El otoño de López Obrador: arranca su último año con la popularidad intacta y proyectos estrella por rematar
El presidente más votado de la historia de México afronta el final del sexenio con la tarea de terminar las obras de infraestructura, garantizar una sucesión pacífica y avalar la campaña de su candidata
Andrés Manuel López Obrador afronta a los 69 años la recta final de su mandato. Un último año en el que tendrá como tareas pendientes rematar las grandes obras de infraestructura, una de sus apuestas estrella; garantizar una sucesión pacífica dentro del partido y avalar a su candidata, Claudia Sheinbaum, rumbo a las elecciones del año que viene. Los mexicanos deben ir imaginando un mundo sin López Obrador. El presidente de México ha dicho y repetido que, tras concluir su mandato el 30 de septiembre de 2024, se retirará a su casa de descanso, una finca en Chiapas, y desaparecerá de la vida pública. “Me jubilo, me retiro por completo de la actividad política”, ha asegurado.
Es difícil pensar que un animal político como él desaparezca por completo en la intimidad de una cueva. Para bien o para mal, es decir, ya sea desde el punto de vista de sus admiradores o de sus detractores, es un personaje que ha monopolizado el debate público estos cinco años. El impacto de su figura trasciende, además, su periodo presidencial: López Obrador ha moldeado el movimiento de izquierda en las últimas dos décadas hasta alumbrar su propio partido. El hueco que deje será difícil de llenar.
Esta semana, ha comenzado el último año del Gobierno de López Obrador, el presidente más votado de la historia de México y el más popular en el ocaso de su sexenio de los últimos 30 años. Ha llegado con una aprobación del 69% al cumplir cinco años en el Gobierno, según la firma Oraculus, que agrega datos de las principales encuestas sobre popularidad presidencial. Las cifras de López Obrador superan a Ernesto Zedillo, último presidente de la era de la hegemonía priista; a Vicente Fox, del PAN, el primer mandatario de la etapa de la alternancia; a Felipe Calderón, segundo mandatario panista; y a Enrique Peña Nieto, del PRI, este, por mucho, el presidente más tristemente impopular.
López Obrador está lejos de convertirse en un “pato cojo”, esto es, un mandatario irrelevante en la antesala de su despedida, eclipsado por su inminente sucesor. El último año de su Gobierno tiene para él tanta importancia como el primero. Así lo ha demostrado él mismo. Por eso decidió apostar su enorme capital político y asumir la conducción de la sucesión presidencial dentro de su partido, Morena. López Obrador diseñó las reglas para la definición de la candidatura y supervisó directamente el proceso, según dio a conocer este periódico. Su presencia en la interna de Morena no solo legitimó el triunfo de quien finalmente resultó electa como abanderada, Claudia Sheinbaum, sino que ha reducido a una mínima expresión los alegatos de fraude del perdedor de la contienda, Marcelo Ebrard.
La intervención del mandatario también ha impactado en la configuración de las fuerzas opositoras, que han organizado su estrategia política en torno, o en contraste, a su figura. El opositor Frente por México ha logrado, contra todos los pronósticos, sacar adelante una extraña amalgama entre partidos de todas las posturas políticas del espectro —el conservador PAN, el centrista PRI y el izquierdista PRD— y que tienen solo una cosa en común: su rechazo, que a veces llega a desprecio, a López Obrador y a Morena.
El presidente ya ha anunciado que su último año también será de batalla contra eso que él llama el pensamiento conservador (tema al que, por cierto, dedicará un libro que será redactado en su anunciado retiro). A tono con su abierta intervención en el proceso electoral del próximo año, ha afirmado que presentará al Congreso una iniciativa de reforma constitucional que posibilite que los jueces federales, y especialmente los ministros del Supremo, sean electos por el voto directo de los ciudadanos. Para lograr su anhelo, ha apostado a que su formación y aliados, el Partido Verde y el Partido del Trabajo, ganen en las urnas una mayoría avasalladora de diputaciones.
Por lo pronto, el Ejecutivo ha solicitado al Congreso un paquete presupuestario con una previsión de mayor endeudamiento interno para afrontar el déficit de las finanzas en el último año del sexenio. Este presupuesto, atípico en López Obrador, que se ha declarado enemigo de la deuda, busca darle a su Administración margen de maniobra para concluir las obras de infraestructura a las que tanto ha apostado, como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico y la refinería de Dos Bocas. También se busca ensanchar la base de beneficiarios de los programas para los más pobres. Algunos analistas han señalado que hay otro telón de fondo que explica la previsión de mayor gasto corriente: las elecciones.
López Obrador mide el tiempo en términos históricos y hace gala de una afición por la anticipación. Ejemplo de ello fue pedir al bloque oficialista en el Congreso incluir en la Constitución el derecho de los ciudadanos a recibir ayudas sociales. El mandatario ha explicado que la finalidad de esa maniobra política era dificultar que posteriores presidentes echen atrás algo que él considera un logro del movimiento izquierdista.
López Obrador también materializó en este sexenio la revocación de mandato, un mecanismo de control que permitirá a los votantes ratificar o retirar del cargo al Ejecutivo en turno a mitad de periodo. El novedoso instrumento fue puesto a prueba por él mismo en 2022, con un previsible resultado: que continuara en el cargo. Más allá de la vanidad de mostrar su respaldo popular, el mandatario ha dejado un recurso que obliga a bien gobernar a quien le suceda, ya sea de la oposición o de su propio partido.
En la gestión de la economía de López Obrador se ha logrado una contención de la deuda, ha aumentado la producción petrolera y la moneda se ha fortalecido, contra los pronósticos de catástrofe pregonados por sus críticos.
En política exterior, hacia el norte, el Gobierno mexicano consiguió un buen acuerdo con sus socios del TMEC, si bien han permanecido focos rojos en las negociaciones por el maíz y la política energética. Tensiones con Estados Unidos a la que hay que sumar la crisis del fentanilo. Hacia el sur, López Obrador es considerado un referente de la izquierda latinoamericana, lo que le ha aupado a un sitio junto a pesos pesados como Luiz Inácio Lula da Silva y José Mújica. En los más crudos momentos de la pandemia, se desplegó una estrategia diplomática y política para que México estuviera entre los primeros países en recibir dosis de vacunas, y se intercedió para que otros tuvieran acceso al fármaco.
También son indiscutibles los pendientes de un Gobierno que ya entró en su otoño. Algunos pueden ser aún alcanzables, como los relativos a la infraestructura, pero otros quedarán como deuda para la próxima Administración. Este es ya el Gobierno con el mayor número de muertes violentas, superando al de Peña Nieto (2012-2018) e incluso al de Calderón (2006-2012), a quien López Obrador responsabiliza de iniciar la guerra contra el narco.
Además de promover el reparto de ayudas sociales como antídoto para atender las causas de la violencia, el presidente ha intentado una maniobra muy criticada dentro y fuera de su movimiento: entregar el control de la Guardia Nacional, una institución policiaca de corte civil, al Ejército. López Obrador ha buscado reformar la Constitución con ese fin, pero la oposición se lo ha impedido, lo que ha supuesto uno de los mayores reveses para el mandatario. El año que viene volverá a presentar la iniciativa, junto con la reforma para elegir nuevos jueces.
López Obrador suele atribuir las malas cifras de la violencia, precisamente, a las Administraciones anteriores. La misma fórmula de la herencia maldita le ha servido para explicar lo difícil que ha sido cumplir su promesa de que el sistema de salud en México será tan bueno ”como el de Dinamarca”, según los propios parámetros del mandatario.
Inicia la cuenta regresiva de un Gobierno que llegó al poder gracias al tesón de su líder, que probó tres veces su suerte en las urnas. Un político que arrebató el sitio de caudillo de la izquierda mexicana a Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del mítico presidente agrarista Lázaro Cárdenas. Un dirigente, López Obrador, de un enorme carisma y fortaleza, que allí donde va recibe regalos y lágrimas de sus simpatizantes, que ha sobrevivido a un infarto, que tuvo tres veces covid, que ha publicado una decena de libros, y de quien poco se sabrá muy pronto, si todo sucede conforme a lo que él mismo ha anunciado.
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