El fenómeno del ‘baby-led weaning’: las incógnitas científicas sobre la alimentación dirigida por el bebé
Los defensores de la introducción de alimentos a trozos, en lugar de en puré, destacan que mejora el control de la saciedad pero sus detractores alertan del riesgo de asfixia. La investigación de sus beneficios y riesgos es aún limitada
Lo llaman los 1.000 días de oro del bebé: son esos primeros dos años de vida donde todo lo que le ocurra, cuándo, dónde y cómo sucede, resultará clave para su desarrollo posterior. Y uno de esos momentos trascendentales es, en torno a los seis meses de edad, cuando se da el salto de la lactancia materna en exclusiva a la introducción de la alimentación complementaria: en esa etapa, el bebé empieza a entrar en contacto de forma paulatina con alimentos más allá de la leche materna —o de fórmula, según el caso— y experimenta con nuevos sabores y texturas.
Tradicionalmente, la comida se le daba en forma de purés donde se mezclaban distintos alimentos, pero en la última década se ha expandido un nuevo método, que es la alimentación dirigida por el bebé (o baby-led weaning), donde el pequeño ingiere a placer y por sí mismo trozos sólidos de comida. El bebé dirige la ingesta: sentado a la mesa, de cara a los alimentos, coge y se lleva a la boca lo que quiere y en la cantidad que desea. Come a su ritmo, sin forzar. El debate entre el método tradicional y la nueva tendencia está en la calle, pero también entre los científicos: la evidencia sobre las bonanzas y riesgos es muy limitada y poco concluyente. Tanto a un lado como al otro.
“Esta moda se inicia en 2002, cuando la Organización Mundial de la Salud empieza a recomendar la alimentación complementaria a partir de los seis meses. Hay mucha controversia con el tema y muchos profesionales se agarran al método tradicional. Nosotros sí recomendamos el baby-led weaning, pero es importante individualizar cada caso”, expone Lina Makhmalji, nutricionista-dietista del servicio de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.
A propósito de sus beneficios, Makhmalji destaca que, con este método, la alimentación del niño se basa en sus señales de hambre y saciedad: “El niño sabe regularlo, igual que la lactancia. Y además, fomentamos que conozca y el sabor y la textura de los alimentos antes. Con el triturado, no sabemos si esa comida le gusta por el sabor de un alimento o de otro”. Los defensores de esta técnica defienden que así se favorece la aceptación de distintos alimentos. En esta línea, una revisión de un grupo de investigadores de la Asociación Italiana de Pediatría también exponía en 2018 que este enfoque “podría proporcionar un aprendizaje temprano y más estable sobre las capacidades saciantes de los alimentos y, por lo tanto, permitir una mejor capacidad de respuesta a la saciedad”.
Entre los peligros que más preocupan a médicos y familias está el riesgo de atragantamiento y las carencias nutricionales porque puede no ingerir todo lo que necesita. Sobre lo primero, los investigadores italianos plantean que “a los seis meses, es posible que el bebé aún no haya desarrollado las habilidades motoras orales necesarias, como masticar y tragar, para ingerir alimentos enteros de manera segura”. Y también puede haber “una discrepancia entre la capacidad aparente del bebé para alimentarse por sí solo y la capacidad real para hacerlo”, pues no todos los pequeños de esa edad están preparados para alimentarse con sólidos. Sin embargo, después de revisar la literatura científica disponible, los autores no encontraron más riesgo de atragantamiento.
El temor al atragantamiento
Lo que sí puede haber, como señala la Asociación Española de Pediatría (AEP), son arcadas, pero eso no es un episodio de asfixia. “Si les da una arcada, el alimento regresa a la parte anterior de la boca y lo vuelven a aplastar hasta que ya pueden tragarlo”, apunta la organización científica. A esas edades, la mayoría de los bebés ya son capaces de mantenerse sentados, coger objetos con la mano, llevárselos a la boca y aplastarlos con los labios y las encías si son alimentos blandos.
Makhmalji, de hecho, recuerda que los alimentos tienen que adaptarse a sus capacidades: “Hay que ofrecer trozos de comida que puedan aguantar con el puño y comerse la puntita que sobresale. Y que se puedan chafar o aplastar con la lengua. Hay que evitar sólidos con riesgo de asfixia, como los frutos secos, las aceitunas, los tomates cherri o la manzana y la zanahoria crudas, por ejemplo”. La AEP comparte estas recomendaciones y recuerda también que los críos deben estar acompañados mientras comen. Además, los expertos coinciden en que este método de alimentación está desaconsejado en bebés que tengan dificultades neurológicas o motoras.
Sobre las carencias alimentarias, los expertos también han planteado si los bebés que practican el baby-led weaning tienen una ingesta inadecuada de nutrientes, como el hierro o el zinc. A priori, a partir de los seis meses, la lactancia materna no aporta suficiente hierro al lactante para satisfacer sus necesidades y se requiere un refuerzo; pero los alimentos que habitualmente se emplean en esta técnica —que son aquellos más fáciles de agarrar, como frutas y verduras al vapor—, son más bajos en este mineral. Con todo, para paliar ese potencial déficit y los riesgos de asfixia, ya se ha desarrollado una versión modificada del baby-led weaning conocida como BLISS (siglas en inglés de introducción a los sólidos dirigida por el bebé), en la que se plantea incorporar en cada comida principal alimentos ricos en hierro, energéticos y adaptados para evitar el atragantamiento.
Makhmalji defiende también que la alimentación dirigida por el bebé “favorece la preferencia a medio y largo plazo por una dieta sana”, aunque admite que esto también “depende de la oferta y la dieta familiar que se realice”. De hecho, la evidencia científica sobre si el baby-led weaning protege contra la obesidad es poco concluyente: un ensayo clínico neozelandés publicado en 2017 en JAMA Pediatrics, en el que se probó el método BLISS, no logró un índice de masa corporal más apropiado que el que se consigue con la alimentación tradicional con cuchara. “No parece dar lugar a un crecimiento más saludable ni a una reducción del riesgo de sobrepeso en comparación con las prácticas de alimentación tradicionales”, concluyeron los autores.
¿Influencia en la obesidad?
En este sentido, un editorial en JAMA Pediatrics adjunto al estudio resaltó una apreciación de los propios autores en la que destacaban que “fuera del entorno de un ensayo, las mujeres que eligen baby-led weaning tienen más probabilidades de tener un nivel socioeconómico más alto, lo que puede explicar la asociación observada con una menor prevalencia de obesidad en estudios no aleatorios anteriores”, señalaba Rajalakshmi Lakshman, investigador de la Unidad de Epidemiología de la Universidad de Cambridge (Reino Unido). La obesidad está muy ligada a la situación socioeconómica familiar y es más prevalente en entornos con menos recursos.
Con todo, en su análisis también contempla el escenario contrario a la hipótesis del estudio y que la autoalimentación lleve a un aumento del sobrepeso, en lugar de a un descenso. “Una posible razón por la que la autonomía en la alimentación podría no ser beneficiosa, sino perjudicial para la prevención de la obesidad en los lactantes, es que las señales intrínsecas de apetito y saciedad de los lactantes pueden mediar una tendencia natural hacia el consumo excesivo en ausencia de restricción externa. Recientemente se ha demostrado que estas conductas alimentarias son en parte hereditarias y están determinadas por las mismas variantes genéticas que predicen el índice de masa corporal y el riesgo de obesidad en adultos”.
Otra revisión publicada en 2021 en la revista Nutrients por investigadores de la Universidade de Santiago de Compostela sobre la reducción de la obesidad también apuntó a que los resultados “no fueron decisivos”. “Mientras que algunos estudios parecen demostrar un menor aumento de peso en los bebés que aplican baby-led weaning, otros muestran resultados no concluyentes”, apuntaron. Rosaura Leis, coautora de esta investigación y coordinadora del Comité de Nutrición y Lactancia materna de la AEP, admite que “no hay evidencia científica para decir si es mejor el baby-led weaning o la alimentación con cuchara. Hay diversidad entre los estudios”. “Lo que sí podemos concluir es que hay que diversificar las texturas de los alimentos de forma progresiva y paulatina —del puré al grumo y de este, al trozo—, en función del grado de maduración del niño y fijándonos en las señales de hambre y saciedad. No hay que forzar”, enfatiza.
A pesar de que el debate sobre si reduce el riesgo de obesidad sigue sin resolverse, en su análisis Lakshman subrayó las bonanzas que sí arrojó esta técnica en el ensayo neozelandés: “Promovió un destete exitoso, como lo indica un mayor disfrute de la comida, conductas alimentarias menos quisquillosas, autoalimentación continua de la mayoría de los alimentos hasta los 12 meses de edad y una duración sustancial de cuatro semanas más de lactancia materna”. Además, ensalzó, la intervención de la alimentación dirigida por el bebé fue “segura”. “No se observaron diferencias entre los grupos en cuanto a la ingesta de energía, el retraso en el crecimiento o la anemia por deficiencia de hierro. Los bebés de la intervención tuvieron arcadas con mayor frecuencia a los seis meses de edad, pero con menor frecuencia a los ocho meses, y no hubo diferencias en el número de situaciones de asfixia”.
La AEP evita recomendar uno u otro método de alimentación complementaria, pero Leis sí admite que la entrada del baby-led weaning ha traído un efecto colateral: “Ha forzado el cambio de texturas. A veces, observábamos que se demoraba el cambio de texturas mucho tiempo”. Makhmalji, defensora de la alimentación dirigida por el bebé, coincide en que el método tradicional con cuchara alarga demasiado el triturado. Sin embargo, la nutricionista defiende que elegir una opción u otra es decisión de los padres: “Si les da más miedo el baby-led weaning, los guiamos en la alimentación con cuchara y, a los ocho meses, empezamos a introducir papillas con grumos y hacer texturas semisólidas”.
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