Jën’ëën. Pablo Majluf y el negacionismo del racismo en México
Muchas personas acusan, desde la derecha y desde la izquierda, que hablar del racismo tiene que ver con recientes políticas identitarias posmodernas que dejan de lado lo verdaderamente importante
Hace unos años, una mujer mixteca que vivía en California me contactó para contarme una situación que le había perturbado mucho. Su hija, que estudiaba en una escuela primaria en Estados Unidos, había tenido que elegir entre las distintas opciones que le plantearon sobre adscripción racial. La niña eligió “nativo americano” y enseguida su profesor le indicó que estaba errada y que, en todo caso, ella debía adscribirse a la categoría “hispano”. La niña se negó a hacerlo. Su madre tuvo que acudir a la escuela y explicar que, siendo mixtecas, se podría sostener fácilmente que su hija pertenecía a un pueblo originario, un pueblo nativo de este continente llamado América (al menos en ciertas lenguas), es decir, que su hija era una nativoamericana. No pudieron lograrlo, les explicaron, una y otra vez, que las personas nativoamericanas son aquellas que pertenecen a los pueblos indígenas de Estados Unidos, así que la niña en cuestión quedó clasificada bajo una etiqueta con la que no se sentía identificada: hispano.
Esta historia me llevó a tratar de entender más la clasificación racial que Estados Unidos utiliza abiertamente para adscribir a las personas e intentar entender también cómo ha operado el racismo en México, aunque aquí no tengamos que tachar una casilla de “raza” en diversos formatos oficiales. Muchas personas acusan, desde la derecha y desde la izquierda, que hablar del racismo tiene que ver con recientes políticas identitarias posmodernas que dejan de lado lo verdaderamente importante (lo “verdaderamente importante” cambia según la queja venga de la derecha o de la izquierda). Como podemos ver en el caso de la niña mixteca, el asunto va más allá de la identidad -políticas de la identidad, le llaman con desprecio, a quienes no ven o quieren negar el problema estructural detrás del racismo. Ojalá fuera un asunto de identidad, porque bastaría con dejar de identificarnos como indígenas, categoría racializada, para dejar de sufrir las opresiones a las que esta población ha sido sujeta. Repito, ojalá todo esto se tratara solo de un asunto identitario, pero no, no lo es.
Resulta interesante, por no decir cansado, que cada cierto tiempo se tenga que volver a discutir sobre este asunto. Pareciera que la socorrida frase, terriblemente racista en sí misma, “En México no hay racismo porque no hay negros”, se negara a perder vigencia. El pasado 18 de mayo, en una mesa de debate dentro del programa Es la hora de opinar, conducido por Leo Zuckermann, el periodista Pablo Majluf vertió unas opiniones que volvieron a generar una gran polémica sobre el racismo en México. El 25 de mayo, en el mismo programa, el debate continuó. En ambas mesas se dijeron muchas cosas y muchas ameritan un debate y una respuesta extensa. Pero quisiera poner en juego algunos planteamientos que, en mi opinión explican por qué, cada cierto tiempo, se vuelve a matizar, si no es que a negar, la importancia que el racismo ha tenido en México y en la sociedad mexicana.
En su intervención, Pablo Majluf sostenía que en este país “nunca nos hemos contado por razas, no es el principio rector de nuestra historia, ni de nuestras leyes, ni de nuestra política, ni de nuestra sociedad”. En el segundo debate, entre muchas ideas, aclaró también que él no niega que en México se discrimine por el color de la piel, que ese no es su punto, que “sería un despropósito” negar la existencia de esta discriminación, lo que sostiene, enfatizó, es que “el racismo no es un rector de nuestra sociedad. México no es un país sistémicamente racista”.
Antes de continuar y abordar algunos puntos que defendió Majluf, quisiera plantear algunas ideas de las que parto para esta discusión. La primera de ellas es que, en muchas ocasiones, detrás de las ideas que afirman que, mientras el racismo opera en Estados Unidos y no en México, palpita el supuesto de que el racismo es un fenómeno que solo se presenta en ciertos países del mundo, como si el racismo fuera un fenómeno acotado por las fronteras de los estados-nación del mundo, como si después de cruzar la frontera entre Estados Unidos y México e internarse cinco milímetros dentro del territorio mexicano, las violencias del racismo se transformaran radicalmente. No podemos negar que los marcos legales de cada estado-nación y su configuración histórica influyen la manera en la que se vive el racismo en cada país, pero el racismo va más allá de las entidades jurídicas y las leyes, el racismo es un fenómeno que tiene efectos en todo el mundo. No es que haya unos países racistas y otros no, no es que el racismo se suspenda inmediatamente cuando cambiamos de ubicación geográfica.
Siguiendo con la intención de plantear ideas sobre las que elaborar la discusión, quisiera decir que el racismo, como ya se ha dicho muchas veces, es un sistema de opresión que se basó en sostener la existencia de razas humanas como categorías biológicas y que hay unas razas mejores que otras. No solo es racista la idea de que hay razas humanas mejores que otras, sino sostener también que las razas humanas existen como categorías biológicas. El racismo tiene una base pseudocientífica que, durante el siglo XIX, trató de dotar de evidencia medible tanto la existencia de razas biológicas como su jerarquización. Este racismo tiene, sobre todo, dos grandes afluentes, el sistema colonialista que jerarquizó los cuerpos de las personas y el antisemitismo.
El racismo dio base “científica” (nótese las comillas) a la clasificación de cuerpos, sobre todo basados en la cantidad de melanina en la piel, a la clasificación corporal que el colonialismo había creado. Como ha dicho la antropóloga kaqchikel Aura Cumes, las personas europeas colonizadoras se convirtieron, en esta clasificación racial, en personas blancas, las personas nativas de este continente, en “indias”, las personas secuestradas del continente africano, en “negras”, y las personas de oriente en “chinas”, por mencionar algunas. El racismo le dio un sustento “racional” y “natural” a esta clasificación, a este proceso se le llama “racialización” y va más allá de la voluntad de las personas y sus deseos de adscripción identitaria, como decía un internauta en las discusiones dentro del movimiento Black Lives Matter, no basta con que una persona afrodescendiente grite ante la policía que le va a disparar aunque esté desarmado: “No dispare, me autoidentifico como blanco”; enunciar otra identidad no hace que la opresión policíaca deje de operar sobre ciertos cuerpos. Otro proceso de racialización operó sobre la población judía, ciertamente no basada en su color de piel; se justificó la existencia de una “raza judía” y se le jerarquizó como inferior, dándole una base pseudo-científica a un antisemitismo de larga data, conocemos las lamentables consecuencias de ello.
Ahora bien, la clasificación racial y su jerarquización, desde sus afluentes coloniales, está estrechamente relacionado con el desarrollo del capitalismo. Esta relación, que han estudiado autores como Eric Williams, nos muestra la relación entre la esclavitud a la que fueron ciertas categorías, la explotación de ciertos cuerpos, de ciertos territorios y el desarrollo del sistema económico hegemónico en la actualidad. El racismo no solo va de la identidad, está profundamente imbricado con fenómenos más profundos, con condiciones materiales y con las dinámicas del mundo actual. Ojalá existieran países que el sistema racista haya dejado impolutos, lamentablemente es un sistema de opresión que tiene efectos en todo el orbe.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.