El mundo recupera el nivel de desarrollo previo a la pandemia, pero crece la brecha entre países ricos y pobres, según la ONU
La crisis de deuda y la inflación impiden a las naciones con peores indicadores de salud, educación e ingresos invertir en mejorar las condiciones de su población. El sentir ciudadano de que las instituciones no responden a sus necesidades desencadena una crisis de estrés generalizado, polarización y tensión de las relaciones internacionales
El nivel de desarrollo humano global está en máximos históricos, ya recuperado del mazazo que supuso la pandemia y que provocó un retroceso en 2020 por primera vez en los indicadores de bienestar ―esperanza de vida, educación e ingresos― que mide anualmente un informe del Programa de la ONU para Desarrollo (PNUD). Sin embargo, la recuperación no ha sido igual para todos. Los países menos adelantados apenas han registrado avances y se quedan aún más alejados de los prósperos, ahogados por la inflación y bajo amenaza de una crisis de deuda que les impide invertir en mejorar las condiciones de su población. Los progresos tan desiguales han convertido a la humanidad en una olla a presión de malestar, tensión, estrés, polarización y radicalización, advierte el organismo.
Según el estudio Rompiendo el estancamiento: reimaginar la cooperación en un mundo polarizado, publicado este miércoles, todos los miembros de la OCDE ya han recuperado (y sobrepasado) el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que registraban en 2019, mientras que apenas el 49% de los menos adelantados lo han logrado; la otra mitad sigue peor de lo que estaba antes de la covid-19.
En los últimos 25 años, los países pobres han crecido más rápidamente que los ricos, por lo que el progreso del IDH era hacia la convergencia. Esa tendencia se ha invertido y la brecha entre ambos grupos se ha ampliado. “Es muy preocupante”, manifiesta Achim Steiner, administrador del PNUD por videoconferencia con este periódico. “Muchos gobiernos pidieron préstamos para estabilizar sus economías, vacunar e implementar programas de apoyo social tras el shock de la covid-19. El resultado es que tienen una deuda soberana muy alta y, con las tasas de interés en niveles récord, los países en desarrollo se encuentran en la posición de gastar más en pagar los intereses de su deuda que en todo su sector educativo o sanitario”, detalla el diplomático. “Y ya adolecían de sistemas de salud menos resistentes y con población sin ahorros para ayudarse a sí misma”.
“Su desarrollo ya era bajo”, agrega Heriberto Tapia, responsable de investigación de la oficina del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD. Se quedan más rezagados, contrariamente al valor universal de la Agenda 2030 de la ONU de “no dejas a nadie atrás”, subraya el experto. Esos perdedores al fondo de la lista y cada vez más alejados de los de arriba son, casi todos, africanos. Nueve de los 10 menos desarrollados son de África. Somalia, Sudán del Sur y República Centroafricana ocupan las últimas posiciones de la clasificación del IDH. Por contra, Suiza, Noruega e Islandia se sitúan de nuevo en el podio. España se mantiene en el número 27 de 193.
Nueve de los diez países menos desarrollados son de África
Steiner opina que hay una “falta de voluntad” de los países más prósperos para apoyar a las economías pobres a hacer frente a esta crisis de deuda, pues la prioridad es que el sistema financiero internacional no se desestabilice, aunque eso signifique dejar que se hundan los que están más abajo. “Pero informes anteriores del IDH han advertido al mundo de que ignorar los crecientes niveles de desigualdad dentro de las sociedades y entre los países es muy peligroso”, recuerda. “Con el tiempo, la gente entiende esa inequidad como injusticia, lo que desencadena una polarización política y, muy rápidamente, la radicalización”, alerta.
Los datos recogidos en el informe lo explican así. En primer lugar, los autores del PNUD destacan que los sentimientos de estrés, tristeza y preocupación ha aumentado en la mayoría de los territorios, pero sobre todo en los menos adelantados. Los investigadores preguntaron a la ciudadanía por su nivel de ansiedad en 2011 y después en 2019. Las respuestas muestran que, en esos ocho años de diferencia, 3.000 millones de personas que no se manifestaban angustiadas se sumaron al grupo de los que sí. También subió la intensidad del malestar. En ambos casos, cantidad e intensidad, el incremento fue más acusado en los países con un IDH más bajo.
El administrador del PNUD recuerda el caso de Sri Lanka, que entró en suspensión de pagos a principios de 2022 y ya no pudo importar alimentos ni combustible. “La política se trasladó a la calle y las instituciones se convirtieron en el blanco de la frustración popular”. El riesgo de que suceda lo mismo en otros países es muy elevado, asegura.
Por eso, la ONU monitorea la situación financiera y social de medio centenar de países en riesgo similar al de Sri Lanka. “Tal vez representan el 3 o 4% del PIB mundial, por lo que no parece que puedan desestabilizar la economía global. Pero en esos países viven cerca de 3.000 millones de personas, el 40% de los más pobres del planeta. Así que deberíamos empezar a imaginar qué puede suponer para el mercado internacional que países de 100 o 200 millones de personas caigan en una crisis política”, alega Steiner.
La democracia en crisis
“Cuando los ciudadanos no creen que las instituciones del Estado, sus gobiernos, se estén ocupando de ellos como es debido, empiezan a buscar respuestas en los márgenes del espectro político. Cuanta mayor inseguridad, más miedo y más disposición a escuchar a líderes populistas, que prometen mejores respuestas”, desgrana Steiner. “Cuando las personas se sienten inseguras, buscan protección, pero no colaboración”, agrega Tapia.
Y, aunque un 90% de la población manifiesta un “apoyo inquebrantable” a la democracia, según los datos del estudio, más de la mitad estaría dispuesta a elegir a políticos populistas con discursos incendiarios que canalizan la frustración colectiva y, a menudo, se convierten en mandatarios autoritarios que socavan la propia democracia. “Acusan a otros países de competencia desleal y les culpan de la pérdida de puestos de trabajo. Pero cuando llegan al poder, sus resultados económicos suelen ser peores”, rebate el dirigente del PNUD. El respaldo ciudadano de este tipo de líderes no ha dejado de aumentar lustro tras lustro. Hace tres décadas, en el periodo 1994-1998, menos del 40% de la humanidad manifestaba una preferencia por ellos y, tras una caída en 1999-2004 (38%), la subida ha sido constante hasta que en la última medición de 2017-2022 se sobrepasó por primera vez la línea del 50%.
Un proceso similar de polarización y auge del populismo sucedió, precisan una serie de historiadores consultados para este informe, en los años treinta del siglo pasado, antes del estadillo de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, Steiner cree que deberíamos estar “extremadamente preocupados” por las señales de alarma actuales, con el mayor número de conflictos, refugiados y desplazados internos desde entonces.
Los ataques a la ONU es como tirar piedras a un espejoAchim Steiner, administrador del PNUD
“Cuando a la gente se le pregunta si piensa que su voz se toma en cuenta, el 70% responde que no. Y la mitad no siente que tenga el control sobre sus vidas”, destaca Tapia. “Es una situación paradójica; pensábamos que con más desarrollo, lo demás iría mejor”. Y no ha sido así, explica. “La narrativa del populismo está alimentando la noción de que cada cual tenemos que replegarnos sobre nosotros mismos, defender nuestros países, economías, territorios. Y el gasto en defensa no hace más que aumentar en todo el mundo. Nuestros vecinos se convierten en competidores, los otros son el enemigo. Y se está creando una atmósfera muy tóxica en las relaciones internacionales”, ahonda Steiner.
La propia ONU, la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible y el multilateralismo en general son cuestionados desde las posiciones más extremas. En España, por ejemplo, la ultraderecha de Vox abandera esta oposición a los organismos internacionales, a menudo, difundiendo bulos sobre la organización y sus valores. “Los ataques a la ONU es como tirar piedras a un espejo. Porque no se trata de una potencia independiente, sino el reflejo de la voluntad colectiva de los Estados miembro”, dice Steiner.
El administrador del PNUD, la mayor agencia de la ONU, no escatima en autocríticas, pero con matices. “Entiendo la frustración de la gente al ver un Consejo de Seguridad paralizado y a Naciones Unidas debatiendo de problemas que no deberían ocurrir en nuestro mundo”, reflexiona. “Cientos de millones de personas no tienen suficiente para comer, no tienen una red de seguridad, solo el año pasado 10 millones de personas más tuvieron que abandonar sus hogares y vivir bajo una lona de plástico”, enumera. “Este no es el mundo que defendemos”. Sin embargo, defiende que “las Naciones Unidas no es el detonante ni la causa” de tales males.
“En este contexto preocupante, hay razones para el optimismo”, afirma Tapia. “Hay países que aumentan su IDH sin incrementar las presiones planetarias”. Los datos indican que algunas naciones han alcanzado en los últimos años el mismo nivel de desarrollo que otras ya lograron años atrás, pero con emisiones de dióxido de carbono y una huella de materiales ―cantidad de materias primas empleadas para la fabricación de productos y servicios― mucho menores que aquellas. Lo que significa que el progreso es posible sin destruir el medio ambiente, concluye el investigador.
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