México: destrucción e incertidumbre
A esta tragedia se le ha llamado Cuarta transformación. Haberla entrevisto no me da la más mínima satisfacción. Con toda mi alma hubiera deseado equivocarme
En junio de 2006, un mes antes de las elecciones presidenciales, escribí un ensayo sobre Andrés Manuel López Obrador titulado “El mesías tropical”. Era, ante todo, un retrato psicológico de un hombre con vocación social pero lastrado, al mismo tiempo, por una ambición de poder oscura, irracional, vengativa. Registré su carácter intemperante, su obsesión consigo mismo, su completo desinterés del mundo exterior, su ignorancia económica, su desprecio del derecho, su dogmatismo ideológico y su autoritarismo político: nada tenía que ver López Obrador con la tradición liberal, constitucional, democrática de México, ni siquiera con la socialista. Claramente, era un personaje tiránico. Al final, señalaba la peligrosa convergencia de dos delirios suyos: equipararse con Jesucristo y ostentar la desbordada naturaleza “tropical” del poder en Tabasco, su estado natal en el sureste de México. Su triunfo me parecía inminente, y por eso advertí: “México perderá años irrecuperables”.
López Obrador perdió las elecciones de 2006 y 2012, pero finalmente triunfó en 2018. Ha gobernado seis años. Esta es una brevísima relación (incompleta, por supuesto) de su furor destructivo:
Canceló el Seguro Popular, lo que dejó sin cobertura de servicios públicos de salud a 30 millones de mexicanos. Recortó recursos al Instituto Mexicano del Seguro Social, así como a dieciocho Institutos Nacionales de Salud y hospitales de alta especialidad, lo que derivó en escasez de medicamentos y material hospitalario. Su política de austeridad dejó sin cirugías a 500 mil personas y sin surtir 15 millones de recetas médicas (cinco veces más que el Gobierno anterior). La población sin asistencia médica pasó de 20.1 millones en 2018 a 50.4 millones en 2022. Se suspendió el 97% de las atenciones a enfermos de cáncer. En los seis años de su Gobierno, más de 6 millones de niños quedaron sin inmunizar debido al desabasto de vacunas. Su manejo de la pandemia de COVID resultó en 800 mil muertes en exceso, de las que 300 mil son atribuibles a sus decisiones. Presidió el sexenio más violento de la historia de México, con casi 200 mil homicidios. El periodo registró la mayor tasa de feminicidios, desaparición de personas, extorsión, narcomenudeo, trata de personas, desplazamiento forzado, robo a transporte de carga, robo de hidrocarburos, violaciones y violencia familiar. Permitió que crimen organizado se convirtiera, de hecho, en un estado paralelo en zonas amplias del territorio. Dilapidó más de 80 fondos y fideicomisos públicos, entre ellos los destinados a la recuperación por desastres como huracanes, terremotos y enfermedades catastróficas. Esos recursos no le bastaron: aumentó la deuda pública en 6.6 billones de pesos (el dólar se cotiza a 20 pesos), por lo que resulta el sexenio más endeudado en lo que va del siglo. Recibió un déficit del 2% y lo llevó al 5.96% del PIB. El crecimiento promedio en estos seis años fue del 1% del PIB, el más bajo en los últimos cinco Gobiernos. Sus obras de infraestructura se construyeron con un sobrecosto mayor a los 485 mil millones de pesos y las más importantes son inviables: un aeropuerto fantasma, una refinería que quizá algún día producirá gasolina (más cara que la importada), y un tren que devastó las selvas del sureste mexicano. Las tres fueron construidas por el Ejército, al que Lopez Obrador ha concedido un enorme presupuesto y un poder sin límite, encomendándole tareas ajenas como la supervisión de aduanas además de convertirlo en la única policía nacional. Fue también el peor sexenio en materia de corrupción, impunidad, transparencia, desmantelamiento institucional y destrucción de todos organismos autónomos para la rendición de cuentas. Su demolición más reciente ha sido la división de poderes y el orden republicano vigente por 200 años. López Obrador ha destruido el Poder Judicial: se despedirán miles de jueces y se elegirán nuevos por votación popular. Pero quizá su legado más grave es haber sembrado, día tras día, el odio y la división en la sociedad mexicana.
A esta tragedia se le ha llamado Cuarta transformación. Es un agravio a la noble tradición socialista llamarla “de izquierda”. Haber entrevisto lo que ha ocurrido no me da la más mínima satisfacción. Con toda mi alma hubiera deseado equivocarme.
¿Cómo se explica la popularidad de Andrés Manuel?
Por un lado, está la captura prácticamente total de la información, el monopolio de la verdad, el silencio y (en el mejor de los casos) la autocensura de los medios masivos de comunicación. La propaganda oficial ha ocultado la naturaleza y dimensión de la destrucción. Por otra parte, están los programas sociales, en particular el reparto en efectivo. Pero este reparto necesario (que desde 1973 propuso Gabriel Zaid en las revistas Plural y Vuelta y que la revista Letras Libres siempre ha apoyado) ha sido desvirtuado por su carácter discriminatorio y porque se acompaña de obediencia política. De hecho, la distribución se lleva a cabo a través de una red de “Servidores de la nación” que operan como los comités revolucionarios cubanos. Ellos hacen creer a los beneficiarios que los recursos provienen del Gobierno y no de los impuestos. (De hecho, increíblemente, esa es la misma propaganda oficial sobre las remesas que envían los migrantes desde Estados Unidos).
Ésos son los elementos centrales de la servidumbre voluntaria que aqueja a la mitad de los mexicanos. Si todo sigue igual, tarde o temprano los ahora creyentes despertarán a la realidad, y el despertar será doloroso. Acaso entonces entenderán lo que los pueblos de Cuba y Venezuela comprenden hasta hora: los liderazgos mesiánicos traen consigo la esperanza del reino de Dios en la tierra, pero el resultado final es siempre el mismo: el hambre, la desolación, la postración, el exilio.
Claudia Sheinbaum será la primera mujer que llega a la presidencia de México. Es un hito histórico en un país machista y ensangrentado, en particular por los feminicidios. Hasta ahora Sheinbaum no ha dado ningunos indicios de independencia con respecto a su mentor. Pero recordemos que cada seis años desde 1934 México ha tenido un nuevo presidente y un nuevo Gobierno: nuevos de verdad, no subordinados. ¿Querrá Sheinbaum asumir esa tradición? De no hacerlo, el poder mismo —o, mejor dicho, la impotencia desde un poder subordinado— la devoraría.
Una nube de incertidumbre oscurece el panorama. Pero el azar existe. Quizá Sheinbaum canalizará su propia vocación social a apoyar la autonomía de las personas sin exigir una obediencia política que las degrada. Quizá buscará la concordia, no la polarización. Quizá intente preservar el orden republicano. Quizá gobernará para todos. Quizá hablará con la verdad. Quizá dará inicio a un proceso arduo y largo de reconstrucción.
No sé si ocurrirá. Sólo se que no hay otro camino para que México recupere el lugar honroso, civilizado y recto que hasta hace poco ocupaba en el concierto de las naciones democráticas.
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