“Quiero ser la presidenta de mi país. Y si no lo soy yo, que lo sea otra mujer”
Cara visible de los informativos de la televisión en Afganistán hasta la llegada de los talibanes, ahora da conferencias y forma parte de asociaciones feministas en Madrid. Pero no se olvida de su país. Ayuda a mujeres afganas a recibir la educación que les niegan los radicales. “Estoy buscando financiación para crear un programa de clases ‘online’ para las que se quedan allí”
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Cuando su hermano le preguntó por qué aparecía en las fotos sin velo, le respondió que por qué no lo llevaba él. Refugiada en España desde que los talibanes tomaron el poder en agosto de 2021, la periodista afgana Khadija Amin (Kabul, 32 años) mantiene una muy buena relación con sus padres y sus hermanos, pero sobre su vida decide ella. Habladora y cercana en sus formas, con un español fluido y una voz firme, buena para la comunicación, cálida también, esta antigua presentadora de informativos en la televisión pública de su país vio cómo de la noche a la mañana los fundamentalistas la silenciaron. El plató desde el que cada mañana daba las noticias –entonces, sí con un pañuelo que le cubría la cabeza– pasó a ser ocupado por un hombre con un turbante blanco y una barba muy larga.
Estaba cayendo la democracia delante de sus ojos. Tras 20 años de libertad, los talibanes recobraron el poder que habían perdido en 2001. Amin era niña cuando gobernaban los fundamentalistas entre 1996 y el atentado del 11-S. “Llevaba burka, para mí era un juego”, recuerda. Con 19 años, ya en democracia, fue obligada a casarse. Tras conseguir divorciarse a los seis años, pudo ir a la universidad y convertirse en una periodista reconocida. El 18 de agosto de 2021 los talibanes la echaron de la tele. Ella, que se define como activista feminista, quería seguir dando las noticias, haciendo reportajes, pero su presencia por ser mujer molestaba. Si insistía, podía acabar en la cárcel.
Un avión de las Fuerzas Aéreas españolas la rescató. Tras residir una temporada en Salamanca, donde llegó a dormir en los parques, recuerda, ahora comparte piso en Madrid. Ha vuelto a trabajar de periodista en 20Minutos y en la Fundación Telefónica, en la que realiza entrevistas y guiones para un documental sobre la situación de las mujeres en su país, por lo que se desvive. A esta entrevista llega con pocas horas de sueño, ha estado hasta muy tarde en el aeropuerto de Barajas para recibir a dos afganas que han huido con sus siete hijos y van a solicitar asilo en España –de los seis millones de refugiados afganos que hay en el mundo, 4.000 viven en España–. Amin colabora con Acnur, que la ha asesorado para crear la asociación Hope of Freedom. La periodista está centrada en promover la educación de las mujeres de su país, tanto las que han tenido que exiliarse, como las que se han quedado allí: “Afganistán nos necesita. Las mujeres tenemos que construir el futuro de nuestro país y las necesitamos formadas. Sin nosotras no se puede progresar”.
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Pregunta. ¿Qué saben los españoles de Afganistán?
Respuesta. Piensan que siempre hemos estado en guerra. No saben que, hace 50 años, a las mujeres no se las obligaba a llevar velo. Las mujeres estudiaban junto con los hombres, trabajaban, podían salir por la noche. Tengo fotos de mis padres en las que mi madre sale sin velo y con minifalda. Después de 20 años de democracia, de repente te obligan a quedarte en casa. Esto puede pasar en cualquier país del mundo.
P. Usted, que forma parte de la directiva de El Club de las 25, una asociación feminista, ¿cómo ven el resto de las compañeras a una afgana que tiene diferentes luchas?
R. Me ven como una mujer que siempre está luchando y que tiene esperanza para el futuro. Yo quiero ser la presidenta de mi país. Puedes pensar que es imposible porque no nos aceptan allí, pero yo tengo esperanza. Y si no lo soy yo, que lo sea otra mujer. Pero necesitamos una mujer presidenta.
P. ¿Cómo lleva que la vuelta a Afganistán sea difícil de ver a corto plazo?
R. Llevamos casi cuatro años de régimen talibán, pero ojalá que en dos años podamos volver ya. Lo que estoy haciendo con mi asociación, Hope of Freedom, es trabajar en la educación de las niñas. También trabajo con mujeres que cosen en sus casas, para vender los bolsos que confeccionan. No he dejado mi país y me he olvidado. Estoy muy metida, estoy muy conectada con las mujeres de allí. Los casos de violencia contra las mujeres están aumentando en Afganistán.
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Khadija Amin presentaba los informativos de por la mañana en la televisión pública de Afganistán hasta la llegada al poder de los talibanes el 15 de agosto de 2021. Comenzó a dar entrevistas a medios internacionales (habla cinco idiomas) para contar su caso. Siete días después estaba huyendo en un avión de las Fuerzas Aéreas españolas gracias a la intervención de una periodista de EL PAÍS.
Casada a la fuerza, logró divorciarse a los seis años y apuntarse a la universidad en Kabul. Amin posa con algunos de sus compañeros de la carrera de Periodismo. Incluso en la facultad un profesor le dijo que ella no podía ser periodista. “De un grupo de 35 alumnos he sido la única que ha trabajado mucho en televisión y en los periódicos”, dice. En España publica una columna en 20 Minutos dos veces al mes.
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A la madre de Amin constantemente le preguntaban por qué dejaba que su hija fuera periodista y apareciera en televisión, que lo que tenía que hacer era volver a casarse. “Me insultaban. Ser divorciada y presentadora de televisión está muy mal visto”, dice. Los hermanos de su madre están ahora orgullosos por su trabajo en España y por hablar muy bien el idioma. “¡Pero si mis tíos son unos radicales, no quieren que las niñas estudien!”, cuenta que le dice a su madre. “Ahora resulta que se enorgullecen, cuando antes nadie estaba de acuerdo con la vida que llevaba”, añade. En la foto aparece en una rueda de prensa en Kabul.
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Khadija Amin, sabedora de la importancia que tiene crear redes de apoyo en el país de acogida, organizó la semana pasada una cena en su casa en Madrid con otras mujeres afganas y con españolas y latinoamericanas para favorecer la integración y el aprendizaje del idioma. “Cocino muy bien, me gusta mucho, me relaja”, afirma. Destaca el qabeli, un plato de arroz con cordero marinado, pasas y zanahoria.
Fotos: Cedidas por Khadija Amin
P. Los talibanes han prohibido que las mujeres estudien. Hay niñas que sin embargo continúan haciéndolo de manera clandestina. ¿Cómo funcionan estas redes?
R. Una mujer va a su casa y les da clase. Cuando yo era pequeña [en el periodo entre 1996 y 2001, en la primera etapa en la que los talibanes gobernaron Afganistán antes de la intervención militar estadounidense tras los atentados del 11-S] ya me daban clases clandestinas. Preguntaba por qué mi hermano podía ir al colegio pero mis hermanas y mis primas, no. Mi madre llevaba burka y yo también, era como un juego para mí. Los seis años que estuve casada con mi exmarido también lo llevaba, era como vivir en una cárcel. Ahora estoy buscando financiación, hablando con Fundación La Caixa y Fundación Telefónica para crear un programa de clases online para mujeres de allí. Va a ser algo profesional, quiero que se enseñe español para que vengan aquí a estudiar.
P. ¿Cómo afecta a sus relaciones sentimentales haber estado casada de manera forzosa?
R. Tengo mucho miedo a las relaciones. No confío. Para mí el matrimonio es volver a estar encarcelada, es perder mi libertad. Hay hombres que me siguen en redes sociales y me piden matrimonio desde Afganistán. Pienso que lo que quieren es venir a Europa, aprovecharse de que estoy aquí. El otro día les contaba a mis amigas que no había conocido a ningún español. Yo quiero tener a alguien, pero no me ha dado tiempo. Siempre estoy en charlas, en conferencias, trabajando. Trabajo las 24 horas.
P. ¿En qué situación estaban las afganas que llegaron la semana pasada a Barajas?
R. A una de ellas la habían encarcelado [en Afganistán] por manifestarse. Es médica. Su marido la abandonó y se quedó sola con cuatro niños. A través de mi asociación reunimos el dinero para que pudieran comprar los billetes de avión desde Pakistán, adonde habían huido estas mujeres. Es duro dejar tu país, pero tenían que salir. La gente que asiste a mis conferencias sobre las mujeres en Afganistán me preguntan cómo pueden ayudar. En mis charlas vendo los bolsos que cosen las mujeres con las que trato en la distancia. Quería que fuera algo útil, de largo plazo. Estoy esperando a que me lleguen más productos para poder venderlos. Con 100 euros que mande, come una familia entera durante un mes. Ahora empieza el Ramadán y necesitan comprar cosas para por la noche, después de todo el día sin comer.
P. ¿Hace el Ramadán?
R. No soy muy practicante, pero el Ramadán sí lo hago. Me gusta ir a la mezquita de la M-30 [el Centro Cultural Islámico de Madrid] porque hay mucha gente. Aunque no he conocido a nadie allí por el tema del idioma. A mí lo que me gusta, a lo que estamos acostumbradas en mi cultura, es a invitar a amigas a casa. Vivo en un estudio muy pequeño en Vallecas con otra afgana. El sábado, por cambiar de tanta conferencia y charla, invité a unas amigas a casa a cenar y bailar.
Amin saca el teléfono para mostrar una foto de los platos que estuvo cocinando durante tres horas y otra en la que aparece un bebé. Explica la importancia de que estuviera ese recién nacido en la cena:
Cuando un bebé cumple 40 días se organiza una fiesta con la madre y amigas, se le dan regalos. Ella es latinoamericana y está casada con un afgano. Quería que conociera nuestra cultura. Vinieron españolas, afganas. Hay afganas que no salen de su casa. Con mi asociación voy a organizar cosas así todos los meses. Esto les ayuda mucho a integrarse, a aprender el idioma, a tener una red como tengo yo. Al padre del niño no le invité. Queríamos bailar ese día, a mí me da igual, yo estoy acostumbrada, pero hay mujeres a las que les cuesta bailar si hay un hombre.

P. Su madre le dice que vaya a vivir con su familia a Holanda, donde también viven tres hermanos suyos (los otros dos están en Estados Unidos), pero usted insiste en quedarse en Madrid. ¿Por qué?
R. Aquí soy periodista. Aquí me siento importante, un referente. Me llaman muchos periodistas para que les haga de traductora cuando entrevistan a alguien de Afganistán. Me gustaría ser presentadora pero sé que no es posible. Aun así estoy muy agradecida de todo lo que he logrado. Tengo una red, ayudamos a otros refugiados. Y estoy a punto de terminar un libro, lo voy a publicar en Penguin Random House.
P. ¿Sobre qué trata?
R. Sobre mi vida. Lo estoy escribiendo con ayuda de mi compañera de trabajo. Es para mis hijos, para que sepan que su madre luchó por ellos. Tengo tres: el mayor tiene 10 años y los mellizos, 8. No sé nada de ellos desde hace tres meses. Su padre vivía con ellos en Alemania y fui a verlos. Les compré una camiseta del Real Madrid a cada uno, les gusta mucho el fútbol. Pero ahora su padre se los ha llevado a Kabul y me ha bloqueado en WhatsApp. He estado mucho tiempo con depresión. Salía de casa para ir al trabajo y de repente empezaba a llorar en el metro. En la tarjeta de nacimiento de los niños solo aparece el nombre del padre. No he podido demostrar que soy su madre.
P. Afganistán ha competido en el Champions Trophy, un torneo internacional de críquet muy importante, ¿cómo lo vive?
R. Aporta un poco de luz con toda la oscuridad en la que vivimos. Proporciona alegría en nuestro país a la gente que le gusta el críquet. Pero creo que los jugadores podrían apoyar a las mujeres, manifestarse a nuestro favor. Al revés, se sacan fotos con los talibanes. Muchos hombres son así, dicen que tenemos más seguridad con este régimen, pero para qué sirve si las mujeres y las niñas no pueden vivir allí como deberían.
Amin da la mano para despedirse delante de la parada de metro de Antón Martín. En una conferencia hizo lo mismo con hombres afganos que viven en Madrid y habían acudido a escucharla. Pero ha dejado de hacerlo. Ese día le aconsejaron que era preferible que siguiera las costumbres de su país, un saludo en la distancia. “Para ti es algo normal, pero para ellos, como afganos, no”, cuenta que le argumentaron. Ahora distingue a quién saluda.