¿Qué hacemos con la ropa usada? La industria de la moda comienza a dar respuestas
Unos simples calcetines pueden convertirse en las prendas más contaminantes. Saber cómo está hecha la ropa y su correcto reciclado puede contribuir a disminuir residuos. Todo comienza desde su diseño original
La circularidad se ha convertido en la gran esperanza de la moda, una industria que produce ropa a un ritmo frenético y la desecha con la misma rapidez, sin tiempo ni capacidad para digerirla. Cada año se confeccionan 100.000 millones de prendas en el mundo y, según cifras del último informe Pulse of the Fashion Industry elaborado por la Global Fashion Agenda, otras 92 millones de toneladas textiles acaban abarrotando el vertedero. Un problema que ni el reciclaje ni la segunda mano son capaces de mitigar —advierten de que solo el 13% acaba reciclándose—. Tampoco la máxima de comprar menos y mejor con la que se espolea la conciencia del consumidor.
La solución pasa por desafiar la forma lineal en la que se fabrican las prendas y nos relacionamos con ellas, repensando todos los elementos de la cadena, para promover un uso racional de los recursos, alargar la vida de las prendas y convertir eso que ahora llamamos desperdicio en un nuevo material útil. ¿Demasiado ambicioso? Digamos que implementarlo no es fácil, pero tampoco una utopía.
La Comisión Europea ha tomado cartas en el asunto. En su Green Deal para construir un mercado “más amable con el medio ambiente, circular y energéticamente eficiente”, la moda, y en concreto lo que se conoce como fast fashion (su consumo rápido), están bajo el punto de mira. Al fin y al cabo, la industria textil supone el cuarto mercado con mayor impacto en el cambio climático —por debajo de la alimentación, el sector inmobiliario y los transportes— y, según la Unión Europea, la ropa es el tercer producto más consumido, por detrás del agua y la utilización del suelo. Esta primera Estrategia para Textiles Sostenibles y Circulares fija una fecha límite, 2030, y aspira a que todas las prendas que se confeccionen en sus fronteras sean duraderas, reparables, reutilizables, reciclables y estén libres de toxinas y contaminantes. En otras palabras, que sean circulares.
Como señalan desde la Comisión Europea: “Los productores deben asumir la responsabilidad de sus productos a lo largo de la cadena de valor, incluso cuando se convierten en residuos. De esta manera, el ecosistema textil circular prosperará y estará impulsado por capacidades suficientes para el reciclaje, mientras que la incineración y el vertido textil se reducirán al mínimo”. Para lograrlo, el plan de acción introduce conceptos clave como el diseño circular o el pasaporte digital de producto, en el que se indicará el origen de los materiales que los componen y la forma de repararlos o reciclarlos. Unas medidas pensadas para empoderar al consumidor y evitar que el término circular se use con ligereza o como un reclamo más de consumo.
Diseñar en circular
Mariana y Carlota Gramunt, fundadoras de T_Neutral, plataforma que impulsa la transformación circular de las firmas, afirman: “El 80% de los impactos de una prenda se pueden prevenir en la fase de diseño. Desde la elección de materiales de bajo impacto, la utilización de técnicas de patronaje zero waste [residuos cero] o asegurar la durabilidad, todas estas elecciones que se pueden tomar en la primera fase del desarrollo de una colección son clave a la hora de asegurar su circularidad y minimizar su huella”. Tras años al frente de su propia marca, Sidikai, se percataron de que incluso las prendas creadas de forma sostenible, en el sistema actual, son un potencial residuo: “En el momento en el que el productor la pone en el mercado, pierde completamente el control sobre su final de vida. Según nuestros datos, la tasa de vertedero e incineración es del 85%”, explican.
Con el objetivo de cambiar ese destino final, inspirándose en modelos que calculan la huella de carbono o plástica, desarrollaron la Huella Textil: un parámetro homogéneo y transversal que permite a los productores medir, reducir y compensar la cantidad de textiles generados durante el proceso productivo y comercial, así como su trazabilidad. ¿En dónde se producen las grandes fugas textiles? “La responsabilidad sobre la práctica y sobre el textil varía en cada caso”, apuntan las hermanas Gramunt. Por ejemplo, en la fase de corte, se desperdicia alrededor de un 13% de la materia prima a nivel industria. También existe un alto porcentaje de desperdicio asociado a las devoluciones o la sobreproducción, que en muchos casos termina siendo quemado o intencionadamente ajironado para evitar su reventa en mercados secundarios”.
Esta medición permite tener un control de la cadena y buscar la forma optimizar los recursos y mejorar su gestión. Como explica Claudia Hosta, responsable de Circularidad de Mango: “Para conseguir un mínimo residuo en el proceso de desarrollo del producto, estamos comenzando a diseñar prendas con tecnología de diseño digital 3D y así reducimos el número de muestras fabricadas”. Los textiles y el stock sobrante se recogen y envían a diferentes entidades donde se prioriza la reutilización y el reciclaje. Las dos fórmulas más habituales de reaprovechamiento son reintroducir ese residuo de nuevo en lo textil (lo que se conoce como upycling) o derivarlo a otras industrias como la automoción o la elaboración de mobiliario (downcycling).
El camino hacia la circularidad se asienta en tres pilares: alargar la vida de las prendas, apostando por tejidos y fabricaciones de calidad; impulsar los diseños circulares, haciéndolos más reciclables, con un único tipo de fibra y menos accesorios; y maximizar el aprovechamiento de los materiales utilizados y la reincorporación de las emisiones textiles.
El reto del reciclaje
La siguiente pregunta es: ¿cuenta la industria con la estructura para gestionar los desperdicios textiles y reincorporarlos en el mercado como nuevas materias? Según el último Análisis de recogida de ropa usada elaborado por Moda re- (la cooperativa dedicada a la gestión circular completa de la ropa usada de Cáritas), los tejidos preconsumo (los hilos y retales generados en el proceso textil, antes de convertirse en prenda) han adquirido un mayor interés. Conocer con exactitud su composición y color facilita su tratamiento. España se alza como el mayor productor de Europa de hilo reciclado, con unas 61.000 toneladas anuales, creado en su mayoría de excedentes de producción.
Las cifras no son tan optimistas cuando se trata de toda esa ropa posconsumo que tiramos en el contenedor. En España solo se recicla el 12,16% de los residuos textiles, de los cuales solo el 60% consigue aprovecharse. Recover es una empresa con sede en Alicante que cuenta con más de 75 años de experiencia en trasformar los desechos textiles en fibras recicladas sostenibles. Alejandro Raña, su director de Desarrollo Empresarial, advierte: “Existen tecnologías prometedoras para la clasificación y el pretratamiento automatizados de las prendas, pero muchas de ellas aún deben perfeccionarse, y su implantación a gran escala requiere la interrupción de la actividad existente y fuertes inversiones de capital”.
Frente al reciclaje químico, que conlleva un enorme impacto energético y de emisión de gases de efecto invernadero, gana empuje el reciclaje mecánico. Con este último proceso, asegura Raña, todos los tejidos son potencialmente reciclables pero, para garantizar la calidad de la fibra resultante, la materia prima también se somete a unos estándares muy estrictos: se dividen por composición y color, se descartan las prendas con revestimentos de tela o hilos de lurex (un tipo de hilo de metal), y las fibras cortas que no son aptas para ser hiladas son consideradas residuo de proceso: “En el caso de las materias primas posconsumo, disponemos de un equipo automático para eliminar botones y cremalleras, pero es importante que haya una clasificación previa por material”, reclama Raña, señalando uno de los grandes retos en materia de reciclaje: los tejidos mezclados.
Basta fijarse en la etiqueta de la ropa: en una camiseta sencilla podemos encontrar una mezcla de algodón y acrílicos, y en unos simples calcetines, un cóctel de elastano, algodón y poliéster. En la actualidad, según el estudio Aprovechamiento de residuos textiles para otras aplicaciones en el diseño que recoge Moda re-, solo el 37 % de las prendas de las grandes cadenas son monomateriales. Albert Alberich, director de Moda re-, puntualiza: “En el caso de que todos los elementos no puedan ser monofibra, lo ideal es que sean fácilmente localizables y extraíbles. El diseño circular cada vez tendrá más presencia en las colecciones, pero aún pasarán muchos años para que esas prendas lleguen a nuestros contenedores de recogida y, por lo tanto, a los circuitos de reciclaje”. Alberich destaca la dificultad que plantea la licra para el reciclaje y el calzado: “Actualmente estamos trabajando en pequeños proyectos experimentales de reciclado, pero en este campo, el camino a recorrer para conseguir un buen impacto de recuperación es mucho más largo y complicado que el de otros textiles”.
Del armario al contenedor (y vuelta al armario)
El círculo lo cierra un consumidor concienciado, dispuesto a alargar la vida de la prenda o despojarse de ella correctamente. “No hemos sido formados para el reciclaje textil porque la recogida separada de este residuo no es obligatoria. Sin embargo, la Ley de Residuos y Suelos Contaminados establece que a partir de 2025 lo será. Es decir, que además de encontrar en la calle los contenedores a los que estamos acostumbrados, se deberá incluir uno para textil de forma obligatoria”, explica Alejandro Raña, de Recover. Mientras, propone apoyar iniciativas voluntarias como la de las marcas que recogen ropa usada en sus propias tiendas o Ayuntamientos que llegan a acuerdos con empresas sociales para colocar contenedores de ropa en las calles.
Para reforzar este compromiso colectivo, las firmas Mango, Decathlon, H&M, IKEA, Inditex, Kiabi y Tendam han puesto en marcha la Asociación para la Gestión del Residuo Textil. Juntos buscan gestionar adecuadamente los residuos textiles y de calzado generados en España mediante un Sistema Colectivo de Responsabilidad Ampliada (SCRAP) con el que dar un impulso al modelo circular al que se dirige el sector.
No todas las prendas que no queremos se pueden considerar desechos. Muchas pueden reutilizarse (vía segunda mano), reusarse (destinándose a otras actividades) o reciclarse (transformándose en fibras textiles para usos industriales). “Hasta hace poco, la inmensa mayoría de las prendas reciclables acababan convertidas en aislamientos acústicos, térmicos, bases de moqueta… La práctica totalidad de esta transformación se producía después de un largo viaje a países como Pakistán o India, especializados en estas transformaciones de poco valor añadido y con un alto impacto negativo medioambiental. Hoy ya se ha iniciado un cambio de tendencia, que se va a acelerar en los próximos tiempos de generación, de nuevas hilaturas a partir de estos desechos”, señala Alberich, optimista. En última instancia encontraríamos los rechazos, prendas que no sirven ni para reciclar, que se queman para producir energía.
¿Cómo debemos depositar las prendas? Desde Moda re- explican: “Tradicionalmente hemos pedido que la ropa que se depositaba en el contenedor estuviese limpia, a ser posible en buen estado de uso y protegida con una bolsa de plástico”, Por su parte, Alberich propone: “Con las nuevas perspectivas de reciclaje posconsumo que se están creando, nos vamos a tener que ir acostumbrando a que esas prendas que ya tienen un desgaste excesivo o con agujeros o deformadas, también se depositen en el contenedor. No creemos que la solución sea la instalación de dos contenedores, sino que habrá que pensar en soluciones más fáciles, como el depósito en bolsas de diferentes colores”. Alberich insiste, eso sí, en la importancia de evitar ropa húmeda, grasienta o con manchas que puedan contaminar al resto. Porque el error más grave que podemos cometer en materia de reciclaje es no hacerlo.