Cansados de creer, volvieron a creer
Haber puesto en jaque al Gobierno y la candidatura de Salgado Macedonio en Guerrero es más de lo que ha conseguido la oposición institucional en el sexenio
Ya hemos hablado de que en México somos capaces de creer lo que sea, por improbable, inadmisible o absurdo que resulte el objeto de nuestra fe. Pues bien: la polarización del país ha radicalizado ese curioso síndrome. Volteemos a nuestro alrededor. Hay gente que piensa que la covid-19 puede ser prevenida con tecitos y se cura con aceites de olor. Otra acepta que Manuel Bartlett se comportó como un granuja en el pasado, pero defiende que ya enmendó el rumbo y ahora es todo un patriota. Hay quien sostiene que Ricardo Anaya es un muchacho serio y ejemplar al que han calumniado, por envidia, sus enemigos. Hay quien dice que la ola de asesinatos en un Estado (Jalisco, digamos) sucede nomás porque las fuerzas oscuras quieren afectar políticamente a su gobernador. E incluso hay personas dispuestas a jurar que Félix Salgado Macedonio es un ciudadano ejemplar, al que media docena de mujeres de Guerrero acusa de violencia sexual solamente para dañar a su partido y a la “izquierda”.
Qué extraño resulta que una ciudadanía a la que sus políticos han engañado consistentemente por decenios está tan hambrienta de comulgar con ruedas de molino. Uno pensaría que tantos años de demagogia, mentiras y discursos vacíos habrían fortalecido un sano escepticismo y nos habrían convertido, de paso, en ciudadanos exigentes y duros de convencer. Pero no. Por ejemplo: muchos aseguran que ya no le pasan ni una al PRI, al PAN y al PRD, pero luego resulta que le pasan las que sea a Morena (e, increíblemente, con ello, a un montón de políticos que pertenecieron al PRI, PAN y PRD, que es de donde mayoritariamente salieron sus “cuadros”). Otros defienden la teoría de que todos los medios están pagados o adulterados… Y por eso prefieren recurrir directamente a la propaganda fabricada por militantes que ni siquiera se esfuerzan por hacer pasar sus consignas como periodismo.
¿Pero quién puede confiar en la palabra de un político mexicano de cualquier fuerza? No hace falta cavar muy hondo para encontrarse con sus gigantescas incongruencias. Nuestras redes sociales son una colección interminable de “sacadas al balcón”. Cada día se republican miles de tuits que demuestran que nuestra clase política entera defiende lo contrario de lo que atacaba hace apenas unos años. Es tan burdo como esto: los que encabezaban marchas y reclamaban las ineptitudes y excusas del Gobierno ahora condenan las protestas y justifican del modo que sea los fracasos y los pretextos. Y, del otro lado, quienes desestimaban toda diatriba y queja hoy van con bandera de críticos. ¡El PRI está difundiendo anuncios en los que dice ser el partido más feminista de México! ¡El partido en el poder cuando se produjeron las violaciones de Atenco! Suena a chiste. Pero no falta quien se lo trague.
Justo es el feminismo la principal fuerza política que se ha salido de este cartabón de hipocresía y farsa. Ante la evidencia contundente de que ninguno de los partidos comparte su ideario, sino que solo trata de aprovecharlo según anden las aguas, las colectividades de mujeres llevan años de construir discurso y agenda por su lado. Y el poder de movilización que muestran en torno a este 8 de marzo, que incluirá marchas, paros y acciones de divulgación, es tal que el Gobierno ya mandó poner vallas alrededor de Palacio Nacional (y llamó al resultado de ese blindaje “muro de paz”, para “distinguirlo” de las vallas que colocaban los anteriores Gobiernos y de las que tanto se quejó Morena en su día).
Haber puesto en jaque al Gobierno y la candidatura de Salgado Macedonio en Guerrero es más de lo que ha conseguido la oposición institucional en el sexenio. Pero, claro: en México sobra gente que se come el anzuelo y anda repitiendo que las feministas son vándalas y destrozamonumentos y prefiere quedarse con la versión del Gobierno antes que atender las pruebas de la violencia sistemática y continua contra las mujeres. Prefieren creerle al que pega, miente y mata. Nuestra capacidad de autoengaño es infinita.
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