Marc Schneeberger, neurobiólogo: “La obesidad no es una enfermedad del cuerpo, sino del cerebro”
El científico gerundense, que dirige un grupo de investigación en neurociencia en la Universidad de Yale, recibe el Premio Princesa de Girona por sus aportaciones al descubrimiento de una nueva región del cerebro clave en los procesos de ingesta y gasto energético
Hay una epidemia que atraviesa el planeta de punta a punta, arrastrando a niños y mayores con ella: la obesidad se ha triplicado en el mundo desde los años setenta y más de 650 millones de personas, según los datos de la Organización Mundial de la Salud, la padecen. Por su enorme complejidad, esta dolencia, desencadenante también de otros problemas de salud, como tumores o enfermedades cardiovasculares, trae de cabeza a méd...
Hay una epidemia que atraviesa el planeta de punta a punta, arrastrando a niños y mayores con ella: la obesidad se ha triplicado en el mundo desde los años setenta y más de 650 millones de personas, según los datos de la Organización Mundial de la Salud, la padecen. Por su enorme complejidad, esta dolencia, desencadenante también de otros problemas de salud, como tumores o enfermedades cardiovasculares, trae de cabeza a médicos e investigadores, que todavía están desentrañando todos los procesos orgánicos que se ponen en marcha cuando hay una acumulación excesiva de grasa en el cuerpo. Encontrar fármacos efectivos para combatirla es el gran objetivo de la comunidad científica, aunque la prevención sigue siendo, por ahora, la mejor arma para combatir este problema de salud, admite Marc Schneeberger Pané (Lloret de Mar, Girona, 36 años), neurobiólogo de la Universidad de Yale (Estados Unidos) y especializado en estudiar cómo el sistema nervioso controla el balance energético y el metabolismo.
Schneeberger, licenciado en Farmacia y doctor en Biomedicina, acaba de recibir el premio Princesa de Girona por sus aportaciones al descubrimiento de una región del cerebro clave en los procesos de ingesta y gasto energético. En el cerebro están las grandes claves de esta dolencia, explica el científico durante una visita a Barcelona para participar en un acto con otros galardonados por la Fundación Princesa de Girona.
Pregunta. Los expertos siempre advierten de que, en la obesidad, perder peso no es una cuestión de voluntad. ¿Por qué? ¿Qué pasa en el cerebro?
Respuesta. El cerebro simplemente está monitorizando los niveles de glucosa en sangre, el estado fisiológico del cuerpo y en base a eso, da señales de iniciar el apetito o bloquearlo. Pero siempre para mantener el cuerpo. Para el cerebro, coger más nutrientes no es una situación de emergencia; la situación de emergencia es perder peso: si hay demasiada actividad metabólica, perder peso lo detecta como una situación de emergencia, activa la señal de apetito y eso genera una complejidad cuando, evolutivamente, no han pasado tantos años desde que perseguíamos animales para alimentarnos. Evolutivamente, 2.000 o 3.000 años no es tanto, así que el cerebro está pensando que depositar energía a nivel de tejido adiposo es bueno. El problema es que, debido al acceso que tenemos de nutrientes de alto contenido en grasas y azúcar disponibles todo el rato, eso genera una adicción a ese tipo de productos porque son placenteros.
P. ¿Por qué gustan más las patatas fritas o el chocolate que una acelga o un brócoli?
R. El cerebro ha aprendido que tienen un alto aporte nutritivo y como él funciona solo con glucosa y necesita constante flujo de energía para la actividad neuronal, prefiere ese tipo de alimento que le aporta más nutritivamente. Porque, de nuevo, para el cerebro, el ganar peso no es malo. El problema es cuando el sistema se desregula y cuando eso pasa, muchas veces ya es demasiado tarde. Por eso la mejor terapia que funciona contra la obesidad es la prevención: si desde pequeños seguimos una dieta equilibrada y hacemos ejercicio, acabamos entrenando a nuestro cuerpo en esos momentos de desarrollo para potenciar más un peso corporal estable y, al revés, si fomentamos sedentarismo y el estrés de nuestra vida cotidiana, que hace que comamos rápido cualquier cosa, entrenamos a nuestro cerebro para ese tipo de comportamiento.
P. ¿Cuáles son las variables que desencadenan todo el proceso que lleva a la obesidad? ¿Depende el cómo comemos? ¿El cuándo? ¿El qué? ¿Todo a la vez?
R. La respuesta completa no la tenemos. Nosotros creemos que hasta que no entendamos cómo funcionan realmente estos circuitos íntegramente, teniendo en cuenta todos los componentes, no podremos definir cuáles son todos los factores. Evidentemente, [influye] ejercicio, dieta, tipo de dieta, componentes de la dieta… Pero luego también hay muchas cosas que afectan a nuestro sistema metabólico que son secundarias a ello: cualquier cosa que en un momento de desarrollo está afectando a los circuitos neuronales, puede determinar cómo afectan. Hemos visto que, por ejemplo, los niños cuando juegan estimulan ciertas regiones del cerebro. La parte más crítica que estamos viendo son los momentos de desarrollo: la obesidad infantil puede ser la que tenga la peor implicación a nivel de organismo porque en un momento en el que se están estableciendo estos circuitos, estamos impidiendo que se desarrollen de forma adecuada debido a que estamos añadiendo tóxicos y alimentos que no son nutritivos, y derivados de estos nutrientes se generan componentes que activan inflamación y la inflamación neuronal lleva a muerte neuronal. Las implicaciones que tiene esto no las sabemos aún y pueden ir desde estrés o ansiedad a déficit cognitivo. Vemos que esa edad es la más importante donde actuar.
P. ¿Jugar puede ser positivo?
R. El juego social se ve que estimula las mismas neuronas que estimulan el metabolismo. El hecho de tener más juego social, provoca más estimulación de neuronas que dan una señal de saciedad y, con esa saciedad, pierden peso. Y no es el juego que entendemos por ir a jugar al fútbol, es el juego desestructurado, esa capacidad social de interaccionar a esas edades tempranas favorece el desarrollo adecuado del cerebro.
P. ¿No tiene que ver con el gasto de energía, entonces? ¿Daría igual hacer un puzle con otros niños que jugar al pilla-pilla?
R. Sí, desestructurado. Con el objetivo de jugar, independiente de la actividad física. Y lo mismo pasa a nivel nutritivo: en ese momento, ese exceso de dieta grasa que tiene una galleta y que no tienen las acelgas, aumenta la inflamación y esa inflamación puede ser muy perturbadora para el correcto desarrollo tanto de circuitos más fundamentales para el organismo, como de circuitos más avanzados. Lo que nos estamos planteando es si la obesidad infantil, ese desarrollo incorrecto de su cerebro, hace que luego tenga más déficit cognitivo, si tiene más susceptibilidad al estrés, ansiedad…. O si esa ansiedad luego del adulto ha sido determinada por problemas en el desarrollo, aislamiento social… Estamos viendo que la pandemia está teniendo un impacto brutal, pero más que en los adultos, que nos hemos adaptado, en los niños: la depresión adolescente, la depresión infantil y los problemas metabólicos están aumentando exponencialmente estos años.
P. ¿El cerebro manda más que el intestino para regular el balance energético?
R. El cerebro domina, percibe qué está pasando en nuestro entorno y luego comunica cómo debe responder el cuerpo. Hay neuronas periféricas que comunican con las centrales, pero el cerebro claramente tiene una posición primordial. Por eso nosotros entendemos la obesidad, no como una enfermedad del cuerpo, sino una enfermedad del cerebro. Lo fundamental que está desregulado y que genera esa complejidad en perder peso no es el organismo periférico, es nuestro cerebro y cómo regula este metabolismo. Un ejemplo muy claro es cuando uno va a una boda; sabe que habrá un exceso de nutrientes y si a última hora se te cancela esa boda porque algo ha pasado y no vas, si te miraras los niveles de insulina en sangre estarían más altos de lo normal porque el cerebro ya se ha anticipado: puede darse una hipoglucemia justo si estás yendo a la boda y te vas en ese momento porque tu cuerpo está preparado para eso. Es decir, el cerebro está en todo momento analizando y no significa que a nivel periférico, de cuerpo, sea menos importante, porque evidentemente ese bolo alimenticio el primero que lo detecta es la boca, ahí es donde empieza la primera señal al cerebro.
P. Ahora está muy en boga el estudio del eje intestino-cerebro y del microbioma [el conjunto de microbios, como bacterias y virus, que pueblan el organismo]. ¿Cómo se relacionan entre ellos?
R. No sabemos muy bien cómo difiere la microbiota intestinal de unos y otros. Tenemos un estudio en el que miramos el microbioma en obesos y no obesos y vemos que hay patrones muy claros de microbioma específico aumentado o disminuido en situaciones de obesidad y qué metabolitos secreta este microbioma. El microbioma actúa de informador o puede secretar algún tóxico que luego se absorbe y llega al cerebro. Es un comunicador más, pero como está tan poco explorado, todos los resultados son muy impactantes. Por ejemplo, se ha visto que los ácidos grasos de cadena corta son producidos por el microbioma intestinal y estos son capaces de comunicar que el intestino se mueve más rápido o más lento o influir en diarreas o en estreñimiento… Y del intestino se han descubierto estos últimos fármacos que se llaman análogos de GLP-1 y se ha visto que actúan en una región del cerebro que da náuseas y se ha aprovechado porque una náusea prolongada inhibe el apetito y de momento son los fármacos que están disminuyendo el peso.
P. Estos fármacos están muy de moda. ¿Qué implicaciones puede tener este proceso? Porque promover una especie de náusea permanente tampoco es muy natural.
R. De hecho, nosotros lo vemos, depende cómo, de forma negativa. Lo que se está investigando ahora es disociar esa náusea de la señal de parar de comer. Porque la náusea, per se, es mala, pero la señal de parar de comer está asociada a esa náusea y hay que ver si podemos desentrañar desde dónde estas neuronas están comunicando la señal más negativa, esta sensación de náusea, y hacia dónde están comunicando la señal de parar la ingesta de alimentos, y si luego somos capaces de sólo actuar en ese circuito con alguna evolución de estos fármacos.
El juego social [en los niños] estimula las mismas neuronas que estimulan el metabolismo”
P. No se ha logrado incidir en el proceso de ingesta y gasto a través de fármacos realmente efectivos. ¿Qué les falta por saber?
R. En cuanto a terapia, la mejor aquí es prevenir en vez de curar, así que empecemos por que no aumente la obesidad infantil. A nivel de tratamiento, lo que parece que funciona mejor, y hay estudios de laboratorio, es hacer triples terapias o dobles terapias: fármacos que se unen en la neurona A, fundamental para regular ingesta, y cuando este fármaco actúa en neurona A, deja ir otro fármaco que está en esa misma molécula y que actúa en neurona B, que controla el metabolismo. Actuando por varios sitios se consigue que la pérdida de peso en modelos animales de obesidad sea mucho mayor.
P. ¿Ve posible acabar con la epidemia de obesidad en un futuro?
R. A nivel adulto será muy complejo porque en esos individuos necesitaremos casi terapia individualizada, porque cada uno viene de un ambiente y sí que habrá fármacos que actúen y consigan perder peso mejor para llevar una vida más llevadera, pero no para que esos obesos vuelvan a ser delgados. Pero donde sí podemos actuar y erradicar es en la obesidad infantil: si usamos estas estrategias preventivas, habrá el número que tradicionalmente habíamos tenido, un porcentaje que desgraciadamente es genético y tiene una predisponibilidad metabólica a ganar peso.
P. Hay gente que tiene más o menos tendencia a engordar. ¿Qué papel juegan los genes en este campo?
R. No lo sabemos, pero lo estamos estudiando. Porque esto nos pasa en ratones y en humanos. Este punto de que cada uno es un poco diferente y cuando ponemos ratones en una dieta rica en grasas, hay uno que gana 50 gramos, otro que gana 40 y otro 35. A esa exposición crónica tiene que estar afectando algo a nivel genético, de circuitos, del momento del desarrollo. Queremos saber qué es importante para determinar esa individualidad: el componente genético es uno y el otro es el ambiental, pero cómo se comunica uno con otro y qué es positivo y negativo, aún no lo sabemos.
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