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Reportaje:ESTAMPAS Y POSTALES

La trinchera fósil

Miquel Alberola

Este meandro del barranco de la Valltorta, visto desde el farallón de Les Estàbigues, en Tírig, fue un hervidero humano entre los milenios quinto y cuarto antes de Cristo. Entonces regía el periódico Atlántico, y sobre la lengua de grava que ahora invade el curso del barranco transcurría un caudal constante de agua. La lluvia era frecuente y había propiciado una cubierta vegetal frondosa, con bosques de robles y encinas, entre los cuales correteaban profusamente ciervos, corzos, caballos, lobos, cabras, toros y jabalíes.Las vibrantes escenas cinegéticas representadas en la Cova dels Cavalls, que suponen uno de los bocados más suculentos del arte rupestre levantino, resumen la actividad principal desarrollada por parte de los pobladores de esta brecha geológica. Con unos recursos naturales de producción alimentaria relativamente abundantes, el asentamiento no tuvo necesidad de mirar más allá de la caza y de los frutos que, sin el menor compromiso, les iba suministrando la vegetación. Sin embargo, el mundo ya había cambiado.

Hacía 3.000 años que el hombre ya no iba recogiendo lo que le ofrecía la naturaleza, sino que había decidido dominarla. Los cultivos y la ganadería suscitaron el excedente, y éste había facilitado el nacimiento de las relaciones comerciales. El neolítico había sido proclamado en el Óriente Próximo y se había ido extendiendo hacia Europa desde el norte de África. Los cazadores y recolectores nómadas se habían convertido en arqueología.

Los habitantes de La Valltorta, en cambió, siguieron instalados en ese modo de vida, incluso se endurecieron frente a los grupos asentados en zonas próximas que cultivaban las tierras. Las escenas de caza representadas constituían un signo de identidad que atrincheraba a los últimos cazadores contra los estímulos de los nuevos factores de producción de los medios de subsistencia que imponía el nuevo período.

En este barranco la vida permaneció aferrada al pasado hasta unos 3.000 años antes de Cristo, en que los fenómenos climáticos del período Subboreal deforestaron la zona y obligaron al hombre a abandonar el entorno y a modificar su sistema de vida. La resistencia había terminado.

Durante siglos el cañón de La Valltorta quedó sumido en un silencio sólo alterado por los petirrojos. Hasta que en 1917 un pastor de Tírig se metió con su ganado en una diaclasa buscando la vegetación de su interior, pero se puso a llover y tuvo que bordear el precipicio para protegerse en un abrigo de la fachada del barranco. El pastor descubrió que la humedad resaltaba unas figuras sobre la roca que nadie había visto jamás y dio parte. Desde entonces no han cesado las peregrinaciones, y sólo la declaración de Patrimonio de la Humanidad ha salvado el entorno de los expolios.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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