¿Un perrito caliente es un bocadillo?
Una (inexistente) tesis doctoral nos recuerda algunos debates tuiteros clásicos, incluido, cómo no, el de la cebolla en la tortilla
El Hot Dog: ¿Más cerca del taco o del sandwich? Este es el título de lo que parece una tesis doctoral de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México. La foto, publicada por la cuenta México fuera de contexto, se ha compartido más de 2.000 veces en unos días, y con motivo, porque da para un debate: como apuntan los comentarios, es verdad que el perrito caliente se hace con pan y no con una tortilla de trigo o maíz, pero la forma del perrito, con el pan sin terminar de cortar, se parece más a la del taco. Por desgracia, la imagen ni es nueva ni es real: como ya contó en 2020 el psicólogo Félix Javier, ni el título ni su supuesto autor, Intton Godelg, se pueden encontrar en la base de datos de tesis de dicha universidad.
La cuestión, de hecho, es una variante de un clásico estadounidense de internet: ¿un perrito caliente es un bocadillo? Al parecer, a muchos no les basta que el perrito sea comida entre dos trozos de pan, porque tienen la sensación de que supone una categoría independiente, igual que una pizza italiana y una coca catalana no son lo mismo, aunque se parezcan mucho. En el caso del perrito, buscan excusas e improvisan criterios, como que el pan no está cortado del todo o, como explica el escritor, actor y podcaster John Hodgman, porque no lo cortamos por la mitad para comerlo, como se hace a menudo con los bocadillos. Es un debate que levanta tantas pasiones en Estados Unidos como aquí el de si la tortilla debe o no llevar cebolla.
En España tenemos otro ejemplo similar, popularizado por Andreu Buenafuente y Berto Romero en su podcast Nadie sabe nada. Cuando Buenafuente imita al chef Ferran Adrià, en ocasiones se pregunta cuál es la diferencia entre salsa y sopa. La broma se basa en algo que pasó en MasterChef. En 2013, Adrià, el de verdad, le preguntó a una concursante si su crema era salsa, sopa o zumo, y acabaron decidiendo que la diferencia viene de si se sirve en una salsera, en un plato hondo o en una copa. “Yo he tardado 30 años en comprenderlo”, concluyó Adrià.
El objetivo de estos debates humorísticos es poner a prueba los límites de las palabras y, a veces, de nuestra paciencia. Pero son discusiones que llevan trayendo de cabeza a los filósofos desde hace siglos y de las que (por cierto) hablé en el boletín de Filosofía de EL PAÍS. La disputa, que se arrastra desde la teoría de las ideas de Platón, dio lugar al enfrentamiento entre nominalistas y realistas en la Edad Media: ¿en el mundo solo hay cosas concretas que asociamos por convención o los conceptos abstractos como la sopez o la bocadillez existen realmente?
Cada vez quedan menos realistas y nos suena razonable lo que Ludwig Wittgenstein llama “parecido de familia” en sus Investigaciones filosóficas. Pone el ejemplo de los juegos: si examinamos juegos tan diferentes como los de pelota, cartas, tablero…, no encontramos nada común a todos ellos. Lo que sí podemos ver son semejanzas y parentescos. Somos nosotros quienes trazamos los límites para decidir qué es un juego, qué es un bocadillo y qué es un taco, lo que a veces nos lleva a dudas y disputas más o menos serias, en ocasiones presentadas bajo la forma de una tesis doctoral falsa.
Aun así, todavía quedan personas convencidas de que el mundo de las ideas existe de verdad. Pensemos, por ejemplo, en quienes creen en una españolidad auténtica (o catalanidad, o inglesidad, da lo mismo). Esa búsqueda de un esencialismo absurdo acaba desembocando en la conclusión de que los nacionales de verdad son, qué casualidad, quienes tienen el color de piel y los apellidos adecuados. Por oposición, podemos pensar que la nacionalidad de un país depende de unas normas y de unos procedimientos justos e iguales para todos. Es una noción que puede parecer limitada y poco romántica, pero al menos es justa, transparente y abierta. Mejor dejar los esencialismos para los perritos calientes. Que, por supuesto, son bocadillos.