Luisiana 1960, Cataluña 2021
La niña de Canet es ya un hito de considerable potencia simbólica
Que los grandes sindicatos españoles se sumen mañana en Cataluña al frente contra el español en la escuela ―o castellano, como se denomina políticamente a la lengua española― delata la enajenación errática de esa izquierda siempre dispuesta a confundir agenda nacionalista y agenda progresista. Es al revés, por supuesto; pero ya es tarde para enfatizar, parafraseando a Friedrich Dürrenmatt, lo obvio....
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Que los grandes sindicatos españoles se sumen mañana en Cataluña al frente contra el español en la escuela ―o castellano, como se denomina políticamente a la lengua española― delata la enajenación errática de esa izquierda siempre dispuesta a confundir agenda nacionalista y agenda progresista. Es al revés, por supuesto; pero ya es tarde para enfatizar, parafraseando a Friedrich Dürrenmatt, lo obvio. De ahí el jolgorio de Jordi Cuixart. Semejante confusión siempre es estúpida; para la izquierda, además, es una locura y no precisamente transitoria. Claro que esto va más allá de la necesidad de Pedro Sánchez de mantener la fórmula Frankenstein (© Alfredo Pérez Rubalcaba), pero al PSOE le pasará factura su miopía inquietante al gestionar el episodio de Canet mientras se rasgan las vestiduras por un “coño” a destiempo de Pablo Casado. Esa torpeza del líder de la oposición le sirvió a Sánchez de burladero para no dar la cara, mientras sus socios marchan contra dos asignaturas en la lengua materna.
La niña de Canet es ya un hito de considerable potencia simbólica. Y sí, resulta desproporcionado equipararla con Ruby Bridges, aquella cría escoltada en 1960 por agentes federales para entrar en su colegio de Nueva Orleans; pero los primeros en usar esas comparaciones fueron los nacionalistas equiparándose a Rosa Parks, de modo que hay cierta justicia poética en este bumerán Luisiana 1960, Cataluña 2021. Entretanto, resulta asombroso constatar el éxito de la tesis del consenso a propósito de la inmersión. Si se excluye a los discrepantes ―”el enemigo en casa”, ha dicho Pere Aragonés de Ciudadanos, Vox y PP― es fácil hablar de consensos. ¡Así cualquiera! Pero un consenso xenófobo no merece elogios. Como se les ha recordado sin éxito, también en los años sesenta había consenso en el sur a favor de la segregación ―George Wallace arrasó en Alabama con el eslogan “¡Segregación ahora, segregación mañana, segregación siempre!”― pero los derechos civiles están por encima del consenso. Claro que vaya usted en la Cataluña de 2021 a hablar de Estado de derecho.
De momento parece que algunas decenas de familias empiezan a romper la espiral de silencio en Cataluña. No se trata solo de superar el pensamiento dominante, sino las amenazas como en Canet, con un boicot opresivo y el señalamiento. A veces los niños conmueven mejor las conciencias, al menos momentáneamente, como Aylan, pero ahora se publica Economía del separatismo catalán de Ferrán Brunet, con datos consistentes para mostrar cómo la inmersión “genera fracaso escolar” en niveles graves para los castellanoparlantes al servicio de la causa separatista. Aunque muchos medios no vean más allá de la extrema derecha de Vox, el nacionalpopulismo catalán se ha convertido en un agujero negro para la democracia española, con la complicidad miope de mucha izquierda. Esta misma semana se han dado mensajes bárbaros en un homenaje a los llamados Seis de Zaragoza ―truco para equiparar a esos condenados por agresión a policías con los cuatro de Guilford― desacreditando a jueces y policías, al Estado. Allí estaba un partido del Gobierno con ERC, Bildu y Compromís. No es casualidad que Rubalcaba no pensara en Gobierno Patchwork sino en Gobierno Frankenstein.