individualismo y la creciente distancia entre los políticos y los administrados. Estos dimiten tácitamente de su dimensión cívica y aquellos se desentienden de un vecindario desvertebrado y dócil al que se le nutre de demagogia en vísperas electorales. De demagogia e incluso de desdén, como revela la manipulación escandalosa que el PP valenciano viene haciendo de las Cortes, donde al presidente de la Generalitat, Francisco Camps, ya ni se le recuerda, de tan dilatadas que son sus ausencias. O la novedosa y arrogante práctica de no responder a las preguntas de la prensa. Se bastan con los gacetilleros serviles.

No para aquí la nómina de consecuencias que se decantan de esta abdicación civil, pero tampoco es éste el espacio para detenernos prolijamente. Basta citar de manera sumaria el deterioro que se viene registrando en las parcelas básicas de sanidad, educación, servicios asistenciales y cultura, por más que se pretenda disfrazar con la matraca de la prosperidad aparente que ya veremos en qué viene a parar. Y no se nos diga que impedir o corregir estos fraudes o fracasos incumbe a los partidos políticos en su dimensión fiscalizadora del Gobierno. Así es, en efecto, pero siempre y cuando los partidos se nutran de una ciudadanía informada y responsabilizada que distinga la política de relumbrón y despilfarro -salvamento financiero de clubes futbolísticos que son entes privados, patrocinio de eventos propagandísticos, inventos temáticos para desarmar recelos provincianos y etcétera- de aquella otra que se ciñe a los intereses generales, realistas y mayoritarios.

El republicanismo no es, obviamente, el bálsamo de Fierabrás para los males de la democracia. Pero sí una de sus condiciones. Sin ciudadanía avisada no hay más que gregarismo, y esta es una observación que podría propiciar alguna reflexión que no sea meramente folclórica en esta efeméride conmemorativa de la República. Mucho más en los tiempos que corren, cuando al mutismo, la impotencia o la claudicación de los republicanos está abonando el desmelenamiento de altos sectores eclesiales, con el acoso al modesto laicismo en uso y el boicot mediante subterfugios ridículos a la asignatura denominada Educación para el Ciudadanía. En este contexto, restaurar por la vía constitucional ciertos valores y virtudes cívicas es una necesidad más que una propuesta programática. Mañana, fiesta y paz con la tricolor.

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