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El luchador que llegó en patera

Masse Dial desembarcó en 2006 en una playa de Gran Canaria. Fue quien introdujo al campeón español Juan Espino en las artes tradicionales de combate senegalesas

Jornada de lucha canaria entre el Unión Doctoral y Vecinos Unidos.Vídeo: Paco Puentes
Cristian Segura

El público rugía mientras el León Blanco saludaba desde el centro del estadio. Fue en abril de 2014, en Djam África, un pequeño restaurante senegalés del barrio del Raval de Barcelona: el periodista se había acercado al Djam África para recabar información sobre curanderos africanos. La televisión del establecimiento estaba encendida y con el volumen alto. El aparato proyectaba las imágenes de miles de aficionados que enloquecían con la presencia en la arena de dos gigantes que, acompañados por cánticos y una música de tambores, ataviados solamente con un calzón y amuletos, se enzarzarían en una pelea de agarres y puñetazos. Uno de los dos luchadores era el canario Juan Espino, el León Blanco, como se hizo célebre en Senegal.

Aquel combate debía ser emitido en diferido, dice hoy Espino, porque en 2014 una lesión le había apartado del cuadrilátero. Es el único extranjero que ha competido oficialmente en la lucha lamb senegalesa, un deporte y tradición que "mueve al país entero, más que un Barça-Madrid", según Espino. El León Blanco, 37 años, da cuenta de ello sentado en el despacho del gimnasio que regenta en Las Palmas de Gran Canaria. Espino es uno de los luchadores más laureados de España: ha competido en veinte modalidades diferentes, ha sido campeón de Europa y del mundo en grappling, jiu jitsu y artes marciales mixtas, y también ha sido uno de los mejores puntales en lucha canaria de los últimos años. Rodeado de diplomas y souvenirs de sus combates en los cinco continentes, Espino recuerda que la persona que le enseñó sus primeros movimientos en lucha lamb fue Masse Dial, un peón de los campos de piña de Gran Canaria, un senegalés que llegó a la isla en patera en 2006.

A Dial los compañeros le llaman Tito. Muchos en este deporte son conocidos por el apodo: a Espino le llaman El Trota –nombre que heredó de su padre, también luchador– y Pablo González es El Niño. Pablo El Niño es clave en esta historia. Dial llevaba tres meses en Canarias cuando un fin de semana, deambulando por Santa Lucía de Tirajana, vio a una multitud que se dirigía a un pabellón. Les siguió y allí descubrió la lucha canaria. Preguntó si podía aprender este deporte con el equipo local y Pablo El Niño, presidente del Unión Sardina, le dio un uniforme del club y le pidió que volviera al lunes siguiente. Dial coincidió con Espino en el Unión Sardina y le introdujo en el arte de la lucha senegalesa. "Todos en Senegal han luchado desde pequeños, como nosotros cuando jugábamos al fútbol en el patio del colegio", explica Espino. "Los senegaleses tienen facilidad para la lucha, por su cultura, sobre todo en los pasos adelantados", añade Jesús Montesdeoca, olímpico en Seúl y entrenador en el Unión Doctoral, club en el que hoy milita Dial.

12.000 euros por pelea en Senegal

La jornada 13 de la Tercera División de Gran Canaria, celebrada el pasado 18 de enero, empezó a las siete de la tarde en el Terrero Municipal El Doctoral con los combates de las categorías inferiores. El terrero es como un circo romano, como un coso taurino, pero en pequeño. En las gradas, los infantiles del club reclamaban la atención de Dial para que les mostrara los movimientos de brazos que se utilizan en el combate de su país, parecidos a los de un felino. Dial juega todo el rato con los niños, comenta que le recuerdan a su hijo en Dakar. Allí también dice tener un hermano, luchador profesional. Es Malick Niang, uno de los mejores en Senegal, y en su última pelea cobró 12.000 euros, según el relato de Dial. La lucha canaria tiene un calendario regular liguero mientras que la lucha senegalesa se rige por combates acordados, como en el boxeo profesional, en los que los representantes de los contendientes negocian el caché por participar. En Senegal, Dial era pescador de oficio, pero su padre le buscaba combates en pueblos. No era suficientemente bueno y en 2006 decidió probar suerte en Europa embarcándose en una patera, dirección a Gran Canaria. La travesía duró diez días. Su habilidad como pescador sirvió para socorrer a otros pasajeros de la patera, según recuerda, y añade: "Ni por un millón de euros lo volvería a hacer. A mis amigos allí les digo que no lo hagan, que no vale la pena".

Abdullah Samba y Masse Dial (centro) reciben instrucciones de su entrenador.
Abdullah Samba y Masse Dial (centro) reciben instrucciones de su entrenador.Paco Puentes
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El equipo sénior del Unión Doctoral espera su turno para enfrentarse al Vecinos Unidos. Sentados en las gradas, junto a Dial hay otros colegas llegados de tierras lejanas: Mohamed Dembele es de Mali; Ayoub El Oird es un juvenil nacido en Marruecos; Ernesto Yurisbel, de origen cubano –su mote es "Cuba"–, es uno de los integrantes del club que promete más. La última incorporación es Samba Abdullah, un senegalés fibroso y espigado, el más alto del equipo. Samba tiene 20 años y de momento solo entrena: lleva una semana en el Unión Doctoral, llegó hace tres meses a Gran Canaria, también en patera, y una ONG de Santa Lucía le acoge en sus instalaciones. Paseando por Vecindario, la pedanía en la que tiene el terrero el Doctoral, Samba comprobó que allí se luchaba y preguntó si podía sumarse al grupo. El presidente, Manuel Suárez, no dudó en aceptarlo. "Para ellos es una buena manera de integrarse", comenta Montesdeoca: "Dembele, por ejemplo, ha aprendido el castellano con el equipo. Pierden la vergüenza, se adaptan a nuestro humor y manera de ser".

Samba asegura que en Senegal era un buen luchador, y lo cierto es que en un combate posterior de exhibición con Dial, vence fácilmente. No son los únicos senegaleses que compiten en lucha canaria: en Tenerife está federado El Hadji Diouf, desembarcado en La Gomera hace más de una década, el primer extranjero en formar parte de una selección canaria de lucha, mientras residía en un centro de internamiento de menores sin papeles. En El Hierro compite Khadim Fall, también llegado al archipiélago jugándose la vida en una barcaza.

"El alma del lugar"

La mayoría del público en las gradas del Doctoral son los padres de los más jóvenes: la madre de Ayoub le fotografía; el padre de Ernesto increpa al árbitro; la madre de Emilio Díaz baja a pie de arena para obsequiarle con 5 euros; es parte del Premio del Público. La tradición indica que quien gana un combate debe dar una vuelta a la arena para recibir el reconocimiento del público, que además de aplausos puede ser dinero. Suárez, el presidente del Doctoral, lleva en la mano un montón de monedas de un euro: cada combate que gana uno de los suyos, da una moneda, como si fuera un ritual.

En una jornada de la liga de lucha canaria se enfrentan dos equipos de doce componentes cada uno, y gana el que elimina a todos los miembros del rival. Dial vence a su primer oponente pero se retira en el segundo combate, eliminado por la estrella de los visitantes, Claudio Perdomo. La camaradería en este deporte es norma sagrada, y así lo indica el reglamento: "La nobleza del luchador. Regla Primera. El luchador que gane la agarrada deberá en primer lugar ayudar a levantar al caído". Dial sonríe al volver al banquillo tras caer derrotado con Perdomo. Le faltan un par de dientes, "por la lucha en Senegal. Con 17 años me rompieron el primer diente. Pero en la lucha canaria no hay piñas [puñetazos]", dice Dial en un tono que parece mostrar alivio. Suárez, el presidente del Doctoral, cree que su adaptación también tiene que ver con la manera de entender la lucha en Senegal y en Canarias: "Ambas están muy arraigadas en sus países, por eso no se expanden fuera de él. Son el alma del lugar, hay que sentirla, y Tito la siente".

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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