El chico de Móstoles que conquistó un Oscar copiando la realidad
Álvaro Moya añade efectos visuales a películas y series una vez que ha finalizado el rodaje. En ‘Luces largas’, un proyecto de Renault que muestra el recorrido y la proyección del talento español, explica en qué se inspira para que millones de espectadores no sepan distinguir qué es real y qué es obra de su ingenio delante de un ordenador
El trabajo de Álvaro Moya consiste en engañar al público que va al cine, en que no sepa distinguir qué es real y qué no de todo lo que sucede en la pantalla. Este madrileño de 34 años añade efectos visuales a películas y series, como se muestra en el vídeo que abre esta pieza, donde se le ve trabajando con la luz apagada en El Ranchito, la empresa en la que trabaja y que participó en el final de Juego de Tronos: “Nos llaman los vampiros porque estamos a oscuras, sin ningún brillo en la pantalla porque tenemos que trabajar en las mismas condiciones en las que luego el espectador verá esa película en el cine”, afirma Moya, que formó parte del equipo de Avatar: El sentido del agua (2022), lo que le valió el Oscar a mejores efectos visuales este año. “Mi trabajo comienza una vez ha terminado el rodaje. A veces tengo que cambiar el cielo, poner unas montañas de fondo o añadir una explosión”, describe en una butaca de los Cines Embajadores, en el distrito madrileño de Arganzuela.
A este cine acude con sus amigos, a los que hace quedarse hasta el final cuando ven alguna de las películas en las que ha trabajado. “Hasta que aparece mi nombre en los créditos”, precisa entre risas en la Taberna Viajera, en el barrio de Embajadores, donde acostumbra a reunirse con su gente tras una jornada en la que de repente hace desaparecer el cielo, una carretera o un coche, como se ve al final del vídeo. “Siempre me han gustado los cómics. Yo veía a mis ídolos en papel y ahora los hago volar”, afirma este aficionado a Marvel, que trabajó en la película Los Vengadores: Infinity War (2018).
Aficionado al deporte, se inspira mucho en salidas por el campo y la montaña, a donde le gusta ir a andar con su madre los fines de semana. “Mi trabajo consiste en copiar la realidad. Me fijo en todo lo que pueda para luego añadirlo a mis películas”, afirma durante un paseo por el pueblo de La Cabrera (Madrid). Pueden ser fenómenos que pasan desapercibidos, como el movimiento de las nubes, del agua o la rugosidad y las texturas de las montañas. En otras ocasiones su nivel de detalle se produce en casa de su madre, donde mira fijamente el comportamiento del fuego en la chimenea para replicarlo en planos de películas. La mejor forma de copiar no es inventar.
Moya, que de pequeño quería ser médico y de mayor estudió Comunicación Audiovisual y Administración de Empresas, no se convirtió en compositor de efectos visuales hasta que cursó un máster en 2015. Antes de terminarlo ya tenía trabajo y al poco le fueron a buscar empresas punteras radicadas en Bournemouth y Londres (Reino Unido) y en Melbourne (Australia). Pero volvió a Madrid para estar cerca de los suyos. “Soy muy de estar con mi familia y mis amigos. Valoro mucho mi tiempo libre. Yo soy un chico de Madrid, de Móstoles, un chico de barrio que ha llegado a Hollywood”, afirma. Le han ofrecido dar clases, y le motiva, pero sin descuidar su vida.