De la tierra al armario: por qué la moda apuesta su futuro a la agricultura regenerativa
Ante el reto de alcanzar la neutralidad climática en el sector textil, la última revolución de la industria pasa por reaprender cómo se cultivaba antes para acomodar la producción a unas pautas respetuosas con la tierra
Invertir en agricultura regenerativa está de moda. Desde enero de 2021, el grupo Kering —propietario de marcas como Gucci o Balenciaga— y la organización ambiental Conservation International están al frente del Fondo de Regeneración por la Naturaleza para impulsar la transición de un millón de hectáreas de cultivos y pastizales convencionales hacia este tipo de prácticas agrícolas que buscan recuperar la biodiversidad del ecosistema. En paralelo, el conglomerado francés LVMH ha unido fuerzas con la Unesco para poner en marcha diferentes programas de regeneración que reviertan la deforestación y la desertificación del suelo. Son tan solo dos de los ejemplos más visibles de un movimiento que quiere devolverle a la naturaleza todo lo que nos ha dado y encaminarse hacia una industria más justa y resiliente, alineada con los tiempos y los recursos del planeta.
La moda depende de grandes extensiones de tierra para cultivar nuestra ropa: en concreto, cerca del 36% de los tejidos del mercado son fibras naturales, procedentes de la agricultura, el pastoreo o la agroforestería. El problema es que el cultivo intensivo ha provocado el desgaste del suelo. Como señala Paloma G. López, directora de The Circular Project y presidenta de la Asociación Española para la Sostenibilidad, la Innovación y la Circularidad en Moda (SIC Moda): “La agricultura regenerativa es la gran respuesta a la situación actual porque vuelve su mirada a los ritmos de la tierra y devuelve el equilibrio a la naturaleza. Establece una serie de pautas de actuación que son, ni más ni menos, una vuelta a cómo se hacían las cosas antes de la revolución industrial, con cultivos que van rotando, en armonía con las especies autóctonas y la ganadería de la zona, en los que no se utilizan fertilizantes industriales y se cuidan los nutrientes de la tierra”.
No existe una definición universal de moda regenerativa, pero sí podría decirse que engloba una serie de prácticas agrícolas centenarias, actualizadas y adaptadas a la naturaleza de su ecosistema, es decir, a las fibras propias de cada región y sus tradiciones de producción textil. Entre las técnicas agrarias más empleadas, la rotación de cultivos y los cultivos mixtos son las más populares, una forma natural de que las superficies trabajadas conserven y renueven sus nutrientes, mientras que la diversidad de especies frena la extensión de plagas. Para minimizar la erosión del suelo, los agricultores apuestan por proteger las extensiones en barbecho con cultivos de cobertura, como la avena o los tréboles, que mejoran la resistencia del terreno con sus raíces y sirven de fertilizante natural; y en lugar de arar la tierra, otros integran la ganadería y el pastoreo para mantener sus terrenos limpios y nutridos.
Desde Textile Exchange también han impulsado una serie de principios que todos los programas regenerativos deberían perseguir y evitar que el término se utilice a la ligera: reducir la labranza para preservar la vida en el suelo; minimizar y eliminar gradualmente el uso de transgénicos, herbicidas y pesticidas, maximizando los insumos de la finca; integrar la ganadería siempre que sea posible y aspirar a un sistema que busque la salud y diversidad del suelo, así como el bienestar de las comunidades y la justicia social. “La moda regenerativa se basa en un planteamiento holístico que tiene en cuenta a todos los actores que intervienen: no solo la tierra en la que vas a cultivar y cómo lo vas a cultivar, sino quién lo va a cultivar y en qué condiciones”, puntualiza Paloma G. López, que destaca su capacidad para seguir construyendo cadenas de suministro más cercanas y transparentes, una de las grandes ambiciones de la industria. Las firmas llevan años volcadas en mejorar y estrechar la relación de cada agente de su cadena, con departamentos de Sostenibilidad y Responsabilidad Social que han conseguido establecer dinámicas más equitativas entre agricultores, proveedores y productores, poniendo en valor los oficios artesanales, compartiendo recursos o buscando soluciones conjuntas.
La agricultura regenerativa es, y debe ser, un sistema holístico que pone a las personas y los ecosistemas en el centro.Textile Exchange
De entre todos los beneficios que plantea, la moda regenerativa adquiere una gran relevancia frente al cambio climático. No solo porque un suelo sano y diverso permite obtener cultivos y fibras más resistentes a las adversidades climáticas. También se ha demostrado que las prácticas regenerativas mejoran su capacidad para secuestrar carbono. Según datos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de Barcelona (CREAF), recabados durante tres años en un proyecto piloto de agroalimentación regenerativa en una finca de Girona, el suelo de un huerto de estas características captura 30 veces más carbono atmosférico que uno convencional y mejora su capacidad de retener agua en torno a un 20%. Incluso aseguran que si, por ejemplo, toda la superficie agraria y de pastizales de Cataluña hiciera la transición, se compensarían las emisiones anuales del sector agrícola catalán. Aplicado a la industria textil significa que puede ser una gran herramienta para alcanzar la anhelada neutralidad climática del sector.
Hacia una granja textil regenerativa
Santi Mallorquí, CEO de la firma Organic Cotton Colors, conoce de primera mano los beneficios de apostar por modelos de agricultura regenerativa. Una oruga, conocida como la lagarta, devoró la primera producción de algodón orgánico en Brasil. Se perdió toda la cosecha, pero impulsó el cambio de los monocultivos hacia un sistema mixto en el que las plantas de algodón comparten terreno con maíz, sésamo, palmera o frijoles. “Los cultivos biodinámicos ayudan a mantener a raya las plagas y sirven de sustento o ingresos extra para los agricultores”, explica el fabricante, que señala el factor económico como la principal barrera que impide a los agricultores dar el salto al algodón regenerativo. La dificultad de acceder a semillas orgánicas, el precio de las certificaciones y los tres años de periodo de conversión suponen una enorme carga para que los productores la sorporten solos y sin ayuda.
Aunque el algodón orgánico y regenerativo representa el 1% del mercado, es un sector en el que se han ido producciendo cambios significativos. Las grandes firmas llevan casi una década trabajando con productores o iniciativas orgánicas para ir incorporándolo en su catálogo y, en los últimos años, también están impulsando proyectos piloto de agricultura regenerativa, con el objetivo de escalar este tipo de prácticas e ir transformando esas grandes extensiones de algodón convencional, cuya dependencia del uso del agua y de los químicos se ha convertido en un reto para la industria. “No quiere decir que toda la industria se tenga que pasar al algodón orgánico regenerativo pero, sin duda, ese tendría que ser el camino. Tenemos todo el conocimiento como para que se produzca el cambio”, puntualiza Mallorquí.
Más allá de los campos de cultivo, las prácticas regenerativas también se empiezan a aplicar en el sector ovino y caprino, tantas veces cuestionado por el bienestar de los animales y el hecho de que se considere un subproducto cárnico. “La lana tiene una complejidad y unas propiedades increíbles: es un material biodegradable, con una gran durabilidad y posee hasta un 30% de absorción de rayos uva –algo que no tiene ni el algodón ni el lino–. ¿Por qué la estamos tirando?”, se pregunta la ambitóloga Gemma Salvador, fundadora de Llanatura, una pequeña fábrica circular mallorquina en la que se encargan de recuperar la lana de los rebaños de ovejas locales de la isla y, mediante técnicas artesanales, producen un fieltro de gran calidad con el que se pueden hacer abrigos, alfombras o hasta obras de arte. “Se trata de aprovechar las materias primas de las que disponemos y proporcionarle a los ramaders (ganaderos) una diversidad económica de sus ingresos”, defiende.
Otro de los argumentos a favor de la lana regenerativa es que procede de pequeños ganados de ovejas, destinados para consumo propio y limpieza y abono de los campos, cuya actividad agrícola compensa su huella de carbono. “Al contrario que lo que ocurre con las vacas, con un ciclo de carbono muy complejo debido al metano, está comprobado que las ovejas captan más dióxido de carbono del que devuelven, tanto con la comida como con la lana o los excrementos”, señala la ambientóloga, apoyándose en estudios como el desarrollado por la Organización Internacional de Textiles de Lana (IWTO). Para Salvador, el reto al que se enfrenta la industria no es tanto la escalabilidad de la agricultura regenerativa, sino encontrar la forma de adaptar estos agentes y prácticas de pequeña escala. “El objetivo de la agricultura regenerativa es que el campo sea un medio de futuro también a nivel social y económico”.
Del corazón del bosque al armario
En PEFC, el programa de certificación que verifica la gestión sostenible de los espacios forestales, tienen un lema: “La moda cambia, el bosque permanece”. Podría decirse que una gran parte de nuestra ropa también crece en los árboles o, al menos, se necesitan muchos para obtener fibras celulósicas, como la viscosa, el rayón o el caucho, cada vez más populares en una industria que quiere reducir su dependencia sintética. “La demanda está creciendo porque tienen grandes ventajas: si lo comparamos con el algodón, solo necesita un 30% de energía para producirlo, el uso del agua es hasta 60 veces menor y permite obtener una gran cantidad de fibra de una forma bastante sostenible, ya que los árboles capturan carbono en toda su etapa de crecimiento”, apunta la secretaria general de PEFC España, Ana Belén Noriega. “El reto en el que trabaja la industria textil es responder a la demanda sin poner en peligro la salud del bosque: cuidando que las especies de las plantaciones son propias del terreno, que se llevan a cabo prácticas regenerativa y que se respetan los derechos de todos los trabajadores implicados”.
Para la experta, certificaciones como la etiqueta PEFC –que ofrece un marco legal y auditable con directrices ambientales, sociales y económicas que según la norma UNE, en el caso de España, deben cumplir las superficies forestales gestionadas de forma sostenible–, es la herramienta fundamental para que tanto firmas como clientes puedan tomar decisiones informadas. Aunque en el caso de las prácticas regenerativas todavía no existe un sello oficial –Noriega asegura que los parámetros recogidos avanzan en esa dirección–, los proyectos de agroforestería regenerativa están proliferando. Frente a la deforestación provocada por la agricultura intensiva, estos terrenos se caracterizan por la diversidad, en los que conviven árboles, frutales y actividades agrícolas y ganaderas. “Las familias y pequeños propietarios del entorno rural siempre la han practicado, diversificando sus actividades según el ritmo estacional: el monte, la agricultura, la ganadería... Es una circularidad que también deberíamos tener en cuenta”, puntualiza Noriega. Una reflexión que resume también el principio fundamental de la agricultura regenerativa: aprovechar lo que la Naturaleza nos brinda, adaptándonos (o interfiendo lo mínimo) a su curso natural.