Estados Unidos y el oficio de López Obrador
Tres casos recientes ejemplifican las habilidades políticas del presidente mexicano en las relaciones internacionales
Sin que ello signifique alguna forma de admiración, y probablemente todo lo contrario, los críticos del presidente Andrés Manuel López Obrador han tenido que asumir el oficio político del tabasqueño, que en cuatro años ha conseguido debilitar a la oposición y neutralizar potenciales adversarios. Un hombre al que se creía que, por su rusticidad o incapacidad, sería políticamente inepto, más allá de haber sido un candidato popular. Al margen de la opinión que a cada uno le merezca el gobierno de la llamada Cuarta Transformación, el hecho es que las habilidades políticas de López Obrador están a la vista.
Sin embargo, en política exterior se sigue sosteniendo la noción de que nuestro presidente es un factor errático, definido por sus aparentes ocurrencias surgidas de caprichos y del desconocimiento de los asuntos internacionales. No obstante, creo que el balance de estos años nos obligaría a revisar tal aseveración. En lo que toca al punto más sensible de las relaciones internacionales de México, es decir, Estados Unidos, el presidente ha conseguido logros insospechados. Primero, la ratificación del tratado comercial en condiciones desventajosas por la hostilidad de Donald Trump y su deseo inicial de eliminarlo. Segundo, la impensable relación personal que estableció con el expresidente, lo cual ayudó en mucho a que los infames prejuicios del neoyorquino en contra de los mexicanos no se tradujeron en políticas adversas para nuestro país. Tercero, a pesar de la cercanía con Trump, AMLO consiguió que eso no diera lugar a un enfriamiento con el gobierno demócrata, como algunos pronosticaban. Cuarto, pese a la relación desigual entre nuestras economías, el gobierno de López Obrador se las ha arreglado para impulsar una agenda propia que reivindica la posición de México en el continente. Y todo ello sin poner en riesgo lo sustancial. Tres casos recientes ejemplifican el oficio del tabasqueño en esta materia.
El embajador Ken Salazar. Hace unos días, una nota del diario The New York Times afirmó que en Washington hay una preocupación creciente por el visible acercamiento del embajador Salazar con el presidente mexicano, y el temor de que eso ponga en riesgo la negociación de los intereses estadounidenses. La publicación dio pie a una batería de críticas locales adversas a AMLO, como si hubiese algo vergonzoso en tal cercanía. Me parece que ambos, embajador y presidente, están en lo correcto al buscar una relación fluida. Por lo que respecta a Salazar, la nota misma afirma que el embajador fue instruido para construir una relación sólida con López Obrador con la esperanza de impulsar la agenda de la Casa Blanca. Y lo ha hecho cabalmente, al grado que se ha convertido en el facilitador para la visita reiterada a Palacio Nacional de empresas de su país, urgidas de comunicar al más alto nivel sus argumentos y negociar proyectos e inversiones en México. No deja de ser irónico que el presidente que habría de espantar a los mercados y convertirse en enemigo personal de los intereses estadounidenses, según sus críticos, sea el mandatario mexicano que en la historia del último siglo ha sostenido la mejor relación con el representante de Estados Unidos. Y por lo demás, habría que decir que en los códigos de la diplomacia, las presiones y críticas a las que haya lugar son emitidas por el Departamento de Estado, o la Cancillería en nuestro caso, pero no por el embajador en funciones, cuya responsabilidad primaria es mantener un acceso fluido con las autoridades del país.
La Cumbre de las Américas. Después de varias semanas de haber concluido la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, a la que el presidente mexicano se negó a asistir, para indignación de sus críticos, me parece que el saldo ha terminado por darle la razón. Nunca sabremos si su asistencia habría modificado los magros logros de los acuerdos de la reunión misma, algo que dudo. Pero con su negativa consiguió cosas más importantes. Su posición, que fue secundada por algunos gobiernos, dejó en claro que en el futuro ninguna cumbre de esta naturaleza tendrá éxito si no se descartan las precondiciones ideológicas que Estados Unidos ha impuesto. Al colocar sobre la mesa la noción de que no puede llamarse de las Américas una cumbre que no incluya a todos los países, México asume su responsabilidad como una de las naciones líderes del continente, con una posición ética y geopolítica sensata. No olvidemos que plantarle cara a Estados Unidos, sin pagar una factura, constituye un gesto que forma parte de la larga tradición a la que recurre nuestro país, en aras de mantener posiciones propias y cartas para negociar frente a un vecino tan poderoso. Lo que fue denunciado como “un suicido político” al “dar la espalda” al país del que tanto dependemos, AMLO lo neutralizó rápidamente comprometiendo una visita personal semanas más tarde (programada para este 12 de julio).
Julian Assange. Resulta curioso que la comentocracia, que se percibe a sí misma como paladín de la lucha por las libertades y la transparencia, haya ridiculizado la protesta de Andrés Manuel López Obrador contra Estados Unidos por su pretensión de llevar a juicio a Julian Assange. El activista sueco podría enfrentar una condena de por vida por el delito de exhibir, a través de Wikileaks, las prácticas ilegales del gobierno estadounidense en contra de otras naciones, líderes políticos y personalidades. Una acción punitiva de Washington que debería ser condenada por todos los que defienden la libertad de opinión. Y, sin embargo, las críticas se han cebado en contra de López Obrador por haber mencionado que, para ser congruente con su incongruencia, Estados Unidos debería desmontar la Estatua de la Libertad, símbolo del compromiso de esa nación con la lucha por las libertades en el mundo. En realidad, el planteamiento de AMLO es éticamente irreprochable. Y para lo que valga, no es poca cosa que un jefe de Estado haga un reclamo público frente a la arbitrariedad y soberbia que representa la exigencia del gobierno norteamericano a otros países, para extraditar y juzgar a un extranjero que evidenció sus delitos. Y si el fondo es correcto, me parece que también la forma. El presidente mexicano suele tener la habilidad de formular sus planteamientos en frases mediáticas. Y en este caso, lo de la Estatua de la Libertad, lejos de ser un disparate, como se ha señalado, tiene la doble virtud de ser una alegoría viralmente eficaz en la forma y absolutamente justa en el fondo, porque pone en evidencia la hipocresía del comportamiento del vecino del norte.
@jorgezepedap
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