‘Mrs. America’: Mujer contra mujer
La nueva serie retrata (y enfrenta) a las intelectuales que lideraron la Segunda Ola feminista
Phyllis Schlafly murió en 2016, con 92 años y una historia para quien supiera contarla. Esposa de un abogado adinerado y con considerables dotes políticas —y conservadoras—, pasó por dos candidaturas frustradas, una al Congreso y otra a la Cámara de Representantes, antes de encontrar una causa digna de su tiempo libre: frenar el auge de los derechos de la mujer en Estados Unidos. Desde su salón en Illinois lideró, y ganó, una guerra abierta contra la ratificación de la ERA (Equal Rights Amendement), la enmienda constitucional que garantizaría la igualdad de sexos en la primera economía mundial. Era 1972 y aquella cruzada la enfrentó a varias mujeres a la cabeza de la entonces incipiente Segunda Ola feminista: Gloria Steinem, Betty Friedan, la primera congresista negra Shirley Chisholm, la asesora presidencial Jill Ruckelshaus y la también congresista Bella Abzug. Es decir, algunas de las firmas más visionarias del siglo XX.
La guionista Dahvi Waller, de la cantera de Mad Men y Mujeres Desesperadas, reconstruye ahora aquel pulso en Mrs America, la serie producida por Hulu y que el miércoles estrena HBO España y en la que Cate Blanchett, en su primer papel para la televisión estadounidense, encarna a Schlafly. Como promete la premisa, es una serie sobre dos mundos: el de Blanchett, en el midwest, donde todo recuerda un poco a Norman Rockwell, y el de las activistas, más urbano, donde la cámara se agita como en los documentales cinéma verité de D. A. Pennebaker. Ahí termina el maniqueísmo que podría convertir la historia en un cuento parroquial, un choque entre veneradas intelectuales y desnortadas conservadoras a las que la historia quitó la razón. En su lugar, Waller usa a Schlafly no para mostrar las feas tripas del antifeminismo, sino para ejercer presión sobre el brillante grupo de activistas, y obligarlas a discutir, contradecirse y negociar entre ellas.
La perspectiva de Schlafly es engañosamente simple: lo personal no es político. El Estado no debe intervenir en la decisión de una mujer si quiere ser ama de casa y criar a su familia. Sus rivales, como recogen los libros de historia, defienden el postulado opuesto. Pero durante nueve capítulos de una hora (es una serie cerrada) esa idea crece, cambia, divide a sus defensoras y las vuelve a unir. El guion no ofrece respuestas, ni siquiera en aquellas cuestiones que el paso del tiempo ha resuelto (y vuelto a abrir). Hay varias escenas con discusiones en la National Women’s Political Caucus, la organización que Steiner, Friedan, Chisholm y Abzug fundaron para incentivar la participación política de mujeres: están cargadas de tensión porque no se sabe cómo va a acabar cada debate.
En una, Abzug (Margo Martindale) se resiste a dar su apoyo a la candidatura presidencial de Chisholm (que amagó con presentarse por el partido Demócrata en 1972 con un fantástico eslogan: Unbought and Unbossed, ni comprada ni mandada). Aduce que el Caucus debe ser imparcial, pero se le nota una duda en el aire: ¿es una mujer negra como Chisholm (Uzo Aduba) la candidata que necesita en esos momentos el feminismo? “No podemos alienar a nuestros aliados varones”, gruñe al final, masticando cada letra. La serie es una lección de historia, pero no sobre los hechos, sino sobre las dudas que los precedieron.
La formidable amenaza de Schlafly —que más que la mala de la función es un personaje plenamente desarrollado—, retrata a las protagonistas. Cada una de ellas tiene un límite distinto entre el activismo y el fanatismo, el tonteo necesario con el sistema y el venderse ante el establishment. “Vamos por ahí diciendo que el matrimonio es una forma de prostitución y que la pensión conyugal es una indemnización de guerra. Me pregunto cómo es que no hemos convertido ya a todas las mujeres del país”, recrimina sarcásticamente Friedan (Tracey Ullman) a Steinem (Rose Byrne), portavoz del movimiento y una voz más radical que la de la autora de La mística femenina. “¿Cuánto tiempo tenemos que darle a la gente para que se adapte al cambio?”, replica Steinem, empeñada en ver legalizado el aborto en Estados Unidos, tras haber pasado ella por uno traumático en India (lo personal es político también así). El público de estas mujeres se divide en gente que todavía no ha entendido su mensaje y gente que lo ha entendido de sobra y se impacienta porque no ven progreso suficiente. Ellas continúan discutiendo, resistiendo, avanzando como pueden. Pero empiezan a pensar que a este paso no van a cumplir el plan de tener a la primera mujer presidente en 1976.
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