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Claudia Sheinbaum
Columna
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Sheinbaum: lo que ves es lo que hay

En los próximos meses la aspirante de Morena buscará apoyos donde y como sea, y será como hasta ahora: tremendamente cuidadosa y obsequiosa con López Obrador para no importunarlo ni contradecirlo

Claudia Sheinbaum a su llegada al restaurante El Mayor, en el centro histórico de Ciudad de México.
Claudia Sheinbaum a su llegada al restaurante El Mayor, en el centro histórico de Ciudad de México.Nayeli Cruz

Todavía es pronto para asegurar si en 2024 arrancará la segunda parte de la autodenominada Cuarta Transformación, o no. Mucho puede suceder de aquí al próximo de 2 de junio, fecha en que los mexicanos estamos convocados a tomar una decisión en las urnas, después de lo que será la campaña —disfrazada de no campaña— más larga e irregular de la historia. Sin embargo, si las tendencias de opinión pública se mantienen más o menos estables, la fotografía que hoy nos muestran las encuestas apunta a que ganará la candidata del partido en el poder... Veremos.

Veremos, sí… Pero muchos se preguntan, ¿a quién veremos, realmente? ¿A una presidenta “títere” de López Obrador, incapaz de tomar decisiones propias o políticas que corrijan algunos de los desaciertos más evidentes del sexenio obradorista? Mucha gente está preocupada por asuntos como que Sheinbaum imposta la voz al hablar en público para emular el evidentemente exitoso estilo del presidente López Obrador. A otros les hace corto circuito que use una falda con la imagen de la Virgen de Guadalupe, siendo una persona no practicante y de origen judío. Para mí eso no tiene importancia. Pero estos cuestionamientos parecen esconder una inquietud más profunda en torno al “verdadero” rostro de Claudia.

Después de cinco años de López Obrador, seis de Peña Nieto y doce del PAN (por remontarnos únicamente a los últimos 23 años de la vida pública de México), francamente es de una ingenuidad monumental esperar consistencia y congruencia en nuestra clase política. Todos los políticos, de todos los colores y sabores, adoptan modos, modas y promesas si piensan que eso los congraciará con parte del electorado al que pretenden conquistar. Una idea hoy es perfectamente intercambiable mañana por la idea opuesta, con un costo político siempre nulo.

Ahí tenemos, por ejemplo, a la opositora Xóchitl Gálvez, por años vocal defensora del derecho de las mujeres a decidir, que hace unos días fue cuestionada por un seguidor con celular en mano si está en favor del aborto o no. Ella respondió que no podía pronunciarse sobre el tema aborto, claramente consciente de que hacerlo la dejaría en una posición vulnerable frente a una parte natural del electorado panista que la postula. Al caño con las convicciones de años. O incluso a la misma Sheinbaum, que apenas hace un par de días celebraba con el Partido Encuentro Solidario, una organización política evangélica anti derechos, su adhesión al “proyecto transformador del país”. Vaya izquierda progresista.

De inconsistencias y simulaciones está plagada la política mexicana. Eso hoy puede causarnos indignación, pero difícilmente nos sorprende o nos asusta. En los próximos meses Sheinbaum buscará apoyos donde y como sea, y será como hasta ahora: tremendamente cuidadosa y obsequiosa con López Obrador para no importunarlo ni contradecirlo. Sheinbaum seguirá construyendo su figura pública como candidata alrededor de la imagen del presidente y con la intención de acuerpar una de las más ególatras aspiraciones del mandatario: pasar a la historia como un presidente que marcó un antes y un después en la vida pública del país.

En un contexto así, me temo que buscar con desesperación señales de la “verdadera” Claudia en cada mitin, declaración o entrevista, será un ejercicio frustrante e infructuoso. ¿Es técnica? ¿Es científica? ¿Es demagoga? ¿Es populista? ¿Una copia del presidente? ¿Logrará quitárselo de encima? ¿Es en verdad distinta y acaso lo veremos después de las elecciones?

El tiempo se encargará de responder a esas preguntas. Lo único claro hasta el momento es que Sheinbaum ha sido lo suficientemente hábil como para capotear conversaciones que antagonizan con el presidente y con la base morenista. Así seguirá. Pero de ganar la presidencia, será virtualmente imposible, por ejemplo, apostar por las energías limpias —como lo ha sostenido una y otra vez— y garantizar al mismo tiempo la eficiencia de un mercado energético dominado por ineficientes empresas paraestatales —a las que ha jurado defender y “fortalecer” — y un presupuesto público con poquísimo margen de maniobra. Simple y sencillamente no podrá hacer todo. No hay dinero que alcance y no habrá maroma que la salve. Sus convicciones se pondrán a prueba a ojo vistas.

Así pues, por lo pronto, los electores tendrán que conformarse con esa Claudia. Con esa que un día habla de su voluntad de construir puentes y otro usa el lenguaje polarizador del presidente López Obrador. Esa es la Claudia que hay. Y para evitar desilusionados o huérfanos de proyecto, como los que pululan por ahí desde el 2018, los electores harían bien en no esperar de esa candidata más que lo que ha demostrado ser (característica que comparte con la clase política entera): un manojo de contradicciones. Mal harían en suponer que “hay algo más”. Sus definiciones sobre temas centrales, los cuales definirán la viabilidad de su presidencia, vendrán después.

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