La memoria de Scrooge
Uno no debe olvidar del todo la acidez rancia de los engaños, la nómina de corrupción y abusos, los crímenes y la sangre, las caras interminables de los desaparecidos para asumir dolorosamente la inmensa alegría de seguir andando
Se atribuye al capitán Hernán Cortés -sin verificación- una frase donde afirma que allá donde hay memoria, hay rencor. Aparte de que Cortés jamás se presentó o firmó como Hernán, no he encontrado en sus Cartas de relación o documentos varios la dichosa cita. No obstante, aprovecho el silogismo para una radiografía navideña de la larga noche que le espera -cada Nochebuena y todos los años- al miserable avaro Ebeneezer Scrooge, villano en una vida en tinta de Charles Dickens que encuentra redención, arrepentimiento, penitencia y propósito de enmienda en las primeras tres horas de cada día 25 de diciembre… aquí y en Londres.
Efectivamente, cada Navidad ha de ser un motivo para enmendar errores y esfumar rencores; alzarse embarrado de las caídas de cada año transcurrido y andar con la frente en alto hacia las inéditas páginas que nos quedan por escribir. La libreta se estrena cada enero y aunque la tinta sigue morada la aventura inédita es impredecible: uno nunca sabe qué milagros nuevos se redactarán a lo largo de doce nuevos capítulos en la trama y sus circunstancias y uno se propone no repetir enredos necios, erratas ya borradas y personajes del olvido… pero tengo para mí que la memoria de Scrooge no olvida del todo, aunque se lo proponga acorralado por el fantasma de todas las Navidades pasadas.
Aunque parece que minimiza la crueldad de su padre que lo confinó a pasar terribles años de soledad (y mucha lectura solitaria) en el internado de su niñez, Scrooge no debe olvidar el olvido al que lo condenó ese padre ausente y aunque pasa con lacrimosa culpa el martirio de volver a verse de la mano de una buena mujer que fue su único amor, a pesar de que confirma culposo haber desdeñado al Amor a cambio de la ambición y el dinero (como quien mancilla una vida ahogado en la ebriedad más engañosa), Scrooge no podrá olvidar jamás los labios de esa mirada amorosa y el baile eterno donde se entrelazaban sus cuerpos.
Digo que uno como Scrooge intenta esfumar en el olvido contundente toda la mierda de las cornadas anuales, la cara del Mal y el agrio sabor de los engaños. Uno olvida también al saborear inevitablemente los rizos del desengaño, el peso de las mentiras y ese silencio como exceso de equipaje cuando la baraja suelta los ases de un exilio; volver a empezar en un paisaje pretérito que creíamos ya archivado, volver a caminar sin una sola moneda de cambio en los bolsillos… y atesorar los milagros inesperados, los abrazos que nos alzan para poder volver a los párrafos pensantes de imaginación y de memoria. Precisamente porque la memoria ejerce su dosis de olvido y superación en tanto digiere con ponderación exenta de ira la debida dosis de rencor que delinea el perfil de los enemigos ya vencidos. Así que tiene razón el Cortés que citan sin citarlo: claro que hay rencor donde haya memoria, pero habrá que leerlo como lo escribe Dickens: la memoria de Ebeneezer Scrooge recuerda absolutamente todo para hacer la criba de lo bueno.
Agrego la larga noche biográfica de George Bailey en la obligada repetición anual de It’s a Wonderful Life conocida en español como ¡Qué bello es vivir! Una lacrimógena peli -tan cutre y cursi para muchos- que no es más que otro espejo en pantalla donde uno sabe que existen hondonadas existenciales que nos permiten confirmar exactamente qué sería del mundo sin uno, qué sería de todas las vidas que nos rodean de no haber coincidido con nuestra biografía potencial y sí, más allá de todos los rencores y obstáculos que han llevado al alma al borde del abismo, al filo del puente donde parecía que uno quiere dejar para siempre la vida, allí mismo empieza la nieve inmaculada del comienzo. El amanecer inédito de una redención que nos llena de energía y a lo lejos se escucha la carcajada de Scrooge, la liviandad volátil del ángel anónimo en sus alas afectuosas, la cara de la comunidad contra el rostro endiablado.
Dicho todo lo anterior, deseo una muy feliz Navidad a todos los lectores y un hálito sereno de serenidad para todos los que sigan en un dolor; deseo enmienda para todo mal y el debido castigo para los emisarios del Mal y la Mentira con mayúsculas y sí -efectivamente- asumo no sin resabios la digestión de los olvidos, amnesia obligatoria hacia todas las patrañas (por demás, infructuosas) que mancharon ciertos párrafos del libro de año que ahora queda en el estante inamovible, pero que conste que no olvido. Que uno no debe olvidar del todo la acidez rancia de los engaños, la nómina de corrupción y abusos, los crímenes y la sangre, las caras interminables de los desaparecidos para asumir dolorosamente la inmensa alegría de seguir andando… como quien va llenando de letras la página recién nevada con palabras que parecen nuevas con todo eso que conforma lo que uno sueña… y todo aquello que conforma la memoria.
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