El mito como necesidad: la conmemoración de la independencia de México
Mito y poder caminan juntos. El poder lo ha necesitado para su legitimación, para encontrar su lugar en el tiempo; el mito no necesita documentos para su existencia porque no requiere de comprobación
En Ciudad de México las noticias sobre las fiestas del primer centenario de la independencia llenaban las principales columnas de los periódicos: inauguración de exposiciones artísticas y tecnológicas, multitudinarios desfiles cívicos, caminatas por la Alameda, honores a la bandera, el reconocimiento de las naciones extranjeras. México merecía una conmemoración de antología porque cumplía cien años como nación independiente. En su primera plana El Imparcial. Diario de la Mañana anunciaba el “entusiasmo y la elegancia” con que se comentaba el baile en Palacio Nacional. Al lado de esta noticia que captaba de inmediato la atención de los lectores, una nota marginal “Cádiz está de fiesta por el centenario de las Cortés”. Era septiembre de 1910. El general Porfirio Díaz recibió de diplomáticos y embajadores parabienes, algunos periodistas lo reconocieron como el hombre que había logrado la hazaña de fijar la libertad en la república, después de las décadas inciertas una vez consumada la independencia. El motivo del festejo, los cien años de la nueva nación, encontraba en aquel hombre la consagración. El mito se volvía necesario, un mito que se había construido desde las primeras historias patrias, reproducido por oradores y predicadores desde púlpitos y tribunas cada 16 de septiembre en ciudades, villas, pueblos. Un mito que armaba una nación, la que había vivido por tres siglos las “cadenas de la sumisión”, rotas al fin por el llamado del cura Miguel Hidalgo desde la parroquia de Dolores.
Mito y poder caminan juntos, el poder lo ha necesitado para su legitimación, para encontrar su lugar en el tiempo. No hubo excepciones durante el largo periodo republicano interrumpido acaso con la experiencia monárquica en 1863, pero el paréntesis cerró pocos años después y con la república restaurada en 1867 el mito no solo se prolongó, se afianzó durante el porfiriato para alcanzar a vincularse con el general Porfirio Díaz: independencia, libertad y civilización que México alcanzaba cien años después. Septiembre de 1910.
Los gobiernos posrevolucionarios durante el siglo XX no interrumpieron la mitología nacionalista. El mito como narración de los mundos posibles ayudó a la uniformidad: reproducido cada lunes en las escuelas, en los libros de texto, en los discursos septembrinos, en centenarios, en bicentenarios. El mito no necesita documentos para su existencia porque no requiere de comprobación. Sus partes: el abrazo de Acatempan, las cadenas rotas, las oposiciones americanos-europeos, insurgentes-realistas, liberales-conservadores, la unificación bajo una lógica cronológica y no una lógica de guerra, de los once años en los que el inicio, septiembre de 1810, encontraría de manera inevitable su final, en septiembre de 1821. Su final, su consumación.
2021. El aún pandémico 2021 fue testigo de numerosos eventos académicos que recordaron el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y la declaración de independencia. Los historiadores que se han especializado en el tema han cuestionado la misma idea de consumación porque cosifica en estancos separados lo que encuentra explicaciones en procesos históricos dinámicos, contradictorios, regionalizados, a muchas voces con distintas intensidades y tonos, en contextos de guerra y de Constitución. Los eventos académicos en torno a la Consumación de la Independencia de México han irrumpido con nuevas preguntas sobre las otras rebeliones a la manera de Eric Van Young; se han preguntado, como Brian Hamnett, si el Imperio mexicano con Agustín de Iturbide a la cabeza fue un sentimiento pasajero, una reacción, un movimiento político, instrumento de coalición o consecuencia del desencanto; si la opción monárquica constitucional en la que se formularon el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba representaban el germen de la posibilidad republicana, como hace varias décadas lo reflexionó Edmundo O´Gorman.
Queremos destacar, en este espacio, algunos consensos: no es posible seguir manteniendo explicaciones maniqueas sobre procesos caleidoscópicos, la idea de consumación que implica término de algo, renuncia a la posibilidad de reconocer y analizar los múltiples rasgos de continuidad, para el caso, del iturbidismo respecto a la monarquía española, pero también respecto a la formulación constitucional de esa monarquía española. El Reglamento Provisional del Imperio Mexicano prolongó la Constitución de 1812, hasta en tanto no fuera en contradicción con la independencia, así que con independencia o sin ella, se incrementaron y consolidaron las instituciones gaditanas como ayuntamientos constitucionales, diputaciones provinciales, cuerpos milicianos, procesos electorales populares indirectos. La independencia se enmarca en una revolución con rostro liberal, el Imperio Mexicano fue una opción para los habitantes del otrora virreinato de la Nueva España, opción que en su germen contuvo a la república. El provincialismo existente y reforzado desde las reformas borbónicas, se constitucionalizó en 1812 y se expresó institucionalmente tanto en la primera monarquía mexicana en 1821 como en el establecimiento de la república representativa popular federal en 1824.
Las versiones oficialistas de la historia nacional y de los nacionalismos han hecho de la consumación de la independencia una sinécdoque, en la que la parte explica al todo, esa parte se ha encapsulado, además, en emblemáticas imágenes como la triunfal entrada a la ciudad de México de Agustín de Iturbide al frente del Ejército Trigarante o la del abrazo entre él y Vicente Guerrero como si aún se pudiera sostener la idea del “país de un solo hombre”. El mito reformulado por los distintos gobiernos desde el siglo XIX hasta nuestros días, algunos enfatizando más los inicios de la guerra con los hidalgos, morelos, allendes, aldamas, otros encontrando mejores motivos para festejar los finales con reconocimiento a los guerreros, sigue siendo efectivo para la clase política mexicana. La cuarta transformación sostenida como bandera ideológica del Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador decidió su lugar en la historia contemporánea de México, el mito no ha dejado de ser, en ningún sentido, un recurso inútil para el ejercicio del poder.
Mariana Terán es investigadora de la Universidad Autónoma de Zacatecas y corresponsal nacional de la Academia Mexicana de la Historia.
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