El mundo Claudio X… and Cía
Desde la sociedad civil se puede y se debe sujetar al poder a la rendición de cuentas, pero volverse político es otra cosa. No se puede ser activista y político al mismo tiempo
Conocí a Claudio X. González luego de un artículo en donde le criticaba. Es chocante hablar en primera persona en un texto de esta naturaleza. Espero se me dispense que comience de esta manera mi entrega semanal, intento ser transparente con las y los lectores para que lo que diga sea juzgado con conocimiento de causa.
En aquella ocasión él había tachado a todo el magisterio de Oaxaca con términos injustos, peyorativos y absolutistas. Así lo dije en mi texto, en el que comenté que nada lejos llegaría una iniciativa como Mexicanos Primero si seguía los pasos de un líder que vociferaba sentencias binarias, donde toda la coordinadora magisterial era mala por definición, y para nada se reparaba en la legitimidad de sus demandas democráticas y en que no todos los maestros son como algunos dirigentes.
Tras publicarse la columna me llamó. Me agradeció la crítica (no pasa casi nunca eso, lo contrario es lo habitual) y me invitó a comer. En esa cita, unos días más tarde, me pidió ampliar mis argumentos. Escuchó de manera atenta, y tomó apuntes en una de esas tarjetitas blancas que siempre trae consigo.
Vi entonces y veo hoy en él a una persona bien intencionada. Trabajamos luego juntos durante cuatro años y en ese periodo cumplió al equipo de periodistas de MCCI lo que ofreció: libertad y apoyo para que investigáramos todo actor y todo acto de corrupción que nos diera la gana. Fue un periodo excepcional, no exento de diferencias y discusiones, pero a final de cuentas las y los periodistas de entonces publicamos y dijimos cuanto quisimos.
Un día ―en plena pandemia― me habló para invitarme a su casa. Tras desayunar me comunicó que se salía de MCCI porque quería, desde “la sociedad civil”, ayudar a crear iniciativas para participar en política, pues estaba preocupado de la deriva que el Gobierno de López Obrador había tomado.
Le dije lo que creo hoy: que la sociedad civil perdería (perdió) a un activo, y que la política no ganaría mucho, pues era un mundo que ni conoce ni le iba a reconocer sus esfuerzos. Le deseé toda la suerte del mundo, y me despedí de él. Desde hace dos años solo hablamos largo en otra ocasión, en una comida en un lugar público en la que pidió que le ayudara a contactar con una persona proclive a AMLO. Revelo esto porque contra lo que su Twitter destila, el que conocí era alguien que se interesaba en escuchar a gente con la que no necesariamente coincide.
Esta semana él, y otro grupo de personas respetables, presentaron una nueva iniciativa política. Ésta adolece no solo de originalidad, como bien escribió Carlos Puig hace días, sino de lo esencial: no entienden a López Obrador ni a la política de México hoy. Y no hacen lo debido para corregir esas falencias.
Quien tenga que leer un libro escrito desde el despecho para intuir que la política mexicana (y de otras latitudes y de todo tiempo) se hace con mucho dinero negro es, por decir lo menos, un bobo. Lo contrario, saber eso, no tiene que hacernos cínicos, pero hay que distinguir: los periodistas nos dedicamos a tratar de probar lo que sabemos, no a divulgar chismes o suspicacias (aunque hagamos esto último en demasiadas ocasiones).
Tan es un hecho corriente la abundancia de dinero de procedencia oscura en la política que algunos estudiosos del fenómeno de la corrupción llegan a ponerle a ésta graduaciones. Los Duarte del mundo se quedaban con dinero para ellos, otros usan similares montos para “la causa”, no necesariamente para su provecho patrimonial aunque terminen aprovechando el viaje. Corrupción gris, algunos le llaman.
Quienes hoy ostentan el poder político en México han asumido, prácticamente sin rubor, que son parte de un movimiento donde el fin justifica todos los medios con los que se hacen de presupuesto. Si al respecto los priistas fueron los reyes de la simulación, si los panistas nos salieron mojigatos que luego se prostituyeron, los morenistas son cuasicínicos en este rubro.
Por eso Claudio estaba en lo correcto hace 8 años cuando creyó que había que fundar una organización para estudiar y denunciar la corrupción y sus males. Desde la sociedad civil se puede y se debe sujetar al poder a la rendición de cuentas. Pero volverse político es otra cosa, una que no implica necesariamente corromperse, salvo que te alíes con impresentables.
El primer episodio de la participación de Claudio y Gustavo de Hoyos en la política salió terriblemente mal.
Va por México terminó por empoderar al PRI que ahora ayudará al presidente López Obrador a cargarse las instituciones electorales que nos dieron alternancia (y de la vocación militarista de estos herederos de Calles, ni hablar). Así que vanagloriarse de que esa iniciativa logró que en las intermedias se le arrebatara la mayoría absoluta a Morena en San Lázaro es un acto de ingenuidad. Pero, que conste, ellos se esforzaron en darle pátina democrática a Alito.
Tendrían, opino, que dar cuentas al respecto. Decir qué les prometió el campechano, qué pactaron, qué les pidió (¿dinero, por ejemplo?), y qué aprendieron del sainete. Porque, y se lo dije en privado a él, no se puede ser activista y político al mismo tiempo. Desde el activismo se hace política, sin duda, pero negociar con partidos asuntos electorales no es activismo: es política. Sucia, turbia, cochina, lustrosa, patriótica, noble, ruin, pero política.
De forma que la primera cosa que hoy le deben a los mexicanos parte de los que se presentan como Unidos es lo mismo que siempre se ha demandado a la hoy oposición: su autocrítica. La transparencia y la rendición de cuentas que desde la sociedad civil son reclamo permanente se vuelven cosas harto difíciles desde la política.
Sin ese primer paso será poco creíble cualquier nuevo esfuerzo. Se aliaron a Alito a pesar de que todo dios sabía cómo es el campechano. Hoy no se pueden mudar de traje sin antes ofrecer una explicación al respecto. Si el episodio hubiera salido bien, si el frente opositor siguiera, otro gallo cantaría. Ni modo de no pedir cuentas a los que piden cuentas. Y, además, pedirles que aclaren si el PRI de Alito (porque hoy no hay de otro, Ruiz Massieu, Beatriz Paredes u Osorio Chong no son representativos) será de nuevo su aliado en Estado de México, Coahuila y otras citas electorales venideras.
Sin embargo, el deslinde no es lo más importante con respecto a Unidos. Respetable y acertada como sea su preocupación por la marcha del país y por los arrebatos gubernamentales, cada uno más inopinado que el anterior y para muestra ahí está el botón del desmantelamiento en la secretaría de Economía, hay que cuestionar si este grupo tiene por fin una estrategia territorial. Sin eso, ni socavarán al lopezobradorismo ni fijarán las bases para constituirse en, pasados muchos años, una fuerza con influencia.
El presidente López Obrador usará a todo el Gobierno –comenzando por él mismo, pasando por los secretarios de Estado (es un decir, pues hay que cuestionar si tenemos siquiera a uno o una al nivel del Estado mexicano) y terminando con los llamados servidores de la nación— para ganar todos los puestos de elección que estén en juego en los próximos años. Va mucho más allá del cash: cargos, recursos materiales, tiempos oficiales y presupuestos públicos al servicio del partido.
De hecho, en el párrafo anterior utilicé mal el tiempo verbal. No es “usará”. Es “usa”, o mejor aún: AMLO “ha usado” el poder presidencial para alinear prioritariamente el aparato gubernamental al objetivo único de acrecentar posiciones y retener las que ya tenían.
Las clientelas políticas de Morena son adocenadas permanentemente por los miembros del partido convertidos en burócratas. Se les da dinero y apoyos, necesarios sin duda para buena parte de la población, pero más que un acto de justicia es un mecanismo de sujeción de voluntades que han de ser utilizadas en elecciones.
Hay en el país una cruzada permanente para recordarle a los beneficiarios que es López Obrador a quien han de agradecer la caridad (término mío, pero descripción de la actitud intrínseca de la dispensa presidencial). Y en el futuro a quien él diga en estados y en la Federación.
El lopezobradorismo ha conquistado un territorio. Lo ha hecho con el dinero público hoy desde el gobierno y antes con recursos públicos de sus leales en diferentes administraciones; pero ya desde antes lo había seducido con mensajes permanentes donde se despierta el resentimiento de quienes, por décadas, han recibido las migajas. Hoy también las reciben, pero endulzadas con el sabor de la revancha.
En el corto plazo nadie podrá arrebatar ese territorio al presidente. Y menos aún los que no se proponen semejante empresa.
Las iniciativas frentistas son la mejor noticia para López Obrador. Porque en vez de pensar en ir a la base y comenzar a construir lo que un futuro no cercano pueda ser una nueva organización nacional con representatividad en todos y cada uno de los municipios, apelan a la mitad que les deja Andrés Manuel, con lo que empoderan y legitiman al presidente.
Hay quien piensa que no hay que criticar a quienes se atreven a hacer cosas. Sería peor dejarles creer que con sus habituales planas pagadas en Reforma o diarios similares le están hablando a México. Nada más errado.
Que López Obrador abuse de los medios estatales para una causa partidista no debería de hacernos olvidar que si su mensaje no fuera el correcto todo ese enorme esfuerzo de propaganda sería fallido y no exitoso como es hoy.
A Andrés Manuel le gustan medios como Reforma porque le ayudan a mostrar la parcialidad de quienes ven el pasado con ojos acríticos, de aquellos que han renunciado sin ambages a la pluralidad. Y le gusta armar listas de gente opositora que luego se pondrá el saco, le hará el juego, aumentará el alcance de su diatriba, legitimará actos cotidianos para desviar la atención. Y así todas las semanas. ¿Qué se necesitará para que alguna vez aprendan?
Mientras Palacio entretiene a eso que llaman el círculo rojo, mientras el PAN sigue sin asumir que es la oposición que tiene viabilidad —a condición de que se desembarace de sus Jorge Romeros y defina pronto una ruta solitaria—, mientras ciudadanos y políticos de otras eras y procedencias no vayan a la conquista del territorio que cuenta, además de eso que llaman la clase media, mientras no sigan la ruta de los panistas e izquierdistas de antes de los ochenta, que arriesgaron físico y recursos en giras por todo el país para minar al autoritarismo, mientras no salgan del pavimento chilango, de sus fines de semana en Valle o de cultura de abajo firmantes, seguirán siendo unas personas (la mayoría) muy bien intencionadas que paradójicamente resultan harto utilitarias para Andrés Manuel López Obrador, que tiene al México que cuenta comiendo de su mano.
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