El navío que resucita 500 años después y la ballena que nunca más fue vista
El surfista y explorador Kepa Acero visita, en el puerto de Pasajes (Gipuzkoa), la factoría Albaola donde se construye una réplica de la nao San Juan, uno de los balleneros con los que en el siglo XVI los vascos explotaban la mar. La ballena franca del Atlántico Norte, cazada por última vez en la costa cantábrica en 1901 y entonces objetivo de estos marineros, está hoy al borde de la extinción
“Conocer para amar y amar para conservar”, repite Kepa Acero (Algorta, Bizkaia, 1980), un surfista explorador que ha dado la vuelta al mundo en busca de olas tubulares perfectas y culturas desconocidas que puedan responder a todas las preguntas que la vida le ha puesto en el camino. En una de sus últimas paradas, en el puerto de Pasajes, Acero se ha encontrado con Xavier Agote, un donostiarra de 54 años, que, en la factoría Albaola, un museo vivo, se dedica a replicar embarcaciones vascas del siglo XVI, desde balleneros hasta chalupas. Su charla protagoniza uno de los cinco episodios del podcast Las Coordenadas de Kepa, que recoge los encuentros del aventurero a bordo de una furgoneta Ford Tourneo Custom Hybrid.
Episodio 4: El carpintero que recupera la historia de los marineros vascos
Agote, que de pequeño se pasaba días enteros en el puerto de San Sebastián, subraya en la entrevista con Acero: “La factoría Albaola es un lugar donde recuperamos las embarcaciones de otras épocas que fueron tan importantes para el desarrollo de nuestro litoral, de nuestra cultura y de nuestra economía. Queremos recuperar el oficio de la carpintería de ribera, que era nuestra principal industria y que nos permitió realizar expediciones aventuras extraordinarias”.
La nao San Juan, hundida en Canadá en 1565, es la joya de Albaola. Aún no está terminada. Era utilizada para cazar y para almacenar las cerca de 1.000 barricas de aceite de ballena franca del Atlántico Norte, que luego eran vendidas en Europa por un precio cercano a lo que hoy serían 5.000 euros cada una. Medio siglo después, y sin rastros de ella en la costa Cantábrica desde hace mucho tiempo, la especie está a punto de extinguirse. ¿Era posible para los marineros vascos de antaño saberlo? ¿Cuál es el futuro de este mamífero?
“Hay quien juzga la historia con criterios moralistas. Esto es una equivocación. En aquel entonces la gente estaba especializada en la industria ballenera. ¡Hoy no cazamos ballenas! Hace cinco siglos la naturaleza era un mundo rico que parecía inextinguible y de ahí vivían los hombres”, afirma Agote, durante el cuarto episodio de Las Coordenadas de Kepa. Hace 500 años, como bien dice Agote, los vascos marcaron el camino de la caza de ballenas. Incluso basaron gran parte de su economía en esta actividad.
“Se dice cazar, no pescar. Son mamíferos”, aclara, antes que nada, al teléfono, Enrique Franco, vicepresidente de AMBAR Elkartea, sociedad para el estudio y la conservación de la fauna marina en las costas del País Vasco. El pasado 9 de julio, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) declaró a la ballena franca del Atlántico Norte, conocida como la ballena de los vascos, en estado de “peligro crítico”, la máxima categoría de amenaza de extinción.
“Quedan cerca de 300 ejemplares en el Atlántico Noroccidental y, se cree que hay otros 100 en el Pacífico Norte”, dice Franco, biólogo marino de la Universidad del País Vasco. La última ballena de esta especia cazada en la costa vasca fue el 14 de mayo de 1901 en Orio (Gipuzkoa). Entonces, los jóvenes del pueblo divisaron al animal cerca del litoral, pero no supieron bien cómo proceder. Fueron los oriotarras más viejos los que debieron ayudarlos con algunos brumosos recuerdos de cómo se captura una ballena. “Evidentemente, la cultura de la caza de ballenas ha desaparecido aquí”, subraya Franco.
Un animal como estos, que podía pesar 90 toneladas, suponía una revolución para la economía de cualquier pueblo del siglo XVI. Además de la carne, los vascos fundían la grasa para producir aceite, que se utilizaba principalmente como combustible de lámparas. Toda la economía del pueblo giraba en torno a ello. Franco detalla: “La carne más apreciada era la de la lengua. La mitad del importe de su venta iba para la Corona y la otra mitad, para las parroquias de la zona. Por contra, las parroquias tenían que suministrar a los barcos que cazaban las cuerdas que iban atadas a los arpones, que eran de muchísima calidad. El importe de la ballena se repartía entre todos los que participaban. Desde el que suministraba la lancha hasta el arponero o los que iban remando. Para los pobres quedaba una parte de la carne de la ballena, que se salaba, se conservaba y se comía”. Todavía hoy muchos pueblos del País Vasco llevan en su escudo una ballena. “El pueblo vivía de aquello e incluso cuando los barcos salían, la gente que se quedaba rezando por que todo fuera bien. Oraciones específicas en castellano y en euskera”, agrega.
La persecución, su larga vida, que hace que tarden mucho en reproducirse, y el cambio climático comenzaron a mermar la población de la ballena franca del Atlántico Norte. Los historiadores sitúan el apogeo de su pesca en el Cantábrico entre los siglos XIII y XIV, su declive a lo largo de los siglos XVI y XVII y su liquidación en el XVIII, señala la Enciclopedia de vertebrados españoles del CSIC.
Para Franco no está claro quiénes fueron los últimos en exterminarla por Europa: “Los vascos eran los que mas sabían de esto. Aquellas zonas del norte de Estados Unidos, ocupadas por franceses e ingleses, empezaron a contratar a pescadores vascos y ya la caza de la ballena al final dejó de ser llevada por nuestro pueblo. El mayor declive de su población se da cuando los noruegos comienzan a cazarla con arpón y explosivos”.
Desde la década de 1930, la ballena está protegida, pero eso no fue suficiente. Desde AMBAR cuidan a todos los cetáceos de la costa desde hace más de 20 años, pero comprenden las prácticas del pasado. “Probablemente con todos los recursos y la información que tenemos hoy no hubieran actuado de ese modo”, asegura Franco.
La última farera de la Costa de la Muerte
Cristina Fernández (Camariñas, Galicia, 1951) es una de las últimas fareras que existen en España. Hace más de 45 años que custodia el cabo Vilán y es la única farera vigente de la Costa de la Muerte. Fernández, que recibe cerca de 50.000 visitantes al año, tuvo y crio a sus tres hijos en el faro y ha acumulado cientos de historias.